Los libros no son caros (Homenaje a los libreros)
Y otra entrega de posts dedicados a desmontar tópicos. Ya he hablado de que no es verdad que la gente lea y de que no es verdad que los escritores nos llevemos mal.
Hoy, en vísperas del Día de las Librerías, quiero echar por tierra esa falacia de lo carísimos que son los libros.
El otro día, detrás de mí, dos señoras merendaban en una pastelería de la calle Serrano. Una de ellas hablaba de lo disparado que está el precio de los libros, y de que claro, así no hay manera de aficionarse a la lectura.
Lo decía sin despeinarse mientras se tomaba un pedazo minúsculo de tarta por la que en esa pastelería exclusivisima te clavan tres euracos. Como además se estaba tomando un café y una botella de agua mineral, el piscolabis iba a salirle a la mujer por no menos de nueve euros.
Imaginene ustedes el esfuerzo que me costó no decirle a la señora que por el precio de la merienda - rica, por lo demás, en grasas saturadas, calorías y otros ingredientes infernales - podría comprarse un libro de bolsillo de esos de los que, al parecer, le aparta su precio abusivo.
Está mal pagar nueve euros por un libro pero no tres por una ridícula ración de tarta. Así va la cosa como va.
Eso no es todo. Esta mañana discutí con un amigo sobre el mismo tema: el precio de la lectura. Él aseguraba que los libros en España son mucho más caros que en el resto del mundo, y que por eso por ahí adelante la gente lee y aquí no.
(A nuestro alrededor, por cierto, la peña se ponía morada de unas croquetas muy ricas que cuestan 1,50 la pieza)
Yo he comprado libros en casi todos los países que he visitado, y en general por ahí adelante - hablo de Europa y Estados Unidos - los libros cuestan más o menos lo mismo que aquí. Otra cosa es que haya un floreciente mercado de libros de segunda mano que aquí no existe (de la misma forma que el fenómeno de la ropa "vintage" es eso, un fenómeno más bien raro) . Pero una primera edición de un libro editado ahora cuesta poco más o menos lo mismo en España que en Inglaterra. Muy cerca de mí, en mi bilblioteca, tengo un ejemplar de un libro sobre la familia Astor que compré en Londres el año pasado. Es una edición normalita en pasta blanda, de menos de 200 páginas. Pagué 12 libras por él, unos quince euros. Lo mismo que me hubiese costado en España un libro de esas características.
"La vida después", mi última novela, cuesta algo más de veinte euros. No digo que sea un chollo, pero es un volumen bien editado, en pasta dura, con sobrecubierta, y tiene cuatrocientas páginas, lo que implica que hay lectura para siete horas.
Ahora, por favor, decidme qué entretenimiento dura siete horas y cuesta veinte euros. Por no hablar ya de la posibilidad de recurrir al libro de bolsillo, que por menos de 10 euros te da lo mismo que un libro en edición de lujo. Y, por cierto, la diversión puede pasar de mano en mano, como la falsa moneda, sin más condición que la buena voluntad de devolver el préstamo.
Los campos de fútbol están a reventar, y las entradas no son no que se dice baratas. Y mucha gente que se lamenta de que los libros no cuesten menos no se escandaliza cuando ve que un bolso cuesta seiscientos euros.
Los libros pueden resultar caros, pero es imposible abaratarlos. Esos veinte euros que cuesta un libro contiene el trabajo del editor, del autor de la portada, del impresor, del distribuidos y del autor. Y, por supuesto, del librero.
Ah, el librero. Ese tipo que generalmente se ha metido en el negocio por pura vocación. Que las está pasando canutas porque, igual que se venden menos jamones, también se venden menos libros. Ese tipo que es capaz de localizar un ejemplar desde la referencia disparatada de un cliente: "No me sé el autor, y el título es algo de un gato... o puede que sea un perro... pero sale una pareja que se enamora, y él le es infiel... bueno, o a lo mejor la infiel es ella, pero se separan." Pues oye, el librero de verdad encuentra el libro. Y no solo eso: se muere de ganas de que el lector lo disfrute, y cuando vuelve por la tienda le pregunta si le ha gustado.
Por favor, por favor, por favor, no os quejéis nunca ante un librero de lo caros que son los libros. Porque ese libro que os está vendiendo le deja un margen pequeño del que tiene que sacar para pagar su sueldo, y el alquiler, y la luz de la librería, y los correspondientes impuestos.
Mi ya dilatada experiencia me dice que el que no lee libros porque dice que son caros no tiene ni p... idea de lo que cuestan los libros. Y que, en cualquier caso, no leerían un libro así los regalasen con las cajas de galletas.
Hoy, en vísperas del Día de las Librerías, quiero echar por tierra esa falacia de lo carísimos que son los libros.
El otro día, detrás de mí, dos señoras merendaban en una pastelería de la calle Serrano. Una de ellas hablaba de lo disparado que está el precio de los libros, y de que claro, así no hay manera de aficionarse a la lectura.
Lo decía sin despeinarse mientras se tomaba un pedazo minúsculo de tarta por la que en esa pastelería exclusivisima te clavan tres euracos. Como además se estaba tomando un café y una botella de agua mineral, el piscolabis iba a salirle a la mujer por no menos de nueve euros.
Imaginene ustedes el esfuerzo que me costó no decirle a la señora que por el precio de la merienda - rica, por lo demás, en grasas saturadas, calorías y otros ingredientes infernales - podría comprarse un libro de bolsillo de esos de los que, al parecer, le aparta su precio abusivo.
Está mal pagar nueve euros por un libro pero no tres por una ridícula ración de tarta. Así va la cosa como va.
Eso no es todo. Esta mañana discutí con un amigo sobre el mismo tema: el precio de la lectura. Él aseguraba que los libros en España son mucho más caros que en el resto del mundo, y que por eso por ahí adelante la gente lee y aquí no.
(A nuestro alrededor, por cierto, la peña se ponía morada de unas croquetas muy ricas que cuestan 1,50 la pieza)
Yo he comprado libros en casi todos los países que he visitado, y en general por ahí adelante - hablo de Europa y Estados Unidos - los libros cuestan más o menos lo mismo que aquí. Otra cosa es que haya un floreciente mercado de libros de segunda mano que aquí no existe (de la misma forma que el fenómeno de la ropa "vintage" es eso, un fenómeno más bien raro) . Pero una primera edición de un libro editado ahora cuesta poco más o menos lo mismo en España que en Inglaterra. Muy cerca de mí, en mi bilblioteca, tengo un ejemplar de un libro sobre la familia Astor que compré en Londres el año pasado. Es una edición normalita en pasta blanda, de menos de 200 páginas. Pagué 12 libras por él, unos quince euros. Lo mismo que me hubiese costado en España un libro de esas características.
"La vida después", mi última novela, cuesta algo más de veinte euros. No digo que sea un chollo, pero es un volumen bien editado, en pasta dura, con sobrecubierta, y tiene cuatrocientas páginas, lo que implica que hay lectura para siete horas.
Ahora, por favor, decidme qué entretenimiento dura siete horas y cuesta veinte euros. Por no hablar ya de la posibilidad de recurrir al libro de bolsillo, que por menos de 10 euros te da lo mismo que un libro en edición de lujo. Y, por cierto, la diversión puede pasar de mano en mano, como la falsa moneda, sin más condición que la buena voluntad de devolver el préstamo.
Los campos de fútbol están a reventar, y las entradas no son no que se dice baratas. Y mucha gente que se lamenta de que los libros no cuesten menos no se escandaliza cuando ve que un bolso cuesta seiscientos euros.
Los libros pueden resultar caros, pero es imposible abaratarlos. Esos veinte euros que cuesta un libro contiene el trabajo del editor, del autor de la portada, del impresor, del distribuidos y del autor. Y, por supuesto, del librero.
Ah, el librero. Ese tipo que generalmente se ha metido en el negocio por pura vocación. Que las está pasando canutas porque, igual que se venden menos jamones, también se venden menos libros. Ese tipo que es capaz de localizar un ejemplar desde la referencia disparatada de un cliente: "No me sé el autor, y el título es algo de un gato... o puede que sea un perro... pero sale una pareja que se enamora, y él le es infiel... bueno, o a lo mejor la infiel es ella, pero se separan." Pues oye, el librero de verdad encuentra el libro. Y no solo eso: se muere de ganas de que el lector lo disfrute, y cuando vuelve por la tienda le pregunta si le ha gustado.
Por favor, por favor, por favor, no os quejéis nunca ante un librero de lo caros que son los libros. Porque ese libro que os está vendiendo le deja un margen pequeño del que tiene que sacar para pagar su sueldo, y el alquiler, y la luz de la librería, y los correspondientes impuestos.
Mi ya dilatada experiencia me dice que el que no lee libros porque dice que son caros no tiene ni p... idea de lo que cuestan los libros. Y que, en cualquier caso, no leerían un libro así los regalasen con las cajas de galletas.
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