miércoles, 29 de octubre de 2008

Noticias de mi tierra

No puedo resistirme a comentarlo, aunque sea abonar el terreno del fascio enxebre y poner el capote para que embistan acusándome de sabe Dios qué. La última trifulca parlamentaria en Galicia ha venido de la mano del topónimo de la comunidad, que el Bloque y sus acólitos se empeñan en deformar para convertirlo en Galiza. Mira que suena mal, Galiza, mira que es feo. Eso sí, nos distingue. Los nazionalistas tienen la puta manía de empeñarse en que los suyos tienen algo distinto al resto de la humanidad. Yo, por mi parte, no sé muy bien lo que es el tan traído y llevado hecho diferencial. Recuerdo una hilarante presentación de un libro de la mano de los impagables Arcadi Espada y Albert Boadella, que hablaban de lo que integraba el hecho diferencial catalán y citaban el caganer, los castellets y las monas de pascua, cosas todas ellas fundamentales para hacer país.

¿Cuál es le hecho diferencial gallego? ¿Qué es lo que nos distingue, como seres humanos, del resto del país, del resto del mundo? ¿El pulpo á feira? ¿el desdichadamente obsoleto belén de Begonte? ¿La gaita autóctona, tan dichosamente diferente a la escocesa o la asturiana? Como todos esos elementos, aún resultando simpáticos y entrañables, tienen más bien poco entidad, los lumbreras que cogobiernan en mi tierra - y que son, con mucho, el partido menos votado en las cuatro provincias, manda huevos - se han emperrado en cambiar el nombre a la cosa: usemos Galiza por Galicia, que eso sólose nos puede ocurrir a nosotros. Toma castaña. Castaña gallega, por supuesto, que empieza ya a empedrar los soutos y a crepitar en la lumbre.

Lo del hecho diferencial gallego - o catalán, o vasco, o salmantino, o calagurritano - es una solemne estupidez. Si algo he aprendido después de muchos años de viajes y de conocer a gente de decenas de países, es que el ser humano se parece mucho más de lo que les gustaría admitir a aquellos que hacen de una banderadel lugar de nacimiento. Todos queremos más o menos las mismas cosas: estabilidad afectiva, comodidad material, realización personal a través del trabajo y de nuestras relaciones sociales. Lo esencial es idéntico. El resto es puro folklore. Unos tocan la gaita, otros la bandurria, otros la balalaika. Unos comen pulpo, otros chupan huesos de yak, otros se ponen hasta la corcha de chicha mascada mientras en las antípodas se empimplan con cerveza. Unos bailan la sardana, otros la lambada o la muñeira, y eso no influye en su geografía humana.

Por eso me parece absurdo dar la matraca para cambiar hasta las cosas menores con el único objetivo de dar la nota. Y mientras Bieto Lobeiro - hermoso y enxebre nombre el suyo. Imaginen el trauma si se llamase Juan Gutiérrez - expulsaba del parlamento a un pepero que llamaba a las cosas por su nombre y a Galicia por el suyo, a Touriño le echaban los perros encima por culpa de los dineros invertidos en reforma. Dos millones de euros para mejorar las dependencias del Presidente. Los suyos se han apresurado a asegurar que sólo el 10% del gasto corresponde a obras en el despacho de Touriño. Pero el 10% de 2millones son 200.000 euros. Treinta y tres millones de psetas en redecorar un despacho. Con ese precio, te compras en Lugo dos pisos apañados, así que, humildemente, me gustaría saber en qué se ha gastado el presidente de la Xunta semejante pastizal.

Cuando el BNG llegó a la Xunta, me contaron una historia que di por buena sólo a medias: al parecer, Quintana había equipado con minibar el coche oficial. Ni lo creí ni dejé de creerlo. No conozco a Quintana, así que no sé si es capaz o no de semejante tropelía. Sólo me dije a mí misma que, si eso fuese verdad, sus socios de gobierno acabarían llamándole al orden al hilo de la frivolidad, lestupidez y el dispecndio. Nadie dijo nada. Ahora que sabemos que Emilio Pérez Touriño se ha gastado treinta y tres kilos en reformar el despacho, y más del doble en comprar un nuevo coche oficial, recuerdo aquel capítulo del Lazarillo en que el ciego se da cuenta de que Lázaro come las uvas del racimo de tres en tres. Cuando el niño pregunta al ciego cómo se ha dado cuenta, el responde: "porque yo las cogía de dos en dos, y tú callabas".

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lunes, 27 de octubre de 2008

Hablar

Gran fin de semana: el viernes en Badajoz, en el Premio de Novela del que soy jurado, y el sábado celebrando los éxitos de Martín Casariego y Ángela Vallvey con una copa de amigos en el Kafka. Lo pasamos muy bien. Estaba Fernando Marías, David Torres, Ramón Pernas, Milagros Frías, Edu Vilas con Vanessa, Violeta sin Rafael Reig, que volaba de Colombia mientras brindabamos en su nombre, y todos los Casariego: Antón y su mujer, Berta Vías, Pablo, Nicolás con Marisa, Sira, María... y las nuevas generaciones de la familia, entre las que está la luminosa Manuela Vellés, una actriz de veinte años, bella y dulce, que parece que se ha tragado una bombilla. Manuela, que fue protagonista de "Caótica Ana" y aparece ahora en "Camino", el último film de Guillermo Fesser, me habla de su próximo proyecto: una serie de tv que está rodando y de la que no se puede decir nada de momento, pero que tiene una pinta estupenda. Los jóvenes Casariego - Manuela, Juana, Julieta... - tienen el marchamo inconfundible del clan. Son guapos, afectuosos y alegres. Supongo que no podrían ser de otra manera criados en ese entorno.

La noche la rematamos, ya de madrugada, Marcial, Martín y yo, tomando ginebra en el Cock. Es el bar más bonito de Madrid, y su dueña la mujer más antipática del mundo. Pero siempre hay sitio, los cócteles están buenos y la música, al justo nivel para permitir la conversación. Nos acostamos tarde y me paso el domingo vegetando felizmente, leyendo y resolviendo pequeñas gestiones desde el ordenador.

Esta semana me toca hablar, cosa muy oportuna dado que llevo dos días con un generoso dolor de garganta, amén de malestar general, dolores musculares y tos seca: un hermoso resfriado corriente y moliente que me deja cansada, espesa y lenta de reflejos.

Estatarde intervengo en una mesa redonda en el Congreso Cesare Pavese. Lo haré en un lugar precioso, el Istituto Italiano di Cultura, en la calle mayor: un edificio del siglo XVII abrumador y oscuro, con un bello patio central. Pasé por allí varias veces cuando seguía un curso de literatura italiana en la Universidad. Tenían una buena biblioteca, y recuerdo que los empleados eran amables y corteses con los estudiantes que íbamos por allí a dar la tabarra pidiendo publicaciones y libros en italiano que no podíamos encontrar en otros sitios. Me gusta regresar al Istituto, y más para hablar de Pavese. Es uno de los grandes del siglo XX. Si no habéis leído nada suyo, os recomiendo sus diarios, "El oficio de vivir"y "El oficio de poeta". Lo primero que leí de él fue "De tu tierra", un drama rural intensísimo, duro, que no deja dudas sobre la solidez de su autor. Y recuerdo una frase en la que hablaba del agua de un pozo que "sabe a cerezas". Ahora, Mondadori está recuperando todos los textos de Pavese, algunos de los cuales llevaban años sin poder encontrarse en su versión española.

Terminé ayer "Los hechos", de Philio Roth, un texto autobiográfico interesante y muy recomendable salvo por las treinta insufribles últimas páginas, atribuídas a sualter ego Zückerman. Por lo demás, el libro tiene todas las bondades de la excelente prosa de Roth, aunque no contribuye a simpatizar con la persona (ya me lo advirtió Oscar Esquivias) aunque ¿quien necesita eso? Quiero decir ¿por qué nos tiene que caer bien un escritor? ¿No basta con disfrutar de lo que escribe? Roth es egoísta, egocéntrico, vanidoso, cruel a ratos, duro con los otros y consigo mismo. Pero, ah, leed "Adios, Columbus", leed "Patrimonio", leed "Pastoral americana" o "La conjura contra América" y decidme si eso tiene alguna importancia.

El jueves me voy a Huelva a clausurar un máster en la Universidad. El viaje,que es un poco largo, me servirá para leer "La casa de la mezquita", de Kader Abdolah, que acaba de enviarme Juan Milá, de Salamandra. Hasta entonces, estaré felizmente entretenida con "El aliento del cielo", de Carson Mc Cullers. En Huelva voy a hablar de mujeres precursoras en la literatura. He elegido a dos autoras gallegas - Pardo Bazán y Rosalía - y dos americanas - Edith Wharton y Louisa May Alcott - para trazar dos perfiles de escritora y de mujer. Lo he pasado muy bien escribiendo la conferencia, pero creo que me ha quedado demasiado larga y voy a tener que recortar mucho.

La garganta, fatal...

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jueves, 23 de octubre de 2008

O único que queda é o amor

Hace unas horas, un jurado de diez personas - una de ellas era yo - eligió esta novela de Agustín Fernández Paz como ganadora del Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil. Confieso que voté por ella desde la primera ronda. Es un libro maravilloso, tierno, lleno de poesía y de amor a la palabra escrita. Por eso creo que acertamos doblemente al elegirlo como ganador. Leedlo, por favor. Aunque merece la pena hacerlo en su versión original en gallego, hay una traducción al castellano publicada por Anaya.

Hace un par de días quedamos a comer Martín Casariego, David Torres y yo. Martín ha descubierto una sencilla casa de comidas en el último piso de un edificio de la Calle Farmacia, donde hacen una fabada de esas que se te saltan las lágrimas. Así que allí nos fuimos Torres, Casariego y yo, dispuestos a soslayar la amenaza del colesterol y del cuidado de la línea.
- Aviso: yo quiero fabada. Sólo fabada - dije yo, que creo en las cosas claras
- ¿No pedimos un entrante?
- Yo, ni de broma, que me como las croquetas y luego dejo la mitad de las fabes en el plato. Vosotros a lo vuestro, y yo a lo mío: ración de fabada y punto.

Mis amigos hicieron caso de mi sabio consejo, y pedimos sendos platos de fabada, una barra de pan y una botella de sidra. A nuestro alrededor almorzaban jubilados, una pandilla de señores entrados en edad y seis señoras que hacía tiempo habían dejado atras la cincuentena. Éramos, con mucho, los más jóvenes de todo el local. De hecho, y aunque no dije nada, me di cuenta que al entrar el resto de la parroquia nos miró desde la convicción de que nos habíamos equivocado de sitio. Pero de eso nada: con la fabada no se juega.

Durante la comida hablamos de la crisis, porque somos así de originales,y también de la columna de David Gistau en "El Mundo". Gistau se alegraba de que media docena de Premios Nobel apoyasen al pobre de Roberto Saviano, al que la mafia está amargando la vida, pero se preguntaba a qué esperan estos señores tan listos para solidarizarse con Raúl Guerra Garrido o con Fernando Savater, a quienes ETA lleva años haciendo la vida más que imposible.

- Es que meterse con la Camorra es mucho más agradecido. Al final, se mueven sólo por la pela, y por eso es lícito ponerlos a parir. No piden la independencia, ni pueden presumir de presos políticos... así ya se puede meter uno con ellos. - decía David Torres, compartiendo los argumentos de su tocayo Gistau.

Como ya habíamos entrado en el tema de los monstruos,seguimos con ellos y hablamos de novelas de miedo. Mientras Martín aseguraba preferir Drácula, David y yo confesamos nuestra fascinación por Frankenstein

- Es que es una idea bestial: fabricar un hombre con los miembros de muchos hombres muertos.

Recordamos el título original: "Frankenstein o el moderno Prometeo".

- Pero lo mejor de todo es que es un libro excepcional hecho por una escritora mediocre - insistía David - porque Shelley era mala, pero mala con ganas.

- A mí la que me gusta es "Doctor Jeckyll y Mr Hyde" - decía Martín mientras David nos echaba miradas asesinas al comprobar que no éramos capaces de rematar la fabada. Yo seguí dando la tabarra con el Frankenstein de Shelley, pero David se pasó al bando de Martín para defender al doctor Jeckyll sobre todas las cosas.

- Y ¿"El hombre invisible"? ¿No os gustaba "El hombre invisible?"

En ese momento me di cuenta de que recordaba muy mal el libro de HG Wells. Lo leí hace tanto tiempo, que al querer rememorar la historia se me vienen a la cabeza las imágenes de la película, cosa que no me ocurre con Frankenstein, con Drácula o con el Dr Jeckyll. Quizá porque ninguna de las películas que recrearon a esos monstruos tienen la calidad de "El hombre invisible". ¿Quien no recuerda la famosa escena del pobre protagonista dejando sus tristes huellas en la nieve recién caída? No me atrevo a decirlo en voz alta, pero creo que quizá la película de James Whale es incluso mejor que la novela de Wells. Quizá porque las imágenes conseguidas son incluso más poderosas que la historia: nos lanzan en picado sobre el drama del hombre que no existe, o que existe sólo a medias porque nadie le puede ver.

Instantaneamente, y sin compartirlo con nadie, pienso en Roberto Saviano, abocado a la soledad y el exilio, a pasar el resto de la vida huyendo de la muerte. Haciéndose invisible en su patria y materializándose en una tierra distinta. Y pienso en otros, en la largalista de hombres y mujeres condenados a la autoexclusión, al alejamiento, a la triste condición de apátridas. ¿Hay peor forma de invisibilidad? ¿Una manera más cruel de demediar a una persona?

Nos acabamos la fabada y la sidra, y prometimos repetir la comida dentro de quince días, cuando nos hayamos recuperado de la digestión de la boa.

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lunes, 20 de octubre de 2008

Del amor y otros demonios

Seguro que habéis leído la novela de García Márquez: la historia de la niña santa de cuerpo incorrupto, cuyo cabello cobrizo seguía creciendo tras su muerte. Pero este post no va de niños, ni de santos. Va de demonios. Y de amor.

Ayer empezó el proceso judicial en contra de dos muchachos que quemaron viva a una mendiga en un cajero automático de Barcelona. La cámara del banco lo grabó todo. Primero, los niñatos increpan a la indigente. Luego la agreden. Y luego la rocían con ácido y le pegan fuego. Uno de ellos, al escuchar los gritos de la infeliz, sonríe pacíficamente con la misma beatitud con que se puede sonreir a un perro que hace una gracia.

Sé lo que viene ahora: el análisis de los hechos. La búsqueda de las razones. El intento de explicar lo inexplicable. Bucearán en las raíces vitales de esos mastuerzos para encontrar respuestas a la pregunta eterna ¿por qué lo hicieron?

Quizá ahí empieza el error. En la idea de que siempre hay un porqué. De que hay historias personales que puedan hacernos entender el comportamiento de un monstruo. A lo mejor deberíamos aceptar que el mal absoluto existe. Que esos dos chavales que vejaron hasta la muerte a una mujer indefensa pertenecen al mismo tipo humano que aprendió a torturar a niños judíos en los campos de la muerte del III Reich. Hay hombres, hay mujeres que son esencialmente malvados. Están entre nosotros, y no podemos distnguirlos de la gente normal hasta que actúan. Y entonces aparece alguien que pratica el buenismo y se pregunta por qué, y habla de infancias difíciles, de familiasdesestructuradas, de padres alcohólicos, de malos tratos. Lo que grabaron las cámaras de aquel cajero automático nopuedo justificarlo nadie, no puede provocarlo nada. Ni la infancia más desdichada, ni la adolescencia más triste. La cobardía, lasevicia, la crueldad gratuíta. Y la sonrisa de ese conato de ser humano mientras una mujer desconocida se retorcía de dolor mientras la quemaban viva.

Los demonios ya sabemos quienes son. ¿Y el amor? ¿Qué pinta en esta historia? Pues, como todo se sabe, resulta que aquella desdichada que tuvo la mala suerte de cruzarse en el camino de esos dos malnacidos - eran tres, pero uno era menor y ya ha sido juzgado, y dentro de cinco años estará en la calle otra vez quizá para repetir la jugada - fue tiempo atrás una mujer con una familia, con un trabajo, con un proyecto de vida. El amor se cruzó en su camino y lo dejó todo. Y con el amor vino el fracaso, y con el fracaso la depresión, la degradación, la nada. Un mal episodio sentimental llevó a aquella mujer a refugiarse en el alcohol y a dejarlo todo. Quizá porque se dijo que al margen del amor sólo existía el vacío.

¿Puede el amor devastarnos hasta ese punto? Está claro que sí, y sólo me pregunto - sin querer saberlo - cuál es el proceso. En qué momento una persona deja de ser ella misma y lo confía todo a un sentimiento sin cuya ausencia el resto de las cosas dejan de tener importancia. Sé que no debería decir eso, pero me niego a que el amor importe tanto como para arrollar a su paso a una mujer y dejar de ella tan sólo unos despojos. Me pregunto si García Márquez pensó en ello cuando escribió el título, bellísimo, de una novela sobre una niña que enamoraba a un sacerdote y convertía la vida de ambos en lo más parecido al infierno.

Ahora sí

Y ya iba siendo hora. Pero, como más vale tarde que nunca, estoy de celebración, porque acabo de terminar mi novela. Que es la quinta, por cierto. Dicen los taurinos que no hay quinto malo. Ya veremos. De momento, lo único que puedo decir es que me alegro de haber terminado. Que no siento nada parecido a una sensación de vacío o algo así. Quizá porque todavía tengo que pulir y repulir antes de que el texto entre en máquinas.

Rafael Reig dice que, cuando uno termina una novela, lo más conveniente es olvidarse de ella durante un par de semanas para que "suba la grasa", es decir, para tomar distancia y que sea más fácil retirar lo que sobra y añadir lo que falta. Eso es lo que voy a hacer con "La importancia de las cosas": dejar que repose y luego aderezala convenientemente escuchando los consejos de mi agente y mi editora. dos mujeres listas que saben mucho más que yo.

Tampoco estoy preguntándome qué voy a hacer ahora, porque tengo trabajo a destajo: tengo que acabar de leer las novelas del Premio Ciudad de Badajoz que se falla este viernes y aún me queda un original por revisar; el jueves participo en la reunión del jurado del Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil; tengo que redactar una conferencia que doy en Huelva la semana que viene; tengo que acabar un artículo para una revista; tengo que preparar las intervenciones en dos congresos... y, además, mis amigos del Hotel Kafka me han liado para dar un curso el año que viene sobre el amor en la literatura. Eso me va a obligar a leer y releer un montón de textos... lo cual me apetece muchisimo. Además, mi novela no saldrá publicada hasta el mes de marzo, de forma que no cuento con compromisos promocionales hasta entonces, y sí con todo el tiempo del mundo para dedicarme a otras cosas.

Tras recuperarlo de mano de Oscar Esquivias, estoy leyendo "Los hechos", de Philip Roth. No digo nada de momento, pero de todas formas con Roth no voy a ser objetiva: le he declarado mi amor hace demasiado tiempo, pero es que es imposible no hacerlo después de leer "Patrimonio", "Pastoral Americana" o "La Conjura contra América". Ya os contaré cuando lo acabe.

La semana pasada recibí mis billetes de avión a Perú. No sé por qué, el Ministerio de Cultura me los hace llegar en papel, como en tiempos de Maricastaña. ¿Cuánto tiempo hacía que no tenía en mis manos un billete de los de antes? Me he acostumbrado a llegar al aeropuerto con un papel impreso, o, la mayoría de las veces, con un código garabateado apresuradamente... e incluso con el carnet de identidad. El billete de papel lleva una carga de responsabilidad: puede extraviarse, traspapelarse, ser robado o confundido... en fin, que ya no estoy yo para estas cosas.

Pero he acabado la novela. Y a lo mejor dentro de un par de días me entra la morriña. Pero, de momento, sólo me siento liberada de un peso. Y satisfecha. Y superficialmente feliz.

jueves, 16 de octubre de 2008

... y más premios

Asistí ayer, miércoles, a la ceremonia de entrega del Premio Planeta. Estupenda fiesta en Barcelona, feliz reencuentro con viejos amigos y conocidos recientes, agradable compañía en la mesa de la cena... en fin, un éxito.

Llego a Barcelona un par de horas antes de la fiesta. En el vestíbulo del Princesa Sofía me encuentro con JJ Millás, a quien felicito por el Premio Nacional. Su libro, "El mundo", es una texto admirable que disfruté en su momento, y así se lo digo. Subo a la habitación y tengo el tiempo justo para cambiarme y para rematar la lestura de una maravillosa novela, "Marcas de nacimiento", de Nancy Houston. Está editada por Salamandra y la recomiendo a cualquiera.

A las ocho y media nos vemos abajo para salir en dirección al Palau de congresos. Tomo la primera copa con Javier González Ferrari y Nativel Preciado, que fue hace años finalista del Planeta y acaba de publicar "Llegó el tiempo de las cerezas", cuya lectura pienso emprender la semana que viene. Carmen Ramírez nos lleva a mí y a Nativel al Palau, pues nos esperan en Onda Cero para entrar en directo. Juntas recordamos nuestras respectivas noches gloriosas. Luego disfrutamos del cóctel junto a Ana Datri, mi editora. Saludo a Javier Sierra, que acaba de ser padre por segunda vez, y a Espido Freire, que me enseña su pulsera de Bulgari: lleva encima diamantes por valor de cuarenta y siete mil euros "pero me los han prestado ¿eh?". Al mirar sus joyas pienso en la Cenicienta, que tenía contado el tiempo de estancia en la fiesta.

En la mesa, más buena compañía: el encantador Javier Moro junto a su mujer, Teresa. Javier, sobrino de Dominique Lapierre, es una de las personas más educadas que he conocido en mi vida. Tras arrasar con "Pasión India", cuyos derechos para el cine ha comprado Penélope Cruz, acaba de sacar una nueva novela. También está en mi mesa Ángela Becerra, que se toma con resignación su constante presencia en las quinielas cuando nunca se ha presentado al Premio Planeta; Alicia Jiménez Bartlet, madre literaria de la inspctora Petra Delicado, con su marido, Carlos, y el director editorial de Planeta, Carlos Revés, con su mujer, Gloria, con quien hablamos de bolsa y de estiramientos faciales, ahora que estoy puesta en la materia gracias a un reportaje que acabo de escribir para El País Semanal. A mi lado se sienta Nativel Preciado, que nunca sabrá cuánto le agradeceré lo bien que me trató cuando fui finalista del Planeta. Es una mujer lúcida, inteligentísima, dotada de un agudo sentido del humor y la capacidad de observación que se presupone a todos los periodistas y que, en realidad, sólo tienen los mejores. Lo pasamos bien.

Poco antes de las doce, se hacen públicos los nombres del ganador y finalista. Fernando Savater y Ángela Vallvey suben al escenario, y les aplaudo a rabiar por muchas razones. Porque les admiro a los dos. Porque me interesan como autores. Y porque el triunfo de ambos va a producir úlcera a un puñado de sujetos que me son profundamente antipáticos. El nazionalismo radical está de luto: a ver como se digiera que el enemigo número uno se acabe de embolsar cien kilos de los de antes. En cuanto a Ángela, se que su voz y sus palabras sacan de quicio a muchos miembros de la izquierda exquisita y a todos los amantes del pensamiento único, que pretenden marcar el paso ideológico de todo lo que se mueve. Ángela no se muerde la lengua y lleva años diciendo en público lo que muchos no quieren oir. Ahora van a tener ración doble. Y me alegro. Mucho. Recuerdo a su novio, Ricardo, que está en Frankfurt perdiéndose la gran noche de la señorita Vallvey, y lo siento por ambos. Pronuncia unas palabras emocionadas y hermosas, y todos los que estamos en la sala hubiésemos querido abrazarla.

Brindo por Ángela Vallvey y por Fernando Savater, y por dos libros que sé que van a gustarme. Es, definitivamente, una noche de fiesta. Enhorabuena a los dos. Me alegro de todo corazón de este triunfo.

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jueves, 9 de octubre de 2008

Premios

Para mí, esta jornada está marcada por una noticia sensacional: la concesión del Premio Logroño de Novela a mi amigo Martín Casariego.
El libro, que aún tardará unos meses en llegar a las librerías, se llama "La Jauría y la niebla". Ya he tenido la oportunidad de leerlo. No ahondaré en la fortuna que supone poder leer buena literatura inédita, porque ya he hablado de ello demasiadas veces. La de Martín es una novela fabulosa.Y valiente. Y necesaria. Retrata un caso de acoso escolar en el marco de un pueblo vasco de hondas influencias abertzales. El resto hay que leerlo. Y disfrutarlo.

Estoy tan contenta por Martín como él se merece. Es una persona extraordinaria que me privilegia con su amistad, su compañía, su sentido del humor y su inteligencia. "La jauría y la niebla" es una nueva prueba de su maestría como narrador.

Más premios: las quinielas no han servido para nada, y el Nobel de literatura va a parar a manos del - para mí - desconocido escritor francés Jean Marie Gustave Le Clezio. Enhorabuena para él... y para su editorial española, la veterana Cátedra, a quien se le presenta una oportunidad de oro. Me alegro por el uno y la otra. Le Clezio tiene la piel blanca, la mirada extraña y, según dicen los críticos, el verbo hermético. Vargas Llosa y Philip Roth siguen esperando. Galdós o Borges lo hicieron eternamente.

Rafael Reig me cuenta que en España hay más coches oficiales que en Estados Unidos. Me parece difícil dar crédito a semejante dato, pero justo hoy salta la noticia: el alcalde de Leganés se ha comprado - con cargo al erario - un coche igualito al de Nicolas Sarkozy. Ya sé, ya sé que hace sólo unos días le tiré el dardo envenenado al alcalde de Parla... pero es que me lo ponen muy fácil. Un alcalde de pueblo - que nadie se cabree: Leganés no es capital de provincia - con el mismo coche que el Presidente de la República Francesa, lleno de inhibidores, de alertas contra misiles y detectores de cabezas nucleares. Hay que ser majadero. Y hortera. Y caradura. Espero que el ayuntamiento de Leganés tenga sus cuentas saneadas, que no haya necesidades básicas que atender ni agujeros que tapar, porque habría muchas más razones para sacar los colores a su alcalde, que debe haberse pasado la vida soñando con un coche como el de James Bond "pero en mejor". Ahora que es alcalde, ha hecho realidad su sueño más húmedo a cargo del ayuntamiento. De coña, vamos.

Y de coñas y alcaldes: el de Madrid, Ruiz Gallardón, ha decidido eliminar de las calles del centro los hombres anuncio. Debe ser que afean el paisaje urbano, mucho más que las decenas de mendigos lisiados que, comandados por mafias varias, convierten la zona de la Puerta del Sol en un remedo de Calcuta: hay cojos, tuertos, enanos a porrillo, viejos minusválidos... Pero a Gallardón le molesta un chaval que se gana unos euros colocándose un cartelón en el que se anuncian vaqueros baratos. Parece una broma. Lo malo es que es cierto.

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martes, 7 de octubre de 2008

Encuentros digitales

¿Qué hubiese pensado de haber leído esa expresión hace, digamos, veinte años? Yo tenía dieciocho y estaba empezando la universidad. Los trabajos de clase se hacíanamano antesde pasarlos a máquina, porque los ordenadores eran un lujo inasequible y reservado a unos pocos. Internet no existía, o al menos no popularmente. Los teléfonos móviles eran una herramienta de 007 y sus muchachos. Veinte años. Cuatro lustros. El pleistoceno. La época en la que la expresión "encuentro digital" sonaba a algo, como mínimo, raro y oscuro.

Como las cosas han cambiado y yo ya he cumplido veinte años más, resulta que este viernes tengo un encuentro digital en elpais.com. Lo digo porque a lo mejor alguno de los misericordiosos lectores de esta bitácora se animan a acercarse por allí, a eso de las once de la mañana, y lanzarme una pregunta lo menos comprometida posible. Yo es que soy muy cobardica con eso de los encuentros digitales.

Como con Fernando Marías en un restaurante de Chueca, lleno hasta la bandera en la hora del almuerzo. La verdad es que en los locales de mi barrio no se nota la crisis, pero un conocido economista hace un análisis - según él, empírico - que me deja helada: el abarrote de restaurantes y bares, incluso de tiendas, es el aperitivo de la explosión final. Una especie de orgía preventiva. O una venganza doméstica: ya que no puedo comprarme la casa, ya que nome voy de vacaciones, ceno fuera y me pido una botella de vino caro. A mí se me escapan esos detalles, para qué voy a mentir. Simplemente, me da subidón ver las mesas de una restaurante llenas hasta los topes, y me baja el ánimo un cartel de "se traspasa" colgado en la puerta de una tienda.Cuando veo eso, la imaginación se me desboca y me imagino la historia de la persona que ha tenido que tomar ladecisión de cerrar su negocio. Me pregunto cuántas noches en vela le ha costado, cuántos números ha hecho, cuántas veces se ha enfadado o se ha desesperado o se ha entristecido. Intento pensar que quizá el que traspasa el negocio lo hace para ampliarlo, o porque ha encontrado un local mejor dos calles más arriba. Yo soy así de idiota. Cuando veo por la calle una ambulancia con la sirena a toda pastilla, pienso que dentro va una mujer a punto de dar a luz. O eso me digo a mí misma, porque sé que la verdad es otra. Hoy, mi amigo Chicho me contó que van a cerrar la floristería de la calle Huertas, la que da a la Plaza del Ángel. Seguro que la conoces. Era un espacio casi mágico, con un pequeño jardín circundando un invernadero donde se vendían plantas, bulbos y flores frescas. No sé por qué cierran. No lo quiero saber. A lo mejor es que a sus dueños les ha tocado la primitiva y se van a vivir al lugar de sus sueños. Ojalá sea eso. Y que no venga nadie a contarme la verdad. Menos hoy, que llueve en Madrid y se exhibe el otoño.

domingo, 5 de octubre de 2008

Recta final

Paso parte del fin de semana en Covarrubias, en un congreso patrocinado por Caja de Burgos. Santiago Tamarón me presenta y leo en voz alta un cuento mío, "Cartas de amor". Este relato tiene casi doce años, pero me sigue gustando, y además el tema iba al pelo en cuanto a la reunión. "Pretexto Covarrubias" es una reunión multidisciplinar en torno al idioma, y en ella se citan filólogos, escritores, estudiosos del español , periodistas y profesores universitarios. El ambiente es cordial, y Covarrubias, un lugar precioso en las riberas del Arlanza.

Coincido con gente a la que aprecio: en la cena del viernes, comparto mesa con Ángela Vallvey y su chico, Ricardo Artola. Ángela me cuenta que ha sufrido un robo en su propia casa, y que ella misma puso en fuga al ladrón. Al día siguiente, Alberto Vázquez Figueroa nos cuenta historias fascinantes: una, sobre el coltan - el nuevo petróleo. Según Alberto, quien domine el Coltán dominará el mundo - y otra, sobre una novia multimillonaria a la que dejó por miedo a aburrirse. No sé si la historia del coltán y la de la novia megarica son verdad o mentira, pero me da igual: todo el mundo se divierte escuchándolas.

Hablamos de las posibilidades de la red, del correo como elemento de resurrección del intercambio epistolar. Nos han dejado en la habitación una pastas riquísimas que hacen las monjas de un convento cercano, y me como la mitad de la caja intentando olvidar que - como oportunamente advierte el envase - están hechas de manteca, azúcar y huevo.

El sábado comparto mesa con Loranzo Silva y Óscar Esquivias. Óscar ganó el Ateneo Joven dos años después que yo, y desde entonces hemos coincidido varias veces. Siempre nos acordamos de aquella ocasión en que nos invitaron, junto con una nutrida representación del "mundo de la cultura" (así lo denominaron otros) a una recepción en el Palacio Real. Hicimos juntos el besamanos, aguantádonos la risa nerviosa y dudando sobre si hacer o no la reverencia protocolaria. Un compañero de mesa ajeno al mundo literario nos cuenta que fue secretario de un famosísimo escritor, y que una vez le dictó un artículo entero completamente desnudo. "Pasé uno de los peores ratos de mi vida, no sabía ni adónde mirar". Lorenzo nos cuenta historias de viajes de trabajo: "Una vez viajé a Bergen, donde me habían invitado a dar una conferencia. Llegué al aeropuerto y no había nadie esperándome... lo malo es que no sabía ni el nombre del hotel. Ya estaba dispuesto a recorrer todos los hoteles de Bergen cuando me encontré a un grupo de españoles que asistían a un congreso. Los acompañé a su hotel para empezar por allí la búsqueda... y era justo el mismo en el que yo tenía una reserva". Juntos nos acordamos de otro escritor que se pasó una semana en un hotel de Brasil: nadie de la organización de un encuentro al que acudía como invitado se puso en contacto con él en siete días. Se volvió a España sin haber desentrañado el misterio del congreso fantasma. Alguien debería escribir un libro sobre las historias increíbles que rodean nuestro oficio.

De regreso a Madrid, me doy cuenta de que he olvidado en el autobús de ida el libro de Philip Roth que estoy leyendo. Pocas cosas dan más rabia que perder un libro, más aún si se lleva por la mitad. Hoy me llega un correo: mi buena suerte ha hecho que Óscar encontrara el libro y que se ofrezca a devolvérmelo. Eso sí, me pide una moratoria en la entrega para poder terminarlo. Es lo que tiene Philip Roth. Me encanta que sea Óscar quien haya encontrado el libro. Yo, mientras tanto, he empezado "El señor Pip", de Lloyd Jones, que me ha enviado el siempre generoso Juan Milá, editor de Salamandra. Es una historia deliciosa que se lee como un cuento.

Esta semana, mi novela entra en la recta final. Ya es cuestión de días, aunque a veces me pregunto si no estaré retrasando deliberadamente el momento de poner el último punto a la historia que ha ocupado mi vida durante más de un año. Es difícil desprenderse de unos personajes que uno ha aprendido a apreciar, y , como he hecho otras veces,me pregunto en qué voy a pensar ahora cuando me queda absorta y con la mirada perdida.

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