jueves, 28 de mayo de 2009

Vuitton, mon amour

En el post de la semana pasada un lector me pedía que le aclarase en qué consistía el tabajo que iba a hacer "para Louis Vuitton".

Consistía, eso lo supe después, en vivir tres días seguidos en el séptimo cielo.

Llegado este punto, preferiría que dejasen de leer el post todos aquellos que, quizá con razón,piensan que perder el oremus por las firmas de lujo es una frivolidad imperdonable. A lo mejor es verdad, pero me encuentro entre esa legión vergonzante de mujeres (y hombres) que suspiran cuando ven las fotos de los desfiles de alta costura y sueñan con calzarse Jimmi Choo, enfundarse en trajes de chaqueta de Chanel y comprar el "underwear" en Victoria´s Secret. Qué le vamos a hacer. Cada cual tiene sus debilidades, y esta es la mía.

La cosa empezó cuando, hace unos días, Marta Flores, de Woman, me propuso hacer un trabajo en Ámsterdam. Había que escribir una guía de la ciudad, con direcciones, sugerencias y demás. El reportaje estaba patrocinado por Louis Vuitton.

- Vale. ¿Y a quién tengo que matar?

Confieso que fue un alivio escuchar que no hacía falta liquidar a nadie.

- Tendrás que llevar puesto algo de Vuitton... no sé, bolsos, cinturones... ¿ no te importa?

- Creo que podré soportarlo, contesté, mientras los ojos se me llenaban de lágrimas de gratitud al destino, el hado, o el santo del día, que vete tú a saber quien intercedió ante la suerte para que me cayese a mí semejante bicoca.

Tres días en Amsterdam, en un hotel de lujo, vestida con ropa de Escada, Vuitton o Burberry, peinada y maquillada por una profesional, posando para un fotógrafo experto.

Supongo que en Ámsterdam ya circula la leyenda urbana de una modelo enana que se hacía fotos delante de los puentes, pero esa es otra historia. Y, además, no conozco a nadie en Amsterdam, así que tampoco me preocupa mucho que se cachondeen de mí.

Yo llevaba unos vaqueros de Burberry´s, unas sandalias con cuña de Nine West, una chaqueta de Escada y un bolso de Louis Vuitton mientras posaba en bicicleta bajo el cielo iluminado por la luz que pintó Rembrandt. Y el resto del mundo me traía al pairo, si os digo la verdad.

Encima, la gente del equipo era estupenda. El fotógrafo, Pere, una especie de trasunto del santo Job, que ni una vez se quejó de mi falta de habilidad para el posado. Mary Carmen, su ayudante, una veinteañera radiante y siempre alegre. Marga, la estilista, que había seleccionado para mí la ropa con la que sueña cualquiera. Nuria Estero, que me maquillaba y peinaba cuatro veces al día para que pareciese siempre impecable; y Bolola,la representante de Vuitton, simpática como nadie, pendiente de todo y eternamente contenta.

Lo pasamos de maravilla. Y eso que nos pasó de todo. Llovió a Dios dar agua el día que íbamos a hacer fotos en exteriores. La KLM perdió el trípode que permitía hacer las fotos dentro de los locales. Hubo que hacer muchas cosas a la carrera. Pero también tuvimos suerte, como cuando Elisa nos dejó su bici para hacer una foto preciosa con la puesta de sol de fondo y luego nos invitó a visitarla en la fábrica de diamantes en la que trabaja. Allí nos dejó probarnos sortijas de ensueño y ver de cerca un diamante negro.

En estos días me subí en tacones imposibles, posé en camiseta a doce grados, sostuve un cachorrito empeñado en zafarse de mí, lucí un vaquero de trescientos euros, un bolso lleno de tulipanes amarillos, un cinturón de serpiente, un pantalón de See by Chloe... Fue como si hubiese llovido sobre mí el mismísimó maná.

Ayer, cuando de camino al aeropuerto tuve que coger otra vez mi bolso comprado en un mercadillo por veinte euros, pensé que es muy rápido acostumbrarse a lo bueno. Y de inmediato pensé también: que me quiten lo bailao. Encima, tengo pruebas: una colección de fotos en la que parezco la hermana rica de Marta Rivera de la Cruz.

Bueno, lo siguiente ya es para todos: mañana arranca la Feria del Libro de Madrid. Tendré algunas firmas, por si alguien quiere pasarse:

- El sábado 30, de 19 a 20,30, firma en El Corte Inglés de Alcalá de Henares
- Domingo 31, de 12 a 14, firma en la Caseta de Planeta (207) en El Retiro
- Domingo 31, de 19 a 21, firma en la Caseta de Librería Diálogo (85)

domingo, 24 de mayo de 2009

On the road again

Creo que era una canción de Willie Nelson la que empezaba así. Yo llevo toda la semana on the road, y mañana más.
Esta semana, visita a Betanzos, a la Librería Donín. Estupendo el ambiewnte y el esfuerzo realizado por el librero para difundir la lectura entre los vecinos. Como me dijo alguien, está claro que hay una gran diferencia entre libreros y expendedores de libros.

El viernes, Feria del Libro en Lugo. Muy mal, la verdad: pocos visitantes y menos ventas. Es una pena. Luego asisto a una mesa redonda en mi antiguo instituto, el Virxe dos Ollos Grandes, que celebra este año las bodas de oro de su edificio. Fluyen los buenos recuerdos y es agradable el reencuentro con profesores. Ceno en la misma mesa que Jorge Vivero, con quien conservo una amistad cercana, y con José Covas, que me daba clase de gallego. Era un gran profesor al que acostumbrábamos a sacar de quicio. Le confieso que no sé ni cómo me habla después de lo que le tomábamos el pelo.

Caigo en la cuenta de que hace veintiún años que dejé el Instituto, y pienso que dentro de otros veintiún años tendre sesenta. ¿Cómo es posible que el tiempo pase tan deprisa, que los años se nos escapen casi sin darnos cuenta?

El sábado visito a mi abuelo, que está pachucho, y amis tías Marina y Cirstina, que a pesar de frisar los noventa están como dos motos. Me cuentan historias de otras épocas, de cómo Cristina - que ahora tiene 87 años - rompió con su novio porque una amiga le dijo que tenía un lío con una vedette de un café cantante. Cristina no quiso ni dar a aquel chico la posibilidad de explicarse, aunque él siempre negó lo que decía que era una calumnia. El muchacho, y la propia Cristina, acabaron casándose con personas a las que no querían. Se me encoge algo dentro cuando Cristina me pregunta ¿qué hubieras hecho tú?, porque no creo que sea justo juzgar unos acontecimientos que sucedieron en los años cuarenta con la feliz perspectiva de una mujer del siglo XXI. Yo me fui, y mis tías se quedaron en su casa con vistas a la muralla, junto a sus fotos, sus recuerdos y sus dudas - supongo - acerca de lo que pudo haber sido y no fue. Qué difícil era las cosas para las jóvenes hace sesenta años, pienso, y siento una compasión inmensa por Cristina y por su novio de entonces, Pedro.

Mañana me voy a Amsterdam. En principio, tenía que haber pasado parte de la semana en Zamora, luego en Canarias, y al final, por un juego afortunado, me marcho a Holanda a hacer un reportaje `para Louis Vuitton. Sospecho que voy a divertirme. A la vuelta os lo cuento todo

lunes, 18 de mayo de 2009

Según a quien

Fin de semana en Sevilla. La ciudad está preciosa, con los árboles reventando de jacarandas de un azul indefinido. Hace sol y un calor moderado y dulce, tan distinto a lo que se avecina con la llegada del verano. Lo cierto es que en Sevilla el mes de julio puede ser desesperante, pero mayo es una delicia.

El viernes, cena espectacular en los jadines de los Reales Alcázares con motivo del fallo del Premio Lara. La noche es perfecta: ni frío, ni calor. El aire huele bien. En nuestra mesa se sientan Fermín Bocos, Jesús Badenes con su esposa y Carlos Revés. Lo pasamos bien, hablamos de muchas cosas. Revéz me cuenta que el boom literario de este año, la trilogía de Larsson, se ha estrellado en Estados Unidos. Apenas cuarenta mil ejemplares, cuando en España el primer tomo se acerca a la cifra de un millón en ventas. ¿Dónde está el fallo? Mientras en Europa cientos de miles de lectores se rinden al extinto señor Larsson, en Estados Unidos la novela pasa sin pena ni gloria. Así que las cosas son buenas o malas según a quien se le pregunte.

El premio es para Susana Fortes y su novela "Esperando a Robert Capa". Susana está feliz y guapísima, y al acabar la cena nos vamos a celebrar su éxito con Carmen Ramírez, Ana Datri, Fernando Delgado y su marido, Antonio Baquero... Fermín Bocos se marcha a la francesa ante la evidencia del ruido del "Groucho".

En la Feria de Sevilla, regular de firmas. Conozco a Eduardo Cruz Arcillona, amigo virtual hasta la fecha, y a quien conozco sin dificultad a pesar de la foto oportunamente velada por una botella de cerveza cruzcampo. Hablamos un rato, y le agradezco la visita en una tarde más bien floja de público. Un señor me pregunta si "La importancia de las cosas" es un libro de psicología, y se marcha decepcionado cuando le digo que no. Otro me pide que le cuente de qué va el libro, y aunque lo que me pide el cuerpo es contestar educadamente "por detrás viene un resumen muy bueno que ha hecho mi editora", obedezco docilmente. Como debería haber previsto, el tipo se va sin comprar el libro y sin echarme un cacahuete, que es lo mínimo que hay que hacer cuando un mono del zoo se porta como de él se espera.

Ante la tranquilidad ambiental, dedico el tiempo a recordar una cosa que me pasó el otro día, a bordo del AVE. Yo regresaba de algún sitio - creo que era Córdoba, pero no me acuerdo - y delante de mí viajaba una chica, o eso deduje por la melena rubia y el bolso - legítimo - de Louis Vuitton. En un momento dado, la chica empezó a hablar por el móvil. A hablar en voz alta. Muy alta. Tanto, que era imposible escapar de la conversación que mantenía con alguien, creo que un compañero de trabajo, ante quien desgranaba un rosario de críticas hacia otra compañera que se había portado muy mal con ella, y a ella le daba pena, claro, sobre todo por lo de los niños, que eso de tener dos niños enfermos es unadesgracia que no se le puede desear a nadie, pero con ella no había sido justa, no señor, y eso que ella era buena compañera, muy buena, que jamás en la vida había sido desleal a nadie, ni a subordinados ni a jefes...

Lo resumo por resumir, pero el monólogo - a lo mejor el otro, que se llamaba Javi, había colgado el teléfono - se prolongó tanto y a tal volumen, que dos hombres de negocios se refugieron en la cafetería al grito de "esto no hay quien lo aguante". Yo no fui tan osada, y durante más de cuarenta minutos aguanté mecha escuchando el soliloquio de aquella psicópata. Y, de pronto, algo se revolvió en mi interior y decidí tocar suavemente su hombro para pedirle que,si no podía marcharse a hablar a otra parte, tuviese a bien bajar el tono de la charla, pues ya coocíamos a Javi,a Mónica, a los niños enfermos de Mónica, a una tal Charo que estaba de baja y a alguien que se llamaba Toño y no había querido cambiarle las vacaciones, que hay que ver que falta de solidaridad.

Pues en eso estaba: ya había cogido aire y me había aclarado la voz cuando reparé en que aquella chica de suave cabello rubio, bolso de tres mil euros y voz enajenante era una mujer monstruosamente gruesa,que viajaba encajada - literalmente- en el asiento. Y de inmediato aborté mi plan de pedirle discreción.

¿Por qué lo hice? Por muy gorda que estuviese, aquella mujer no tenía derecho a volver loco al vagón entero con sus confidencias privadas y desgranadas a grito pelado. Lo cierto es que esperaba encontrarme con una pija estupenda y me di de bruces con una pobre mujer digna de compasión y de lástima. Y no tiene nada de malo cortarle el rollo a una tia maleducada si es guapa y de hechuras correctas, pero parece una canallada dar el toque de atención a una desdichada de talla elefantiásica. Así que, resignándome, esperé a que el pobre Javi se hartase de escuchar las desdichas de su amiga, cosa que, por cierto, ocurió cuando llevábamos hora y media de viaje.

¿Tenemos un rasero distinto para medir las cosas según de quien vengan? ¿Es justa la vara que usamos para calibrar comportamientos? Cada vez tengo más claro que no. ¿Y vosotros? ¿Qué decís al respecto?

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miércoles, 13 de mayo de 2009

Reunión

Esta noche, reunión "solochicas" en casa de Mamen: Marimén, Mamen, Monstse y yo. Será encuentro de la cuádruple M, que se repite de vez en cuando desde hace doce años, cuando las cuatro coincididmos en un excelente curso de doctorado que dictaba Pedro Sorela. Gracias a Pedro, por culpa de Pedro, leímos a Walker Evans, y la ´"Operación Masacre" de Rodolfo Walsh, y a Héctor Aguilar Camín. De aquella eran autores deculto, y algunos libreros ponían cara rara cuando nos acercábamos a pedirlos por el nombre. Por cierto, 451 acaba de reeditar el libro de Walsh, y os aconsejo que no os lo perdáis si queréis paladear una pieza excelsa de Nuevo Periodismo. Entre unas cosas y otras, la amistad - como las lecturas - resistió bien el paso del tiempo, y hoy nos volvemos a encontrar para hablar de muchas cosas y para recordar otras.

Ayer volví de Cádiz. Llevaba años sin visitar la ciudad. Cuando estaba en la Universidad estuve allí varias veces, y me bañé en el Atlántico y paseé por las arenas doradas de la playa larguísima que vive en comunión con la ciudad. Vi el mismo mar de entonces, y una ciudad más ordenada y más limpia, más parecida a La Habana que la última vez. Volví a comer cazón en adobo, y a escandalizar a mis compañeros de mesa al contarles que, en Galicia, devuelven los cazones al mar, porque su carne recia y algo correosa no gusta a nadie. Me encanta contar esa historia paladeando el cazón crujiente mientras veo las caras de asombro de los gaditanos que la escuchan.

En Cádiz conocí a Antonio y a Patty, lectores en la distancia, que encontraron en Rota la paz y la buena vida que les negaba Madrid. Patty, que es toda vivacidad, me cuenta que pasó cinco años en un hospital y cinco más en una silla de ruedas a consecuencia de un accidente. Al verla mirar, al verla reír, cuesta pensar que esta mujer haya podido estar enferma, y pienso que donde menos te lo esperas puedes encontrar una lección para la vida.

En el viaje de regreso a Madrid, acabo "Los hombres que no amaban a las mujeres",y encuentro justificado que el libro de Larsson se haya convertido en un best seller internacional. La historia es magnífica,aunque no veo tan clara su adaptación al cine. Al parecer, y tras el estreno de la versión sueca, los americanos preparan una nueva entrega de la historia, supongo que con la intención de decir aquello de "sí, está bien, pero nosotros lo vamos a hacer mucho mejor". Suerte a todos. Por mi parte, ahora voy a leer un volumen que me envía Juan Milá, de Salamandra, y que se titula "Genesis". También me tienta lo último de Martin Amis, aunque después de la "boutade" que pronunció en el Hay Festival - ya sabéis, que hay que dar gracias ETA por haber dado matarile a Carrero Blanco - siento el deseo de ponerlo en cuarentena durante unos meses. De hecho, iba a recomendaros un libro suyo... pero no lo pienso hacer hasta que se me olviden sus palabras frívolar, indignas de un tipo capaz de escribir...ehhh.... no lo voy a decir.

De vuelta en Madrid, trato de poner en orden el trabajo atrasado. Escribo un texto sobre Luis Alberto de Cuenca, y al repasar algunos de sus poemas encuentro uno que me había gustado mucho hace unos años: "Tú, que eres todas las mujeres / no sé si voy a ser capaz / de recordarte y recordarme". Confieso que hace mucho que no leo poesía. Antes sí lo hacía, pero me temo que la lírica no es buena compañera de viaje, y todas mis lecturas han de pasar, a la fuerza, por el despegue de aviones y el tránsito en trenes.

Mi agente me cuenta que acaba de firmar un contrato para traducir al griego "La importancia de las cosas". Es la editorial Oceania quien va a ocuparse de poner mis palabras en la lengua de los clásicos, y supone una dosis extra de moral. Ayer envié un correo a Zenia, la editora que ha querido comprar los derechos, para darle las gracias, aunque siempre creo que cuando agradezco algo no soy capaz de expresar bien lo que siento al hacerlo.

Esta semana, más viajes: el viernes por la tarde y el sábado, mañana y tarde, estaré firmando libros en la Feria de Sevilla. Este es, seguramente, el mejor mes para visitar la ciudad. Los árboles estarán cargados de naranjas, y habrá jazmines en los Reales Alcázares, donde cenaremos el viernes. El sábado iré a comer ortiguillas a Casa Robles y recordaré a Félix Bayón, con quien cené allí junto a Carlos Cano. Ahora, ellos dos están muertos, y tengo la sensación de que Félix me falta todos los días. Si viviese, el sábado Marcial y yo bajaríamos a Marbella, a su casa hospitalaria, a sentarnos debajo de la buganvilla para tomar gintonics y hablar de todas las cosas del mundo.

A partir de una edad, nada es completo. Siempre nos falta alguien.

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domingo, 10 de mayo de 2009

Los que escuchan

Estuve parte de la semana pasada por el Alto Aragón, de la mano sabia de Ramón Acín, que dirige el más inteligente Plan de Fomento de la Lectura que he conocido en mi vida. Durante los meses escolares, más de setenta escritores visitan colegios, institutos y asociaciones culturales de la región donde jóvenes y adultos han trabajado con sus libros. Resultado: horas de trabajo bien invertido, contacto con los lectores y la sensación de estar haciendo cosas en favor de la lectura. Es bueno contar con gente que sabe escuchar, que quiere escuchar.

Yo me encuentro con alumnos de dos institutos del Pirineo. Respeto, silencio, preguntas bien trabajadas, sonrisas y agradecimiento por parte de los profesores y también de algunos chicos "por haber venido hasta aquí". En Benabarre tengo una charla con miembros de un centro de educación de alumnos. La edad media de los asistentes supera los setenta. Me regalan chocolate, especialidad del pueblo, y me despiden con un aplauso. En Monzón, reunión con integrantes de varios clubes de lectura. Una lectora me trae un ramo de flores que huelen como las flores de otro tiempo, antes de que llegasen todas de invernaderos de plástico. Vuelvo a Madrid tan cansada como contenta, y pensando - creo que ya lo he dicho - que por qué todas esas cifras desproporcionadas que se tiran en acciones inanes para el fomento de la lectura no son manejadas por gente como Acín y los suyos, que por cuatro duros están creando lectores de verdad en pueblos de mil quinientos habitantes.


El viernes, la feria del Libro de Santiago. El viaje facilita el reencuentro con Úrsula, José Ramón, Loli e Higinio, amigos a los que no veo todo cuanto quiero. Tenemos tiempo para hablar. La feria es modesta, e Isabel, librera valiente, se queja - con razón - de falta de apoyo para hacer que la cosa funcione. Le deseo suerte para el próximo año.

Al fin empiezo a leer "Los hombres que no amaban a las mujeres". Es buena, buena, buena. Me encanta que las listas de superventas estén ocupadas por buenos libros. Este lo es, y me gusta pensar que me va a acompañar mañana en mi próximo viaje, esta vez a Cádiz. Por cierto, allí estaré el lunes por la tarde, en la Feria del Libro.
Hace tiempo que no voy a Cádiz. En la universidad, muchos de mis amigos eran andaluces, y pasé días muy felices por esas tierras, pero ahora llevo años sin ir por allí. Será un grato reencuentro con paisajes y lugares en ningún modo olvidados.

Hablo varias veces con Edu Vilas, que acaba de ser padre. Su niño, Bruno, nació la víspera de mi viaje al Pirineo, por eso no he podido verle todavía, pero confieso que ya he intentado imaginármelo. Los hijos de los amigos nos hacen desarrollar una particular forma de afecto, de ternura. Son apéndices del cariño que sentimos por nuestra gente, objetos que merecen nuestra protección, nuestros mimos. Por eso me encanta la sensación de tomarlos en brazos, y, con el tiempo, me satisface hacerme un pequeño lugar en sus vidas, como cuando Miguel, el mayor de los hijos de Martín, me llama tía Marta.

Me despido con las citas de esta semana:

Lunes - Feria del Libro de Cádiz
Viernes y Sábado - Firma en la Feria del Libro de Sevilla

jueves, 7 de mayo de 2009

Firma en Santiago de Compostela

Hola,
solo unas líneas para deciros que mañana viernes 8 de mayo, estaré firmando ejemplares en Santiago de Compostela. Será a las 18:30 en la Feria de Libro. Si os apetece pasaros, ya sabéis dónde estoy.

lunes, 4 de mayo de 2009

Qué pena

De vez en cuando, la vida te pega un revolcón, a lo mejor para qué te enteres de qué va esto exactamente. Para recordarte que hay que poner las cosas en su sitio y dejarse de monsergas. A veces la vida te da un coscorrón en la nuca, un pisotón en el dedo meñique del pie - con loque eso duele - , un puñetazo en los morros, y te obliga a dar marcha atrás y darte cuenta de lo imbéciles que podemos llegar a ser perdiendo de vista lo que de verdad tiene un valor absoluto y dedicando tiempo y esfuerzo a cosas que se deshacen entre los dedos. Llevo semanas pendiente de la marcha de una novela, de idas, venidas, presentaciones y bolos, preocupándome de unas cuantas cosas y perdiendo de vista otras. Y entonces, ayer, me llevé ese mamporro del que hablaba.

Sucedió en mi Lugo, o más exactamente a cien kilómetros. Un equipo juvenil de voleibol femenino regresaba a casa después de obtener la medalla de plata en el campeonato de España. Eran una veintena de adolescentes que regresaban, supongo que felices, justamente rebosantes de sensación de triunfo, a encontrarse con los suyos y a celebrar el éxito. Y entonces, un conductor imprudente hizo lo que no debía, y el autobús chocó contra un muro de contención. Os ahorro detalles que nada importan. Dos chicas murieron, una en el acto, otra al poco tiempo de llegar al hospital. Hay cuatro niñas heridas. El resto de la expedición sólo tendrá que preocuparse de restañar el daño incalculable que esta tragedia les habrá dejado en el alma.

Ahora intento imaginarme el ambiente que se respiraba en ese autobús un segundo antes de que el destino jugase tan cruelmente las cartas, y no puedo imaginar nada más vivo, más lleno de plenitud: un puñado de chicas de diecisiete años, enfrentadas felizmente - y quizá por primera vez en sus vidas - a la experiencia de la gloria, del éxito. Su gesta iba a ser glosada por los periódicos. Sus nombres aparecerían en páginas impresas,en foros de internet. ´Les harían entrevistas en la radio,quizá en la tele. Alguna de esas muchachas estaría enamorada, y haría el viaje de vuelta tan feliz como ansiosa por la inminencia de un reencuentro. Todas iban a recibir el aplauso, las felicitaciones de una ciudad entera legítimamente orgullosa de lo que habían logrado. quizá las chiquillas que murieron ni siquiera se dieron cuenta de lo que pasó. Quizá iban medio dormidas, saboreando en sueños el triunfo. Ojalá haya sido así. Ojalá esa posibilidad sirva para consolar mínimamente a sus padres, a sus hermanos. A todos los que querían a esas dos chiquillas, Aída e Iris, que no tuvieron tiempo suficiente para muchas cosas, pero, con toda seguridad, tampoco para descubrir todo lo malo que hay en el mundo. A los diecisiete años, los que ellas tenían,uno no quiere ni puede ver más que las cosas buenas que no rodean. Las posibilidades. Los anhelos. Todo lo que les ha sido arrebatado sin ellas saberlo.

Toda la ciudad está desolada. A Santiago se precipitaron, en lógico desorden, autoridades municipales y autonómicas, y sé bien que allí nadie fue a hacerse fotos, sino a confortar, a ayudar, a colaborar en lo mínimo o en lo máximo, todos con el corazón en un puño y el ánimo encogido antre la evidencia de una tragedia: dos niñas habían perdido la vida, y dos padres y dos madres habían perdido a sus hijas. Yo,que he visto morir a mi madre, no creo que exista un dolor más lacerante ni más injusto que el que están viviendo esas cuatro personas, y creo que cualquiera de las gentes de Lugo venderían hoy el alma a cambio de poder ayudarles en su dolor. Lo malo es que nadie puede. Ante el dolor estamos siempre inermes y terriblemente solos. Quizá después, cuando el tiempo se encargue de amortguar un poco esa pena hondísima que ahora sienten podrán necesitar apoyo, ayuda, calor y afecto. No me cabe duda de que habrá quien sepa dárselo.

Pienso en Aída y en Iris. Pienso en todos los que las quisieron y pasarán el resto de sus días echándolas de menos. Y pienso en todas las cosas absurdas que nos ocupan el corazón hasta que la vida nos recuerda el peso específico de determinados asuntos.