viernes, 27 de febrero de 2009

La jauría y la niebla

Siempre he dicho que una de las ventajas de tener amigos escritores es la posibilidad de leer textos antes de que sean publicados. Por eso leí "La jauría y la niebla" hace varios meses, en una copia que Martín sacó de su ordenador y a la que puso un canutillo de álambre y una funda de plástico. De hecho, creo que entonces la novela ni siquiera se llamaba así, pero el título ´con el que Martín bautizó finalmente aquellas páginas es tan brillante y acertado, que no merece la pena acordarse del primero.



Hablar del libro de un amigo es difícil, porque puede parece que uno lo hace movido por el afecto, el respeto y la admiración. En mi caso, eso es verdad: Martín Casariego es uno de mis amigos más queridos desde que una feliz casualidad nos unió sobre los raíles de un tren de vía estrecha que cruzaba el norte y donde hablamos poco de literatura y muchode otras cosas que son las que nos han unido. Confesado, pues, mi cariño sin fisuras por su autor, no puedo dejar de aplaudir "La jauría y la niebla".



Martín Casariego se ha enfrentado con uno de los grandes temas sociales de la sociedad de principios de este siglo que todavía no sabemos muy bien de qué va. El acoso escolar ha pasado de ser una especie de leyenda urbana a convertirse en uno de los problemas más acuciantes de la comunidad educativa. La literatura ha pasado por él solamente de puntillas, quizá porque es tan difícil para el autor adulto zambullirse en una realidad que queda demasiado lejos, que casi todos preferimos eludir el tema y dejar la patata caliente en manos de otro. Y Martín ha agarrado la patata aún a riesgo de poder achicharrarse los dedos. El resultado, una de las grandes novelas de esta temporada.



Pero, además, Martín Casariego ha querido ir a mas creando para la trama de la novela un ambiente particular y opresivo: por medio de insinuaciones, de flashes, de escenas rápidas y hasta veladas - soberbia aquella en la que un barrendero limpia las calles bajo la vigilancia de un escolta - el autor nos lleva de bruces contra la realidad del entorno abertzale en un pueblo vasco. Estamos, pues, ante un texto arriesgado, valiente y magnificamente construído, con una estructura ambiciosa pero no por ello menos clara.

Es un libro excelente. Es una excelente historia, que supone el mejor regreso de Martín Casariego a la literatura de adultos.

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domingo, 22 de febrero de 2009

Contando los días

Cuento los días que me separan del 17 de marzo, y pienso que todavía son demasiados.
Paso esta semana entre viaje y viaje: primero, a Galicia, a visitar diez colegios donde han leído mis libros infantiles. Es divertidísimo reunirse con los chicos: no se callan nada, lo dicen todo, son cariñosos y naturalmente amables. Aprovecho mi estancia para ver a amigos. En Santiago, Darío, que me acompaña en el viaje, me ha preparado una sorpresa organizando una comida con la madre Macamen, que dirigía el colegio de la Compañía de María donde hice la EGB y que es ahora superiora del centro que la Orden tiene en Santiago. Paso dos horas preciosas recordando aquellos tiempos. Le recordé a Macamen mi perplejidad cuando vi por primera vez a aquellas religiosas que llevaban vaqueros y camisas de cuadros. Aquel era un colegio transgresor y modernísimo que, en los primeros días del posfranquismo, prestaba las instalaciones para reuniones políticas del Partido Comunista.

El martes ceno con Fernando Marías, con quien coincido en La Coruña por casualidad, y dos tipos estupendos, Javier Pintor y Xabier Seoane. Eligen un restaurante que no conozco, la Buena Sombra, y piden tantas cosas ricas que me olvido de las precauciones y del régimen. Bebemos vino, tomamos helados artesanos para el postre y hacemos planes para el próximo encuentro.

El miércoles, antes de marcharme de Galicia, desayuno con Marta Rey, que acaba de dejar la direción de la Fundación Barrié. Más pierde la Fundación que ella: Marta es inteligente, extrordinariamente trabajadora, capaz y una de las personas mejor preparadas que conozco. "Pero eso - le digo - es un obstáculo cuando hay que nadar entre mediocres." Ella se ríe, y las dos entendemos. Quedamos en vernos más ahora que va a dedicarse de lleno a su trabajo como profesora en la Universidad.

El miércoles vuelvo con el tiempo justo para hacer el programa de radio, "Afectos en la noche", donde coincido con Óscar López, Rafael Vallbona y Silvia Tarragona, y, al día siguiente, a las once, tomo el avión a Milán, donde voy a hacer uno de los reportajes más bonitos de mi vida. Llego a mediodía, y, como se han concentrado en una sola sesión las entrevistas y las fotos, dispongo de toda la tarde para mí. No hay nada más apetecible que una tarde por delante en una ciudad que te gusta, sin ningún compromiso ni nada que hacer.

De camino a la pinacoteca de Brera, donde hay una pequeña exposiciónde Caravaggio, hago una parada en La Anticca Focacceria de San Franciso, donde puedes elegir entre una docena de focaccias variadas y los pasteles más ricos de la ciudad. Hay mucha gente, y cuando estoy decidiendo cual de esas exquisiteces voy a pedir, la dependienta pone delante de mi una bandeja a rebosar de diferentes variedades en trocitos minúsculos. Y ¿qué va a pensar alguien de Lugo, habituada a la esplendidez de las tapas de los bares? Pues que se invita a los clientes a degustar el producto. Así que, no sin cierta indolencia, pruebo la focaccia de anchoas y tomate y otra cubierta de calabacines asados. Me decido por la primera y, cuando ya estoy pidiendo, un tipo trajeado y guapo se lleva la bandeja, que no era cortesía de la casa, sino su almuerzo. Me pongo colorada hasta la raíz del pelo. Otro chico, que ha presenciado la escena - supongo que encantado - medice, muerto de risa: "tranquila. No cogiste mucho, y, además, ese tío no parece muy simpático". Me llevo a una esquina mi focaccia, mi vergüenza y mi desconcierto, y como en dos bocados. Me llevo fuera el postre - una especie de buñuelo relleno de crema -deseosa de huír para siempre de mi metedura de pata.

En la pinacoteca, la visión del Cristo de Mantegna me reconcilia conmigo misma. Paso en el museo un par de horas, a pesar de que el claustro, una joya de columnas ligeras como el aire, está cerrado por obras. Camino luego hasta la calle Montenapolone. Ya no hay rebajas, pero las tiendas de lujo están a rebosar de japoneses y damas altas y bellas que no se quitan las gafas de sol. Tomo un chocolate en Ovo, la antigua pastelería donde recalan los compradores rodeados de bolsas de Prada, de Versace y de Armani, y luego sigo caminando hasta el Duomo. La última vez que estuve en Milán la fachada estaba cubierta de lonas, asíque disfruto al verla limpia y libre de andamios. Luego subo a la última planta de los almacenes Rinascente y bebo algo en la terraza con vistas a los tejados de la catedral, y antes de regresar a mi hotel - que es horrible, dicho sea de paso - paseo brevemente por las galerías Vittorio Emmanuele. Hace un frío espantoso: apenas dos grados, amenizados por el viento, pero al menos no llueve. Al llegar al hotel, caigo en la cama y duermo como un leño.

Al día siguiente, mi cita es a las nueve. El trabajo va como la seda: ´las cosas no podrían haber salido mejor. No puedo contar más de la historia, pero es la más bonita de todas cuanto he escrito, y cuando al terminar cojo el taxi con destino al aeropuerto me invade una notable sensación de triunfo. Acaricio sin darme cuenta la libreta de notas y la grabadora con másde dos horas de conversaciones, y pienso que ha sido una muy buena semana. Y encima, cada vez falta menos.

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viernes, 13 de febrero de 2009

Una buena semana

Otro talibanciño, de nombre Paulino Vázquez y al parecer empleado de la Xunta de Galicia - su dirección de correo electrónico así lo indica - me manda otro correo insultante. El nombre del primer talibanciño no lo publiqué, pero como este es un trabajador público cuyo sueldo contribuyo a pagar con mis impuestos y cuya dirección de correo mantengo, me veo en el derecho de poner su patronímico negro sobre blanco. En fin, cousas veredes e non as creeredes, que decía mi pobre abuela. A todo esto, el cernícalo trabaja en la Consellería de Educación... sin comentarios.

En fin, vamos a otras cosas. Esta semana estuve en Barcelona, en el fallo del premio Seix Barral. Se lo han dado a Clara Usón por la novela "Corazón de napalm". No he leído nada de ella, pero Rosa Montero, que sí lo ha hecho, me dice que es una excelente escritora. Me encontré con Ricardo Menéndez Salmón, cuya novela, "El corrector", está a punto de salir a la venta. Es un tipo excelente y un escritor extraordinario. Me habla de su hija Vera, que lo tiene consumido - por las noches en vela - y embobado. Con David Trueba y Ángela Vallvey coincidí en la estación del AVE. Alguien contó que la mitad de los escritores habían viajado en un tran anterior.

- Es una medida inteligente - apuntaba David - nos dividen en dos grupos porque así, si el tren descarrila, no se queda el país sin escritores.

- Eso, como hacen con la familia Real.

A David lo conozco muy poco, pero es un tipo estupendo y divertidísimo a pesar de su aspecto grave. Coincidí con él en la radio el día que localizaron a Sadam Hussein, y en vez de hablar de libros y de cine tuvimos que hablar de Irak. También me encuentro a Luisa Castro, a quien no veía desde que se fue a Santiago. Luego, en el almuerzo, me siento entre Luis Antonio de Villena y Vicente Molina Foix, y ante el ejercicio de ingenio y mordacidad que emplean con todo y contra todo tengo la impresión de estar de más. El café - y la copa - lo tomamos en otra mesa, con mi agente, Antonia Kerrigan su marido, Ricardo, Carlos Revés, Espido Freire y Sonsoles, que a pesar de su aspecto angelical lleva con mano firma los asuntos de derechos de Autor en Planeta. Me dejo el gintonic a la mitad, porque tengo billete para el ave de las seis y media y Fernando Marías, con quien he quedado para el regreso, se poner nervioso con la amenaza de llegar tarde.

- Déjame que le de otro traguito

- Nos vamos a quedar en tierra.

- Hay otro ave a las siete y media - Carlos Revés, muy misericordioso, se compadece de mí.

- Ya, pero llega tardísimo.

Cuando nos vamos, me encuentro en la puerta con Juan Cerezo y Félix Romeo, que se van a tomar otra copa, y maldigo mi falta de previsión al no haber cogido el puente aéreo en lugar del tren. En el Puente te marchas cuando te da la gana, es decir, cuando se acaban las copas y la juerga. Eso sí, el viaje de vuelta resulta muy divertido. Antes de salir, los del ave nos hacen una foto delante del tren a Fernando Marías, Ángela Vallvey, a Rosa Montero, a Ángeles Caso y a mí. Alguien comenta que tendría gracia que se pusiese en marcha y nos quedásemos en tierra, y Ángeles dice que ya le pasó algo así.

- Iba a no sé donde, y el tren paró en Albacete. Me bajé a fumar un cigarrito y arrancó sin mí. Me quedé en el andén sin bolso, sin documentación y sin dinero. Sólo tenía en la mano el paquete de tabaco y el móvil.

Cuando llegó a Madrid tendo un extraño dolor de riñones que no me explico hasta que recuerdo que he estado dos horas y media doblada en el asiento para hacer tertulia con Carmen Ramírez y con Ángela Vallvey.

El martes y el jueves los paso en colegios, en encuentros con chicos de secundaria que han leído mi libro "Otra vida para Cristina". Es bueno tener ocasión de escucharlos y de que me escuchen. Les hablo de "Casablanca". Ninguno la ha visto, pero me piden que les cuente de qué va. Reconocen que la historia es buena, y les pido que dediquen dos horas al talento indiscutible de Michael Curtiz. El miércoles doy una clase sobre crítica literaria en el máster del CEU. La última media hora la pasamos hablando de libros más que de críticos, pero pido a los alumnos que no cuenten que me he saltado parte del programa.


Hoy he desayunado con Martín y con Reig. Hemos pasado nuestra cita a los viernes porque nos venía mejor a todos. La semana pasada Rafael no vino porque había quedado con Seamus Heney, el Premio Nobel de Literatura.

-Hombre, Reig, me alegro de verte.Pensé que a lo mejor te llamaba Naipaul, o Doris Lessing, y nos ibas a plantar otra vez.

Rafael sabe que lo que me joroba es que los Premios Nobel prefieran quedar con él que quedar conmigo. Claro que, si yo fuera premio Nobel, también llamaría a Rafael Reig para tomar algo antes que llamarme a mí.

Pedimos churros y zumos de naranja. Ellos café, yo chocolate, porque llevo toda la semana a re´gimen espartano y me he apuntado a una teoría que se ha inventado Rafael, y según la cual lo que se come por la mañana no engorda nada.

- ¿Estás seguro, Reig?

- No, seguro no. Pero ¿a que está bien pensado?

Pues eso, churros y chocolate,y zumo natural, que es sanísimo y tiene mucha vitamina C.

Hablamos de libros. Martín está leyendo la recopilación de relatos sobre la guerra civil que ha hecho Ignacio Martínez de Pisón. Dice que le está gustando. Rafael nos recomienda un volumen sobre el mismo tema publicado en Crítica y titulado "Recuérdalo tú, cuéntaselo a otros", a su entender uno de los mejores libros sobre nuestra guerra, articulado a base de testimonios. Yo les hablo de otro descubrimiento: "La noche de los cristales rotos", de Martin Gilbert, publicado en siglo XXI, y que gira sobre los antecedentes y sucesos de la "kristallnacht".

Martin nos ha traído el primer ejemplar de "La jauría y la niebla", que sale a la venta el 3 de marzo. Ha quedado muy bien. Es, seguramente, la mejor novela de Martín - con permiso de "La primavera corta, el largo invierno", y tiene una primera página absolutamente sublime. Es imposible que no vaya bien.

Hablamos luego de la cacería de Bermejo y Garzón, y Reig nos lee el artículo que sobre el tema ha sacado hoy en el diario "Público". Lo podéis leer en www.blogs.publico.es/rafaelreig . Es estupendo, valiente y un sano ejercicio de limpieza por parte de un tipo, Reig, que pertenece a la auténtica izquierda, esa que aún es capaz de escandalizarse cuando se violan los fundamentos de la división de poderes, sea en favor de quien sea. Así da gusto leer periódicos. Y ser ciudadano. Y mojar los churros en el chocolate, aunque la teoría de Reig sobre los desayunos contundentes sea más falsa que los billetes de siete euros

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viernes, 6 de febrero de 2009

Los talibanciños atacan de nuevo

Y mira que llevaban tiempo sin darme la brasa! Yo pensaba, inocente de mí, que habrían encontrado nuevos blancos para sus iras. Pero han vuelto al olor de la sardina.

Mañana, la asociación Galicia Bilingüe celebra en Santiago una manifestación en defensa del derecho al uso de las dos lenguas oficiales en Galicia. Su presidenta, Gloria Lago, me llamó para pedirme unas líneas de apoyo que pudiesen colgar en su página web. Esto fue lo que les mandé:

"Apoyo incondicionalmente la defensa del bilingüismo. Apoyo la enseñanza de las dos lenguas, y el derecho de los ciudadanos gallegos adesenvolverse en una o en otra en igualdad de oportunidades. Apoyo que un estudiante pueda elegir entre hacer un examen en gallego o hacerlo en castellano. y que un profesor esté autorizado a presentar su memoria anual en uno u otro idioma. Apoyo que un enfermo pueda dirigirse a su médico empleando cualquiera de las dos lenguas oficiales. Apoyo que las oficinas públicas dispongan de impresos en castellano y en gallego. Que una instancia pueda presentarse en las dos lenguas. Que cada maestro dé sus clases en un idioma o en otro. Que el dueño de un comercio rotule sus productos en el idioma en que se sienta más cómodo. Apoyo, sobre todo, el derecho de cada uno a elegir sin coacciones en cual de nuestros dos idiomas quiere estudiar, trabajar y vivir. Apoyo, en fin, el ejercicio de la libertad, bien supremo de cualquier sociedad democrática."

Eso fue todo. Ni una línea más, ni una línea menos. Horrible ¿verdad? Insultante ¿a qué sí? Falto de respeto a tope. Pues esta tarde, al entrar en mi correo , me encuentro con el mail de un señor - cuyo nombre omito, porque soy así de elegante - en el que me llama fascista, galegófoba y retrógrada,me dice que debería avergonzarme y me pregunta si puedo dormir bien por las noches. ¿Y por qué no voy a poder dormir bien, buen hombre? ¿Por pensar de una forma distinta a la suya? En un alarde de buenas maneras, el sujeto en cuestión titulaba su correo "mexando por fora", meando por fuera. Supongo que se refiere a su comportamiento de descerebrado. Es bueno que, al menos, reconozca por dónde va lo suyo

Hay en mi tierra una pequeña porción de la sociedad que padece desde hace tiempo una terrible enfermedad moral: la de los que se creen en posesión de la verdad absoluta, y pretenden arrinconar a todo aquel que se aparte del pensamiento fetén que es, por supuesto, el suyo. Mi correspondiente de hoy es uno de ellos. Peor para él, desde luego. Pero manda mandanga que te llame fascista un tipo que, con su forma de defender el ideario al que representa, podría dar cursillos de formación a flechas y pelayos o a las juventudes hitlerianas: tú dices lo que yo digo, y si no, al exilio.

En fin, pues esto es lo que hay y son esto tenemos que vivir. Deseo suerte de todo corazón a los convocantes de la mani de mañana. Con la que está cayendo, me temo que la vamos a necesitar.

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miércoles, 4 de febrero de 2009

Wyoming, el gracioso

Wyoming es un tío muy gracioso, o eso es lo que él se cree. La verdad, Wyoming resultaba gracioso hace un porrón de años, cuando era rompedor, original, auténtico. Un feo entre los guapos siempre llamala atención. Pero España ha cambiado, y en un país donde se considera sexy a Jesulín de Ubrique, a Santiago Segura o al portero de Aquí no hay quien viva, un tipo como Wyoming empieza a oler a rancio. Igual pasa con sus bromas. Wyoming tuvo su resurgir en la mejor etapa del "Caiga quien caiga", cuando él y los suyos se complacían en tocar las narices de Esperanza Aguirre - ahí no había machismo, qué va - y hasta el rey se ponía las consabidas gafas negras, porque quedaba muy bien y muy enrollado aguantar las impertinencias - a veces, muy inteligentes - de los chicos de negro. Pero pasó el momento, las gracietas del Wyoming empezaron a repetir más que la morcilla de cebolla y en telecinco les cerraron el grifo. Wyoming el grande se dedicó a decir que tras su condena a galeras estaba la mano negra de la plana mayor del PP, pero todo los que sabíamos por donde se corta el bacalao conocíamos que el Caiga se había caído de la parrilla por falta de audiencia, como el noventa y nueve por ciento de los productos televisivos.

En televisión, casi todo tiene fecha de caducidad - menos el incombustible "Luar" que se emite en la televisión gallega, pero esa es otra historia - y Wyoming no iba a encontrar su particular bula que le permitiese enfrentarse a su particular pérdida de popularidad, de audiencia, de simpatía, de gracia y salero y olé. Se estrelló con varios subproductos, y ahora vuelve al candelero después de un episodio bochornoso y sonrojante que retrata al personaje. Wyoming y los suyos grabaron un falso maltrato a una becaria y enviaron el vídeo a un programa de Intereconomía, que lo emitió y puso al maltratador - el gracioso Wyoming - como hoja de perejil. Luego resultó que el vídeo era un montaje, que la becaria y el jefe se habían puesto de acuerdo para colársela a la competencia y acusarles así "de no contrastar la información".

Y yo me pregunto ¿qué información había que contrastar? Había imágenes. Había audio. Había un señor gritando a una señorita. Lo que menos podían pensar los resposables de Intereconomía - o de cualquier otra cadena - es que un profesional podía ser tan irresponsable, tan mentecato y tan inmoral como para urdir una escena de teatrillo con el propósito de incordiar a la competencia.

Quizá había algo más: un deseo de notoriedad, de recuperar las portadas perdidas, el caso maldito que ya nadie hace al gran Wyoming. El montaje de la becaria es, seguramente, el canto del cisne de un personaje que ha inciado su declive y cae en barrena. Por supuesto, Wyoming ha vuelto a lasportadas, pero paraser denostado y criticado por todos sus compañeros de profesión con un mínimo de dos dedos de frente, que son los que a él le faltan, pese a lo que pueda parecer.

A todos nos llega el momento de aceptar que la estrellase ha apagado. En la forma de asumirlo, de vivirlo y de enfrentarlo está la ética, el savoir faire, la personalidad, la elegancia, el carácter. El domingo pasado, el inconmensurable Federer se dio cuenta de que, muy lentamente, empezaba a deslizarse cuesta abajo, y que la cumbre iba a quedarle cada vez más lejana. Por eso se desmoronó y lloró. Las lágrimas de Federer eran nobles y hermosas. Él se deshizo en llanto mientras un personajillo que hace mucho tiempo vive en el rinche preparaba una escena digna de vídeos de primera. Cada cual a lo suyo, claro. Federer, a la historia. Wyoming, a esperar la jubilación definitiva desde un puesto de palmero en la próxima ceremonia de los Goya, donde también te partes de risa.

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