tag:blogger.com,1999:blog-78378181288352722262023-11-15T10:04:09.986-08:00Blog de Marta Rivera de la CruzMarta Rivera de la Cruzhttp://www.blogger.com/profile/06600041860556755996noreply@blogger.comBlogger142125tag:blogger.com,1999:blog-7837818128835272226.post-87808405301389702972012-01-29T13:52:00.000-08:002012-01-29T14:16:38.672-08:00Otro naufragioHace solo una semana escribía sobre el naufragio del Costa Concordia y el impresentable capitán Schettino, que puso pies en polvorosa en cuanto en su barco entraron dos dedales de agua. La imagen macarra del capitán, los diálogos cobardicas con su superior en tierra firme y sus excusas de mal pagador quedarán para siempre en el recuerdo para engrosar la historia universal de la vergüenza.<br /><br />Cuando aún no se han recuperado los cuerpos del Costa Concordia, el mar vuelve a jugar con sus reglas: hace cuatro días, en la ensenada del Orzán - un lugar increíble donde el mar se hace océano y fluyen corrientes misteriosas en un rastro de espuma - un inconsciente decidió darse un baño nocturno, y las olas se lo llevaron para siempre. <br /><br />Conozco bien la ensenada del Orzán. Cuando era niña, todos los años pasábamos unos días de verano en La Coruña, y esa playa fue escenario de juegos infantiles, de baños en agua gélida, castillos en la arena y cubos llenos de mejillones, y de aventuras emocionantes como aquella vez que arrojamos al mar unos zapatos que creímos abandonados y que resultaron ser de un pobre hombre que estaba pescando con unas botas de goma sin pensar- incauto - que una pandilla de arrapiezos asilvestrados iban a obligarle a volver a casa en katiuskas. <br /><br />Ya entonces, siendo niños, sabíamos perfectamente que hay que tener miedo a todos los mares, pero especialmente al mar en el orzán, porque en el confluyen distintas corrientes que pueden arrastrar al nadador más avezado. El mar gallego será peligroso, pero al menos no engaña: anuncia su poder con olas de tres metros que vociferan su furia de espuma. <br /><br />Ese fue el espectáculo que vio ese descerebrado que se metió en el agua, multiplicada su majadería por la contundencia de la noche y de las bajas temperaturas del mes de enero. Entró en el agua y no supo salir.<br /><br /><br />Como la suerte a veces hace mal las cosas, quiso la casualidad que una patrulla de la policía pasase por allí en ese momento, y que tres hombres buenos escuchasen los gritos de auxilio de los amigos del chaval, que bien podían haber aullado para impedir que se metiese en el agua en una noche de galerna. Quisieron ayudar a aquel majadero, y el mar se los llevó a los tres. <br /><br />Lo más curioso es que esos tres valientes que se lanzaron a un mar helado y bravo pertenecen a la misma especie que el capitán Schettino. No intenten encontrar explicaciones: no las hay.<br /><br />Acabo de ver las imágenes del Orzán, donde un campamento improvisado aguarda aún (quizá sin esperanza) por la aparición de tres cuerpos, y pienso que muchas veces el destino tiene ganas de hacer bromas crueles. <br /><br />Que distinta hubiese sido la historia si esos tres policías nacionales hubiesen estado al mando del Costa Concordia: tras el golpe contra las rocas, hubiesen organizado perfectamente la evacuación de la nave, habrían supervisado el barco hasta asegurarse que no quedaba dentro ningún pasajero ni ningún miembro de la tripulación, y luego hubiesen alcanzado a nado la isla de Giglio, entre las ovaciones de miles de personas que les darían - con toda justicia - el tratamiento de héroes.<br /><br />En cambio, si el capitán Schettino hubiese estado en el Orzán la noche del jueves y alguien hubiese suplicado su ayuda, se hubiese limitado a rascarse la cabeza ante lo peliagudo de la situación, y a decir a los amigos del ahogado: "Chicos, no merece la pena hacer nada: vuestro amigo está muerto casi seguro". Y luego se hubiese dado media vuelta, con la conciencia tranquila y la sensación de haber hecho lo más sensato. Porque otra cosa no, pero el capitán Schettino debe ser uno de esos tipos con la cabeza bien puesta sobre los hombros.<br /><br />Los tres policías que intentaron salvar a alguien al que ni siquiera conocían no fueron sensatos: quien entra en un mar como el mar coruñés en una madrugada de enero sabe que tiene muy pocas posibilidades de salir con vida. Pero la sensatez no es un atributo de los héroes. Veo las imágenes de la playa, del mismo mar de todos los veranos de mi infancia, y todo lo que se me ocurre es elevar una plegaria por aquellos cuya alma está limpia y nos recuerdan que el valor, la generosidad y la entrega son el atributo misterioso de algunos hombres que nos recuerdan que no somos iguales.Marta Rivera de la Cruzhttp://www.blogger.com/profile/06600041860556755996noreply@blogger.com81tag:blogger.com,1999:blog-7837818128835272226.post-42756801209120930802012-01-21T04:42:00.000-08:002012-01-21T04:46:51.470-08:00Sálvese quien puedaA mí no me gustan mucho los cruceros. Es verdad que una vez hice uno, pero fue en acto de servicio, es decir, que fui por trabajo. Me enviaron a hacer un reportaje de la botadura del Liberty of the seas, un coloso de diecinueve pisos y una superficie tres veces mayor que un campo de fútbol. El invento salía de Southampton, lo mismo que el Titanic, y aquello daba algo de mal rollo porque el bicho en cuestión era en ese momento el más grande del mundo. Supongo que la cosa habrá cambiado, porque con los cruceros pasa igual que con los alijos de droga: siempre aparece uno que deja pequeño al anterior. El caso es que una horas después de subir a bordo nos dijeron que iban a hacer un simulacro de evacuación, por si acaso alguien había olvidado que el barco podía irse a pique en cualquier momento. Y allí subimos todos, con nuestros chalecos salvavidas. Dos mil almas con el artilugio hinchable, algunos acojonados, la mayoría tomándose a chacota las instrucciones de la tripulación que podían salvarnos la vida si la cosa se ponía fea. Nos explicaron como se entraba en las lanchas, como se bajaban y como funcionaba todo. Por supuesto, no me enteré de nada, y pensé que si el barco se escoñaba yo me limitaría a esperar quietecita, en el agua, a que alguien viniese a buscarme, porque estaba claro que lo de manipular aquellas barcazas era dificilísimo, y con el miedo y los nervios, peor. Mi fotógrafo y yo nos mirábamos, ambos ridículamente ataviados con los chalecos rojos, pensando al mismo tiempo que más valía que no pasase nada en el viaje, porque todo aquello tenía mala pinta. <br /><br />Luego, a los periodistas nos llevaron a ver al capitán. Era un noruego alto y resultón, rubio y ancho de espaldas como todos los noruegos que se precien, con unos hermosos ojos azules (como no), que nos aseguró que la travesía iba a ser tranquila y nos explicó como funcionaba aquel barco grande como un demonio mientras yo recordaba las palabras proféticas de aquel marino que, cuando partía el Titanic, tranquilizó a una pasajera asustada diciendo “ni el mismo Dios podría hundir este barco”. Ya sabemos cuál fue el resultado del órdago al Altísimo.<br /><br />Pensé mucho en el “Liberty of the seas” y en el capitán noruego y rubiales cuando se hundió el “Costa Concordia” y el capitán Schetinno dio el do de pecho. Porque las circunstancias del naufragio del Concordia podrían haber sido pergeñadas por los guionistas de todas las entregas de “Aterriza como puedas”. El capitán macarra – mi noruego tenía mucha mejor pinta que el comandante italiano - , la idea de aproximarse a tierra para hacer una gracia, el leñazo contra las rocas, el sindiós de la evacuación y la huida del jefe de pista. Por si fuera poco, el tipo se defendió diciendo que se había caído en una barca, como aquella señora que robó un jamón en Carrefour y dijo que le había salido de premio en un bote de detergente. Y no acabó ahí la cosa, no. Resulta que Schettino se había llevado compañía para el viaje, y cuando se desgraciaron contra las rocas el hombre estaba de cuchipanda y bebercio con una señorita moldava que, a estas alturas, todavía no se sabe si era camarera, bailarina o agente de la propiedad inmobiliaria, pero que había subido al barco sin contrato ni billete.<br /><br />Luego, no sé por qué razón, la desgracia del Costa Concordia se convirtió también en un compendió de mezquindades humanas: se pisaba a tullidos, se daban codazos para subir a las barcas, se arrebataban chalecos salvavidas... en fin, el horror. A todo esto, cada uno contaba la aventura con toda traquilidad, como presumiendo de haber salido indemne sin preocuparse por no haber ayudado: "pues salí como pude, a codazos y a golpes"... "si no empujo a unos japoneses muy torpes, me quedo allí". Mi preferido es un chaval que relataba como había sido la última persona en ver a una de las víctimas: "Le dije, salta, salta, y como no se atrevía, salté yo y lo dejé allí". Al parecer, el pobre hombre que no quería saltar tenía setenta años, era autista y estaba de vacaciones con su familia. Chúpate esa.<br /><br />A mí, repito, no me gustan los cruceros. Entre otras cosas, porque la fórmula de diversión comunitaria me horripila: quiero divertirme cuando me dé la gana, y no bajo las arengas de ningún animador. Si a esto le unimos que todo sucede rodeados de agua y con poca escapatoria, y que cuando se toca tierra hay que ir a toda leche, como en las excursiones que contaba Gila, casi prefiero pasar una semana en la cárcel de Bonxe que a bordo de un crucero vacacional: en la cárcel, por lo menos, seguro que te dejan en paz unas cuantas horas al día. Pero lo del Costa Concordia no fue un crucero: fue un viaje húmedo e infernal por el mapa del disparate.Marta Rivera de la Cruzhttp://www.blogger.com/profile/06600041860556755996noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7837818128835272226.post-6573524334011800062012-01-12T10:25:00.000-08:002012-01-12T10:46:23.344-08:00PrejuiciosEsta mañana tenía una intervención en la tertulia política de Cuatro. Como es habitual, fui a maquillarme y a peinarme (chapa y pintura: muy necesario), y al acabar me encontré con un compañero, Juan Antonio Papell. Nos saludamos y nos íbamos juntos a la sala de invitados a esperar nuestro turno para entrar en plató. <br /><br />- Espera, voy a recoger mis cosas.<br /><br />Cogí mi bolso y mi abrigo, y busqué los periódicos que llevaba. Me di cuenta de que alguien había cogido mi ejemplar de "El mundo" y lo había dejado junto al espejo ante el que se desmaquillaba Alessandro Lecquio.<br />Sin encomendarme ni a Dios ni al diablo, cogí el ejemplar.<br /><br />- Es mío - comentó entonces con un hilo de voz el tertuliano de Ana Rosa, ex de Ana Obregón y de unas cuantas más.<br />Miré al hombre de arriba a abajo antes de decirle con una sonrisa condescendiente.<br />- Es "El Mundo"<br />- Ya... - me dijo - es mi ejemplar. Mira...<br />Y me señaló sus iniciales. Justo en ese momento me di cuenta de que mis dos periódicos, "El mundo" y "El País" estaban cuidadosamente doblados dentro de mi bolso "oversize". Me puse colorada y acerté a balbucear una excusa.<br />- No importa - me dijo el conde Lecquio - los periódicos son todos iguales.<br /><br />Salí de la sala de maquillaje colorada como un tomate y acompañada de las carcajadas de Papell, que había sido testigo de mi ridículo.<br />Claro, había dado por supuesto que un italiano guaperas no lee periódicos, y si había alguno a menos de diez metros de donde él estaba, tenía que ser por equivocación.Lo suyo, en el mejor de los casos, era leer el Hola. <br /><br />Los prejuicios existen, incluso en personas que presumimos de no tenerlos. <br /><br />Recuerdo que, hace muchos años, una profesora de inglés repitió media docena de veces la pregunta "Can you ride a horse?" ante una niña de una familia humilde, que siempre contestaba "Yes, I do". La profesora de impacientó.<br />- A ver, María... ¿sabes montar a caballo?<br />Y aquella niña mal vestida y algo torpe, que no parecía en absoluto la clásica cría miembro de un club de hípica, contestó <br />- Sí... es que mi abuelo tiene tres caballos.<br /><br />Esta semana, toda la red se enamoró del artículo "El negro" escrito por Rosa Montero que cuenta como una chica cree que un chico africano se está comiendo su comida, cuando en realidad es ella la que está comiendo la de él. Rosa asegura que la historia es verdadera, pero a mí ya me la habían contado en varias versiones: una chica con un viejito y una caja de galletas, un profesor universitario con un rastafari y una bolsa de patatas... la historia impora poco. Lo que cuenta es la anécdota. <br /><br />Yo tuve hoy mi ración y mi lección. Quizá dentro de un tiempo, esta historia se convierta en leyenda urbana. Recordad, pues, esta versión que yo os cuento, que es la auténtica y la verdadera.Marta Rivera de la Cruzhttp://www.blogger.com/profile/06600041860556755996noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-7837818128835272226.post-30396701986796123582012-01-04T07:26:00.000-08:002012-01-04T07:52:23.241-08:00¡¡Piratas!!Feliz 2012 y todas esas cosas... aunque, con la que está cayendo, casi da miedo expresar buenos deseos para el año nuevo.<br /><br />Las Navidades y otros excesos me han impedido hacer algo a lo que estoy obligada: pronunciarme en el asunto de la piratería, que después de golpear duramente la industria del cine o de la música ahora acecha procelosamente a los escritores y a su trabajo.<br /><br />("primero vinieron a por los comunistas... pero como yo no lo era...")<br /><br />Pues eso. Que ya están aquiiiiiiií...<br /><br />(Me parece escuchar la voz de Robert Mitchum en "La noche del cazador": "Niiiiiños... Niiiiiiños.)<br /><br />Pero no es Mitchum, ni la niña repelente de los poltergeist. Son los piratas, que avanzan también hacia nosotros.<br /><br />Lo primero que llama la atención es que el tema de la piratería, igual que el de la decoración o el fútbol, es lo suficientemente goloso como para que todo el mundo quiera opinar sobre él. Incluso aquellos que no tienen ni p... idea de lo que estams hablando.<br /><br />Incluso aquellos que, al hablar de la ley sinde, te empiezan a hablar del canon digital, cuando nada tiene que ver una cosa con la otra.<br /><br />Yo estoy en contra del canon digital, que es una soplapollez y nos convierte a todos en presuntos. Es como si yo entro en una ferretería a comprar un cuchillo y me lo quieren cobrar más caro porque puedo usarlo para cargarme a alguien. <br /><br />La Ley Sinde, que está mal formulada, peor gestionada o pésimamente explicada, solo preendía poner una primera piedra a la hora de proteger los derechos del creador, puesto que vivimos en el único país civilizado donde hemos seguido viviendo en el salvaje oeste, donde todo vale y vale todo.<br /><br />Yo no creo en la gratuidad de la cultura. Punto. Todo aquello que tiene un valor ha de tener también un precio. Un escritor no puede escribir gratis, ni un músico componer gratis, ni un pintor pintar gratis, sobre todo si tienen la pésima costumbre de comer tres veces al día.<br /><br />La cuestión es que, si nos negamos a retribuir su trabajo pero pretendemos seguir disfrutando de él, tendrá que ser la administración quien se ocupe de ello, igual que paga el trabajo de los médicos de la seguridasd social o de los profesores de la Universidad.<br /><br />Y yo no quiero que mi trabajo lo remunere el ministerio de cultura. Por eso tengo la humilde intención de vivir de los derechos de autor que generan mis libros y que sufragan aquellos que se divierten leyendo lo que yo escribo. Es justo ¿no? ¿Por qué va a contribuir a mi mantenimiento un señor o una señora a los que no les gusta lo que yo hago? <br /><br />Pues eso es lo que pasará si convertimos los productos culturales en bienes gratuitos: que los acabrá pagando el Estado, y los creadores estarán a sueldo del gobierno de turno, con todo lo que eso significa.<br /><br />A la hora de piratear, muchos esgrimen el precio de los cd´s o los libros para hacer más legítimo el descargar por la patilla la música o los textos que les interesen.<br /><br />Ya he hablado otra vez sobre el precio de los libros, así que no voy a volver sobre ello. Pero a quienes pretenden justificar así el uso gratuito del trabajo ajeno, les recuerdo que cuando una cosa me parece cara, lo que hago es no comprarla, pero tampoco la robo. Las angulas son caras que te mueres, pero hoy las había en el mercado a 700 euros el kilo y no se me ocurrió salir corriendo con la caja porque estaban por las nubes.<br /><br />(Dejen que aclare que me encantan las angulas)<br /><br />Es cierto que el sector editorial español ha estado demasiado tiempo adoptando la estrategia del caracol a la hora de abordar el problema de la literatura digital. Que los precios de las descargas legales son disparatados - no es normal que el ebook de "La vida después" cueste 15 euros, solo cinco menos que el libro en papel - y que tenemos que ponernos todos las pilas cuanto antes. Pero eso no justifica que tanta gente se coloque la bandera de la calavera y las tibias cruzadas e invoque el derecho al robo.<br /><br />Porque eso es lo que es piratear contenidos. <br /><br />Robar. Y no al más fuerte, sino al más débil. No a la editorial, sino al autor, que es paradójicamente, la parte más frágil del complicado entramado de la industria.<br /><br />Dicho esto, creo también que la gente es esencialmente honrada, y que no podemos dejar recaer la culpa del descenso de ventas en los libros en los piratas digitales. La mayor parte de la gente que piratea libros no es compradora de libros.<br /><br />De hecho, creo que a veces ni siquiera son lectores, pero esa es otra historia.<br /><br />Marcharse sin pagar el café es más sencillo que bajarse un libro por la jeta, y sin embargo casi nadie se hace un simpa del cortado con dos azucarillos.<br /><br />Por eso hay que revisar el sistema para permitir a la gente honesta seguir siéndolo. Hay que revisar los precios del ebook. Hay que flexibilizar el sistema para descargar legalmente contenidos editoriales. Hay que multiplicar la oferta y racionalizarla.<br /><br />Y hay que luchar sin cuartel contra todos aquellos que se están lucrando al comercializar páginas de descargas y que ingresan cantidades desorbitadas gracias a la publicidad que en ella insertan empresas perfectamente legales.<br /><br />Y, ya que estamos en ello, habría que empezar por respetar las opiniones sobre este asunto y no lanzarse a la yugular de cada creador que denuncia los usos y los abusos. <br /><br />Que existen, aunque muchos prefieran meter la cabeza en la tierra para creerse así más modernos, más guays y más progres.Marta Rivera de la Cruzhttp://www.blogger.com/profile/06600041860556755996noreply@blogger.com21tag:blogger.com,1999:blog-7837818128835272226.post-52805784459032435832011-12-19T15:31:00.000-08:002011-12-19T15:58:12.646-08:00Llamadle VatslavEn checo, Vaclav se pronuncia Vatslav. La endiablada fonética checa hace que pronunciemos mal buena parte de los nombres, y entre ellos el de Vaclav Havel, que acaba de dejarnos y al que recordaremos siempre como uno de los personajes referenciales del siglo XX. Por suerte, no ha tenido que morirse para que reconozcamos su legado político y ético. Havel fue protagonista de una de las más difíciles transiciones de la historia moderna: la bellamente llamada "revolución de terciopelo", que comandó y sostuvo y que libró a Checoslovaquia del yugo comunista sin violencia alguna. Fue la caída de esa pieza esencial en el dominó de Europa lo que impulsó definitivamente el fin de la guerra fría y la llegada de la verdadera democracia a los países del telón de acero. Nada hubiese sido igual sin Havel al frente de ese complicado cambio, no solo político y económico, sino también moral. Lo hizo con altura de miras y sin revanchismos, buscando la resurrección de un país moribundo y una población agotada. <br /><br />Vaclav Havel no era solo un político: era también un pensador, un gran dramaturgo y un escritor notable. Si alguien quiere acercarse a él le recomiendo sus "Cartas a Olga", la colección de misivas que dirigió a su esposa desde la cárcel aprovechando el miserable permiso que le daban las autoridades penitenciarias de escribir una carta semanal. Cinco años estuvo en prisión acusado de actividades contra el régimen comunista. Salió de allí sin rencores, quizá porque era la única forma de ser verdaderamente libre.<br /><br />Cuando viajé a Praga en 1991, el país empezaba a sacudirse timidamente la modorra de los años de opresión. Los establecimientos de lujo dudaban a la hora de admitir clientes, porque todavía no se habían dado cuenta de que ya no eran propiedad del estado y cuanta más gente, más ingresos, y en los escaparates de las mejores tiendas de alimentación se exhibían como ejemplares exóticos torres de latas de coca cola. En Praga vi por primera vez a personas mirando los establecimientos de comida con la misma expresión con la que yo miro las joyerías, y comí por una cantidad ridícula en un comedor fastuoso bajo las arañas de cristal y servida por camareros de frac mientras intentaba averiguar para qué servían todos aquellos cubiertos.<br /><br />En Praga vi soldados de aspecto feroz que patrullaban las calles con una extraña expresión en los ojos: solo ahora entiendo que estaban profundamente desorientados. Todo el país lo estaba: nadie sabía muy bien qué iba a ocurrir en el futuro, aunque se notaba que unos y otros tenían ganas de creer que había llegado una etapa nueva y que esta vez las cosas iban a ir mejor.<br /><br />Recuerdo que nuestra guía - una muchacha descarada y alegre que robó un paraguas delante de mis narices - me señaló una casa al lado del río. Era una casa bonita y pequeña, algo destartalada, y no muy bien tratada por el paso del tiempo. Una de esas casas que auguran cañerías obstruídas y corrientes de aire, y están pidiendo a gritos una mano de pintura y unos cuantos cristales nuevos. "Es la casa de nuestro presidente", dijo, y la inflexión de su voz y el respeto con el que miraba aquella casa - convertida de pronto en una especie de santuario - me hizo pensar que los checos esperaban cosas grandes de aquel hombre. <br /><br /> Nevaba en Praga en aquellos días lejanos de 1991, y recuerdo que mi hermana y yo cruzamos el puente de Carlos sin más compañía que los copos de nieve, el ruido de nuestros pasos y las notas de "Stormy Weather" interpretada por un trompetista que no sé qué demonios estaba haciendo en aquel puente desierto. La ciudad, el país, estaban deseando despertarse a la nueva oportunidad que el destino, de la mano de Vaclav Havel, le les estaba poniendo delante de los ojos. Necesitaban un milagro para renacer de las cenizas de tantos años de opresión. Y Havel hizo ese milagro que no tocó solo a los checos, sino también a la nueva idea de la vieja Europa donde caían para siempre los muros que la habían dividido durante tanto tiempo.<br /><br />Por eso hoy, que Vaclav Havel ya no está, creo que lo menos que podemos hacer es pronunciar bien su nombre. Así que, por favor, llamadle VatslavMarta Rivera de la Cruzhttp://www.blogger.com/profile/06600041860556755996noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-7837818128835272226.post-21463604701520131042011-12-07T01:40:00.000-08:002011-12-07T02:19:39.240-08:00Londres, Dickens y una librería en PicadillyAcabo de volver de Londres, lo cual no es nada particularmente original: en este puente, Londres se llena de españoles. Bueno, de españoles y de gente de todos los sitios. El sábado por la tarde, la zona de compras era como la Plaza de Chueca el día del pregón del Orgullo Gay, pero sin escenario ni megafonía. <br /><br />Por lo demás, Londres es Londres. Y no hay nada más que decir.<br /><br />He estado en la ciudad muchas veces. Primero, un mes entero tras acabar la carrera para pelearme a muerte con el idioma. Luego volví con mi hermana. Luego, cuando vivía en Oxfor, iba a Londres cada dos por tres. Después regresé con mi madre... En los últimos cinco años, he estado otras tantas veces en la ciudad.<br /><br />En fin, que tengo la ventaja de que como ya he visto el big ben, la Torre de Londres y la Abadía de Westminster, cuando voy por allí puedo obviar las visitas turísticas. Aunque, por supuesto, tantas experiencia no me libra de la gilipollez de meterme por Oxford Street un sábado de compras navideñas.<br /><br />En este viaje conocí un lugar excepcional: Borough Market. Un increíble mercado de alimentación donde puede comprarse casi cualquier cosa comestible. Han aprovechado para hacerlo los bajos diáfanos de un puente, recuperando así un área desaprovechada e inservible. En Boroug Market comí un guiso de vieiras y unos pasteles portugueses que me devolvieron la añoranza de Lisboa, compré un bote de curry auténtico y me enfadé con la falta de cintura de nuestros empresarios de alimentación. Explico porqué:<br /><br />En un lugar privilegiado de Borough Market hay una tienda llamada Brindisa (www.brindisa.com), que ofrecía productos españoles. Era un lugar precioso, muy bien decorado, donde se vendían (a precio de oro, of course) jamones de jabugo, conservas de calidad, turrón, aceite de oliva (14 libras el litro)... Hablé con uno de los empleados, que me contó que la firma (¡¡inglesa!!) llevaba quince años introduciendo en Gran Bretaña exquisiteces de aquí. Que tienen varias tiendas. Y que ahora se están forrando con la tienda online, desde donde venden comida española a casi cualquier lugar del mundo.<br /><br />Tócate las narices: resulta que los ingleses, que tienen el paladar atrofiado por el pudding de Yorkshire, el roast beef helado y los quesos apestosos, se han dado cuenta rápidamente de lo buena que es nuestra pitanza, y la venden al triple de su precio.<br /><br />Vamos, lo mismo que hubiese podido hacer un español. Pero lo han hecho los ingleses.<br /><br />Por cierto, en mi estudio de mercado dediqué un rato especial a investigar la materia gallega. Sólo tenían pimientos de padrón, queso de tetilla... y tarta de Santiago marca Brindisa. Se me saltaban las lágrimas. ¿Dónde está el marrón glacé de Cuevas? ¿Las conservas Cuca? ¿Las patatas con denominación de origen? ¿Los chocolates de Suguimar?<br /><br />Pues están esperando a que algún listo se dé cuenta de lo buenas que son y se convierta en intermediario para vendérselas a Brindisa.<br /><br />Bueno, ahí queda eso. Que no me diga nadie que no lo he avisado.<br /><br />Otro descubrimiento de este viaje han sido los martinis de frambuesa de Yauatcha, un restaurante del SOHO. Me lo ofrecieron y lo acepté por educación, y casi acaparo al barman toda la noche para que los presparase para mí en exclusiva. Si mañana llegase el fin del mundo, querría que me encontrase bebiendo martinis de frambuesa, uno detrás de otro, hasta el advenimiento del Armaggedon.<br /><br />También descubrí el bar de un hotel, el Sanderman. Si quieres entrar, tienes que hacer una reserva. Alucina. Una reserva para entrar en un bar. Suerte que me habían avisado. Luego merece la pena, porque es de esos sitios en los que eres la más pobre y la más fea, y sientes que todo el mundo te está mirando preguntándose por qué han dejado entrar a esa bajita de cuarenta años, cuyo fondo de armario no vale tanto como el bolso de la rubia de metro ochenta que te han sentado al lado. Por lo demás, el sitio es precioso y divertido y si tienes la autoestima en tu sitio puedes ir, porque es una buena experiencia.<br /><br />También vimos una exposición excepcional en la Royal Academy, en Picadilly: "Degas y el ballet: pintura en movimiento". Además de sus cuadros de bailarinas, había estudios de los cuatros y fotografías mravillosas, casi todas hechas por el propio Degas. Un sueño.<br /><br />Enfrente de la Royal Academy está uno de mis lugares favoritos en Londres: la librería Hatchards. Lleva abierta más de doscientos años (desde 1784, ahí es nada) y entrar en ella es como zambullirse en un mundo mejor. Me pasé un buen rato hojeando los productos del envidiable sistema editorial anglosajón, sobre todo las biografías. Había volúmenes recien editados con las cartas de Jane Austen, la correspondencia completa de Diane Athill, de Disraeli... Me llevé un par de cosas. La que más me alegró el día: una biografía de Dickens que se publica en vísperas de su 200 aniversario, con grabados y fotos, de la que es autora Claire Tomlin.<br /><br />Dickens es uno de mis auotres preferidos. Leí muchas de sus novelas siendo muy joven, y pienso aprovechar la avalancha de este año conmemorativo para releer alguna más. David Copperfield, Mr. Pickwick, Nicholas Nickleby, Ebenezer Scrooge, forman parte de mis recuerdos infantiles. Y, desde luego, las obras de Dickens son responsables de la reinvención del concepto de Navidad en Inglaterra - y, por ende, en todo el mundo de habla inglesa, y en el resto del planeta tierra - en un momento en que la depresión económica y la tristeza no dejaban a la gente el cuerpo de jota para celebrar nada.<br /><br />Pero claro, ahí estaba Dickens para escribir "A Christmas Carol" (en realidad, "Un villancico", aunque aquí, acertadamente, lo rebautizaron como "Cuento de Navidad"), y recordar al mundo que las pascuas eran el mejor momento para resucitar la solidaridad, la alegría y los buenos sentimientos.<br /><br />Nos espera un empacho de Dickens este año, ya lo veréis. Y me froto las manos. Porque, para mí, es como esperar una sobredosis de jamón de jabugo, patatas de coristanco y martinis de frambuesa.Marta Rivera de la Cruzhttp://www.blogger.com/profile/06600041860556755996noreply@blogger.com16tag:blogger.com,1999:blog-7837818128835272226.post-56926072546149361102011-11-23T12:20:00.000-08:002011-11-23T12:45:10.212-08:00Los libros no son caros (Homenaje a los libreros)Y otra entrega de posts dedicados a desmontar tópicos. Ya he hablado de que no es verdad que la gente lea y de que no es verdad que los escritores nos llevemos mal.<br /><br />Hoy, en vísperas del Día de las Librerías, quiero echar por tierra esa falacia de lo carísimos que son los libros.<br /><br />El otro día, detrás de mí, dos señoras merendaban en una pastelería de la calle Serrano. Una de ellas hablaba de lo disparado que está el precio de los libros, y de que claro, así no hay manera de aficionarse a la lectura.<br /><br />Lo decía sin despeinarse mientras se tomaba un pedazo minúsculo de tarta por la que en esa pastelería exclusivisima te clavan tres euracos. Como además se estaba tomando un café y una botella de agua mineral, el piscolabis iba a salirle a la mujer por no menos de nueve euros.<br /><br />Imaginene ustedes el esfuerzo que me costó no decirle a la señora que por el precio de la merienda - rica, por lo demás, en grasas saturadas, calorías y otros ingredientes infernales - podría comprarse un libro de bolsillo de esos de los que, al parecer, le aparta su precio abusivo.<br /><br />Está mal pagar nueve euros por un libro pero no tres por una ridícula ración de tarta. Así va la cosa como va.<br /><br />Eso no es todo. Esta mañana discutí con un amigo sobre el mismo tema: el precio de la lectura. Él aseguraba que los libros en España son mucho más caros que en el resto del mundo, y que por eso por ahí adelante la gente lee y aquí no.<br /><br />(A nuestro alrededor, por cierto, la peña se ponía morada de unas croquetas muy ricas que cuestan 1,50 la pieza)<br /><br />Yo he comprado libros en casi todos los países que he visitado, y en general por ahí adelante - hablo de Europa y Estados Unidos - los libros cuestan más o menos lo mismo que aquí. Otra cosa es que haya un floreciente mercado de libros de segunda mano que aquí no existe (de la misma forma que el fenómeno de la ropa "vintage" es eso, un fenómeno más bien raro) . Pero una primera edición de un libro editado ahora cuesta poco más o menos lo mismo en España que en Inglaterra. Muy cerca de mí, en mi bilblioteca, tengo un ejemplar de un libro sobre la familia Astor que compré en Londres el año pasado. Es una edición normalita en pasta blanda, de menos de 200 páginas. Pagué 12 libras por él, unos quince euros. Lo mismo que me hubiese costado en España un libro de esas características.<br /><br />"La vida después", mi última novela, cuesta algo más de veinte euros. No digo que sea un chollo, pero es un volumen bien editado, en pasta dura, con sobrecubierta, y tiene cuatrocientas páginas, lo que implica que hay lectura para siete horas.<br /><br />Ahora, por favor, decidme qué entretenimiento dura siete horas y cuesta veinte euros. Por no hablar ya de la posibilidad de recurrir al libro de bolsillo, que por menos de 10 euros te da lo mismo que un libro en edición de lujo. Y, por cierto, la diversión puede pasar de mano en mano, como la falsa moneda, sin más condición que la buena voluntad de devolver el préstamo.<br /><br />Los campos de fútbol están a reventar, y las entradas no son no que se dice baratas. Y mucha gente que se lamenta de que los libros no cuesten menos no se escandaliza cuando ve que un bolso cuesta seiscientos euros.<br /><br />Los libros pueden resultar caros, pero es imposible abaratarlos. Esos veinte euros que cuesta un libro contiene el trabajo del editor, del autor de la portada, del impresor, del distribuidos y del autor. Y, por supuesto, del librero. <br /><br />Ah, el librero. Ese tipo que generalmente se ha metido en el negocio por pura vocación. Que las está pasando canutas porque, igual que se venden menos jamones, también se venden menos libros. Ese tipo que es capaz de localizar un ejemplar desde la referencia disparatada de un cliente: "No me sé el autor, y el título es algo de un gato... o puede que sea un perro... pero sale una pareja que se enamora, y él le es infiel... bueno, o a lo mejor la infiel es ella, pero se separan." Pues oye, el librero de verdad encuentra el libro. Y no solo eso: se muere de ganas de que el lector lo disfrute, y cuando vuelve por la tienda le pregunta si le ha gustado.<br /><br />Por favor, por favor, por favor, no os quejéis nunca ante un librero de lo caros que son los libros. Porque ese libro que os está vendiendo le deja un margen pequeño del que tiene que sacar para pagar su sueldo, y el alquiler, y la luz de la librería, y los correspondientes impuestos. <br /> <br />Mi ya dilatada experiencia me dice que el que no lee libros porque dice que son caros no tiene ni p... idea de lo que cuestan los libros. Y que, en cualquier caso, no leerían un libro así los regalasen con las cajas de galletas.Marta Rivera de la Cruzhttp://www.blogger.com/profile/06600041860556755996noreply@blogger.com15tag:blogger.com,1999:blog-7837818128835272226.post-68366170466287570152011-11-20T03:55:00.001-08:002011-11-20T04:50:01.714-08:00Las otras ciudadesCon la promoción de "la vida después", llevo de un lado para otro desde principios de octubre.<br /><br />Viajar tanto puede ser una lata, pero tiene muchísimas ventajas. Por ejemplo, te cargas de puntos la Iberia Plus, hay muchos dias que puedes pasar sin hacerte la cama y desayunar opíparamente sin dar golpe.<br /><br />A mí me encanta desayunar, pero como soy bastante vaga, solo desayuno en condiciones cuando amanezco en un hotel y me ducho mientras decido si voy a comerme un cruasán o una ensaimada después de los huevos revueltos y el pan con tomate.<br /><br />No entiendo que haya gente que le ve desventajas a dormir en hoteles. Lo que es yo, me mudaría a uno mañana mismo.<br /><br />La otra ventaja de los viajes es la ocasión de pasar un tiempo de trabajo en otras ciudades. Hago un repaso y desde principios de Octubre he estado en La Coruña, Vigo, Pontevedra, Bilbao, Valencia, Barcelona, Vitoria, San Sebastián...<br /><br />También estuve en Roma, pero ese no fue un viaje de trabajo. Fue un viaje de mala suerte, porque lo realicé justo la semana anterior a la caída de Berlusconi y me perdí la fiesta. Mira que había ambiente en Roma cuando Berlusconi dimitió. Había tanta alegría ciudadana y tanto buen rollo en Italia que cualquiera pensaría que Berlusconi les había caído desde el cielo y no a través de una mayoría absoluta en las urnas. <br /><br />Roma, cuando no se marcha Brlusconi, es una ciudad muy bonita, pero también es un completo coñazo. Te das un paseo a partir de las once de la noche, y si no te pones a llorar es porque la belleza de la ciudad compensa de casi todo. Incluso de que la vida nocturna sea un completo muermo, solo comparable a la de Viena. Encima, las copas son caras y malísimas. Te sirven el refresco de un botellón, y te ofrecen dos marcas de ginebra como mucho. A mí me da igual, porque a pesar de que me gusta el gintónic soy de lo más vulgar, y siempre pido Bombay saphire. <br /><br />Lo cuento para que lo sepan los expertos de nuevo cuño: en Roma no te van a poner pepino en la ginebra, ni semillas de arándano, ni raspas de naranja. Solo hielo, ginebra vulgaris y tónica sin burbujas porque lleva cuatro días abierta.<br /><br />Una vez me contaron que los fines de semana hay cientos de romanos que toman un avión con el objeto de venirse a Madrid de juerga. Llegan el sábado por la tarde y se vuelven por la mañana. Después de pasar unos días en Roma, no me extraña nada. <br /><br />Así que, hasta que vuelva Berlusconi y de nuevo lo obliguen a marcharse, olvidémonos de juerguear por Roma porque nay nulas posibilidades de encontrar marcha en condiciones.<br /><br />Ayer llegué de Vitoria y de San Sebastián. Un viaje divertido donde los haya. Vitoria es una ciudad preciosa, y me temo que de esas grandes desconocidas. Me habían organizado una presentación en Elkar, una librería fastuosa atendida por libreros de los de verdad.<br /><br />Según Martín, el comercial de Planeta, toda Vitoria está llena de libreros, que no es lo mismo que los vendedores de libros. Larga vida a todos ellos. Protejamos a esa bendita especie de hombre y mujeres que leen lo que venden, que recomiendan, que sugieren, que adaptan el libro al lector. <br /><br />Me vinieron a ver unos cuantos lectores - sobre todo, lectoras - y firmé sus ejemplares. Una compañera de La casa del Libro me trajo un ejemplar de la primera edición de "Hotel Almirante". Diez años tiene el libro, ahí es nada. Yo, cuando veo un libro de esos, lo trato como si fuese un incunable.<br /><br /> Mis amigos de Vitoria - Andoni, Marivi, Carlos, Marta, Maritxu - me hicieron de anfitriones de lujo. Me llevaron de vinos, me hicieron probar el mejor pincho de mi vida: una yema de huevo envuelta en patata, todo frito. Increíble. Luego, Andoni organizó una cena ligera: chistorra, anchoas fritas, ensalada, besugo al horno y chuletón. Para rematar, tejas, cañas de crema y pantxineta. <br /><br />Para morirse de muerte lenta. Y feliz, por supuesto. Al día siguiente nos fuimos a San Sebastián. Allí, pinchazo en cuanto a cantidad de público - eran siete, y cuatro venían conmigo - pero la fidelidad de los asistentes compensó el desastre de la convocatoria. Betriz, una lectora donostiarra, hasta me trajo un queso. Entre eso y <br />los pinchos sublimes que nos tomamos después, como para no irse tan contenta.<br /><br />Y la última sorpresa: e el aeropuerto me encontré con un amigo de la juventud, el periodista Jon Sistiaga. Tan entretenidos nos vieron en la conversación, que la azafata nos dijo que nos podíamos sentar juntos. Fue como estar en el colegio, pero al revés: allí, si hablabas con una amiga, te separaban. Pero Jon y yo encontramos asientos contiguos, y estuvimos de charla entre turbulencia y turbulencia. Nos leímos lo de lo papeles de la Balcells en El País, y llegamos a la conclusión de que es mucho mejor no escribir cartas, para que no te las publiquen dentro de cuarenta años y quedes de auténtica pena.<br /><br />Y hoy, elecciones...Marta Rivera de la Cruzhttp://www.blogger.com/profile/06600041860556755996noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-7837818128835272226.post-81991399532288195952011-11-12T09:56:00.001-08:002011-11-12T10:21:39.351-08:00...Y la gente que escribeCausas operativas me han mantenido apartada del blog. No, no es frase hecha: hubo un problema técnico y no podía escribir.<br /><br />Esta semana he presentado en Madrid "La vida después" por invitación de la FNAC Castellana. Si queréis ver las fotos, están colgadas en la página de FB de la novela. <br /><br />Martín Casarieg hizo de maestro de ceremonias, y por allí estuvieron otros escritores: Ramón Pernas, Lola Beccaría, Fernando Marías, Maxim Huerta, Prado Antúnez, David Torres, Ángela Vallvey... Otros que no pudieron estar, como Silvia Grijalba, Pablo Núñez, Nativel Preciado o Espido Freire, me mandaron abrazos virtuales, que pesan tanto como los otros.<br /><br />Tengo un montón de amigos en el gremio de los chupatintas. Por eso me hace gracia ese tópico de que los autores se llevan fatal entre ellos. Podéis creerme cuando os digo que eso es mentira cochina.<br /><br />Llevo ya muchos años en esto (trece, exactamente), y tengo muchos más buenos recuerdos que malos de quienes son mis compañeros de armas. Por supuesto que me he encontrado con algún que otro cretino. Pero también los abogados, los médicos, los poceros y los sexadores de pollos tienen colegas a los que calificar de gilipuertas. <br /><br />Conozco demasiadas muestras de solidaridad entre escritores. Gente que te llama para hacer un bolo bien pagado. Para formar parte de un jurado. Para colaborar en un proyecto interesante. Gente que te llama para tomar una copa a la salud de un libro, o para hacerte una reseña que ayude a la promoción del tuyo. <br /><br />Cuando estuve haciendo promo en Valencia, Carmen Amoraga arañó un par de horas a su trabajo y a su familia para comer conmigo. Javier Sierra se llevó un ejemplar de "En tiempo de prodigios" para dárselo en mano a su editora americana. Espido y Fernando Marías, cuyas páginas en FB tiene cientos de visitas, colgaron el link de la web de "la vida después". El otro día, la gran María Dueñas, que vive desde hace dos años subida en la cresta de la ola del éxito literario con "El tiempo entre costuras", me mandó un correo cariñoso para felicitarme tras leer "La vida después". Luego, y sin saber que estaba en Nueva York presentando la traducción inglesa de su libro, le pedí una frase para usar en la promoción de la tercera edición de mi novela. Hubiese sido lógico que se negase, devorada como está por la promoción americana. En lugar de eso, en veinticuatro horas me mandó un texto escrito a la sombra de los rascacielos y de la promesa de un nuevo triunfo editorial. <br /><br />Así de mal nos llevamos los autores.<br /><br />Dentro de mi trabajo he hecho muchas amistades y un puñado de grandes amigos. Como mi adorado Félix Bayón, a quien va dedicado "La vida después". Félix se me murió hace cinco años, y pocas cosas he sentido más que su pérdida. Le recuerdo todos los días, y todos los días maldigo la suerte que me ha impedido compartir con él las cosas buenas que me han pasado en estos últimos tiempos. Cuando fui finalista del Planeta, la misma noche del Premio pensé en la copa que nos hubiésemos tomado juntos y en los muchos brindis que me he perdido por no poder compartirlos con él.<br /><br />Para paliar un poco la ausencia de Félix Bayón, la vida me cruzó en el camino a Martín Casariego y a Fernando Marías. Son mis colegas y mis cómplices. Hablamos de muchas cosas, y tambien de literatura. Con Martín, además, comparto vecindario, y eso hace que podamos multiplicar nuestras posibilidades de encontrarnos en esta ciudad de locos. Martín es uno de los tipos más divertidos que conozco. Una vez, en Estados Unidos, estuvimos a punto de matarnos en una autopista de camino a las cataratas del Niágara porque nos dio uno de esos ataques de carcajadas irrefrenables. A Martín, que iba conduciendo, le nublaron la vista las lágrimas de risa, y poco faltó para que nos empotrásemos contra un trailer.<br /><br />Es la primera vez que digo esto en voz alta, pero si uno tiene que morirse antes de tiempo, no se me ocurre otra forma mejor de hacerlo: en una autopista de Pennsylvania, junto a un gran amigo, a borde de un coche automático y en medio de convulsiones de risa.<br /><br />Os lo cuento para que sepais a qué ateneros cuando os digan que los escritores se llevan mal.Marta Rivera de la Cruzhttp://www.blogger.com/profile/06600041860556755996noreply@blogger.com7tag:blogger.com,1999:blog-7837818128835272226.post-58895060160850190282011-10-30T03:38:00.000-07:002011-10-30T04:12:48.741-07:00La gente que leeEstoy harta de escuchar que la gente no lee. De oír predicciones apocalípticas sobre el fin de los libros y de la lectura. Sobre el negro futuro que espera a la ficción, que - tras agonizar dolorosamente durante años - acabará siendo derrocada por la tele, el ordenador y la play station, amén de otros engendros que estén a punto de inventar los gurús del 2.0<br /><br />Pues es mentira podrida. Yo conozco a mucha gente que lee, y que piensa seguir haciéndolo.<br /><br />Este fin de semana me he topado con unos cuantos. El viernes me fui a Pontevedra, a pronunciar la lección inaugural en la apertura el curso académico en la UNED. Hablé sobre literatura porque, como expliqué, es de lo que más sé. O, mejor dicho, de lo único que sé. Desarrollé los paralelismos entre Emilia Pardo Bazán y Edith Wharton, y entre Rosalía de castro y Louisa May Alcott. <br /><br />La cosa salió bien porque estábamos entre un público agradecido, y eso hace mucho. Luego se entregaron los diplomas del curso anterior, y hasta me dejaron entregar alguno a mí. ¡Con lo que a mí me gusta entregar cualquier cosa! Entre las recién graduadas, y ante mi sorpresa, la madre de una amiga, Clara, que está en la sección de universidad adultos. <br /><br />Al día siguiente, reencuentro con una amiga de la adolescencia, Alma, y con su marido Juan Carlos. Me llevan a desayunar y a dar un breve paseo por Pontevedra, que está preciosa. Es una de las ciudades de Galicia que más y mejor ha cambiado en los últimos años.Visito con ellos la imponente Iglesia de San Francisco, y la tumba del Almirante Paio Gómez Charinho, el soldado - poeta (mucho antes que D´Annunzio ya andaba el hombre escribiendo buenos versos), con quien Marcial comparte parentesco. Hago una foto al conjunto con una leve sensación de incomodidad: el silencio y el recogimiento es tan grande que me parece una impertinencia usar la cámara del Iphone. Por suerte, nadie me dice nada, y me voy con mi botín.<br /><br />Luego, a la librería Cronopios, a una firma de libros.<br /><br />Quiero dejar claro que a mi esos actos me dan más miedo que un nublado. Siempre pienso que puedo echar una mañana sin firmar ni un libro, ante el desconcierto y el disgusto de los pobres libreros, que se sienten culpables de una firma fracasada.<br /><br />Amigos libreros, quitaos esas cosas de la cabeza: si una firma va mal, la culpa es siempre del escritor.<br /><br />El caso es que no hizo falta que nadie se pusiese bajo el yugo de la culpa. Tuve público abundante, me harté de firmar, y por si fuera poco recibí visitas agradables: María, mi amiga de la Universidad; Adela, otra compañera de instituto; Alberto y su hijo Álvaro, que me espetó: "Oye, que dice mi padre que eres famosa... ¿es verdad?"<br /><br />Tuve que sacar de su error al pobre crío.<br /><br />También vino a verme el periodista Manuel Jabois, que me trajo su libro "Irse a Madrid". Yo le firmé uno mío. "Con la esperanza de escribir algún día tan bien como tú", le puse en la dedicatoria. Y no fue por quedar bien. Jabois es, con ese binomio homólogo de David Gistau y David Torres, la pluma más brillante del columnismo actual. Hasta ahora solo nos habíamos enterado en Galicia, pero la mano de Pedro Jota es alargada y ya lo ha fichado para la web de El Mundo.<br /><br />Lógico y normal<br /><br />También vino a verme Iciar. Que me perdonen los demás, pero esta visita fue la que más ilusión me hizo. Iciar no ha cumplido aún los veinte años, y lee. Lee mucho. Lee mis novelas y me lee a mí, y me hace le mejor regalo que puede recibir un escritor: que empezó a leer gracias a un libro mío. La chica se había cogido un autobús - sí, señoras y señores, un autobús - para venir a conocerme. Me dijo que estaba contentísima, y no sé si acerté a decirle que yo estaba mucho más contenta que ella, porque una persona así elimina de golpe las sombras negras que se ciernen sobre el futuro de la ficción. Tiene menos ve veinte años y no se sube en un autobús para ir a un concierto o a ver de cerca a un actor de moda. Lo hace para conocer a una escritora. <br /><br />Para conocerme a mí, y mientras me hago una foto con ella me siento profundamente orgullosa y afortunada y reconciliada con la raza humana.<br /><br />Luego Alma y Juan Carlos vuelven a buscarme y me llevan a comer la mejor pasta que he probado en mucho tiempo. Gentes del mundo entero, si pasais por Pontevedra no os perdáis la pizzaría Mare e Monti, o cometeréis el gran error de vuestras vidas.<br /><br />Al volver a Madrid, Iberia me reserva otro detallito: una hora de retraso, que aprovecho para contestar mails y enredar en el twitter.<br /><br />Llego a Madrid con el tiempo justo de hacer un par de gestiones antes de ir a dar una vuelta. Y cuando voy a entrar en el ascensor del mercado de San Antón me llevo la última alegría de este singular fin de semana: cuatro chicas muy jóvenes me miran y se ríen. Compruebo con disimulo que no llevo la camisa al revés ni un lamparón en la cazadora. Una se me acerca y me pregunta si soy Marta Rivera de la Cruz: dos de ellas están leyendo "La vida después"<br /><br />Alucinante<br /><br />Y ahora que venga alguien a decirme que ya nadie lee. O eso es mentira, o este fin de semana yo me he encontrado con todos los ejemplares de una especie en vías de extinción.Marta Rivera de la Cruzhttp://www.blogger.com/profile/06600041860556755996noreply@blogger.com30tag:blogger.com,1999:blog-7837818128835272226.post-3833692584518172912011-10-23T01:56:00.000-07:002011-10-23T02:23:10.475-07:00www.lavidadespues.es: the making ofCuando empezamos a pensar en la campaña de promoción de la novela, fue mi cuñado Nacho quien insistió en hacer una web de "La vida despues". Fue él quien se encargó de diseñarla y ponerla en marcha, es él quien la mantiene, y ahora que hemos llegado a las mil visitas, le doy (otra vez) las gracias por el esfuerzo y el talento que ha puesto en la página de la novela.<br /><br />Lo del vídeo de YOUTUBE tiene más historia: fue una idea de mi amigo Cánquel, que diseñó mi wen personal y también este blog. Ya en la universidad, Cánquel (que, al igual que yo, tiene un alias que no voy a repetir aquí, por respeto a su intimidad y a la mía) era un tipo lleno de ideas brillantes y talento en estado puro. <br /><br />Las imágenes del vídeo promocional - book trailer, lo llaman algunos - las grabé yo con el iphone y la colaboración de un montón de amigos, compañeros y colegas, que se prestaron a colaborar. Luego, mi amigo Sacha Buendía hizo un trabajo increíble montando, afeitando, encabalgando y musicalizando. Subimos el resultado a YOUTUBE y llevamos unas mil doscientas visitas. Para los que no lo hayáis visto, está en la web en la pestaña "si/no", o puede accederse directamente a youtube con las palabras "la vida despues" seguidas de mi nombre completo.<br /><br />Os cuento todo esto porque me encanta que una de las mejores herramientas de promoción de la novela haya salido del trabajo artesanal y desinteresado de personas a las que aprecio mucho. Así que un millón de gracias a todos.<br /><br />Otra cosa: el día 8 de noviembre, Martín Casariego presentará "La vida después" en el forum de la FNAC de Castellana. Será a las 19.30. La entrada es libre, así que si alguien quiere apuntarse, será más que bienvenido. Y si hay por aquí alguien de Pontevedra, este sábado por la mañana estaré en la librería Cronopios para firmar ejemplares y , sobre todo, poder encontrarme con los lectores.<br /><br />Y ahora, otras cosas: esta semana ha sido intensa en cuanto a viajes. El lunes estuve en Vigo, en el Club Faro, con la siempre generosa Marisa Real, que tiene la eficacia de un general en campaña y fue capaz de llenar el salón del Ayuntamiento con más de trescientas personas. También me acompañó - y me presentó - mi amiga Susana Domínguez Quintás, compañera en el doctorado y profesora de la Universidad de Vigo. Vinieron a verme algunos amigos de la ciudad - Paco y María me trajeron una caja de chocolatinas tan ricas que ponen a prueba cualquier régimen - y también mi padre. Fue una tarde estupenda.<br /><br />Al día siguiente, promoción en Santiago con la eficaz Noa. Ir a Compostela es siempre un regalo, y encontrarse con la Plaza del Obradoiro al salir del Hostal de los Reyes católicos sigue siendo una experiencia que tiene algo de sobrecogedor. Es imposible no sentir una punzada en el pecho al verse rodeado de tanta belleza, que a se antoja incluso inabarcable. <br /><br />Como contrapartida, la visita al nuevo aeropuerto de Santiago me llena de disgusto: una obra faraónica e innecesaria, seguramente carísima, con el único objetivo de hinchar el pecho del político de turno y mermar el bolsillo de los pobres ciudadanos. No, no era necesario semejante dispendio. Sobre todo porque luego, al entrar, solo funciona un arco detector, y decenas y decenas de viajeros se agolpaban en una cola interminable. Hablé con un responsable del asunto: ¿no pueden abrir más arcos para agilizar esto? La respuesta, descorazonadora: "no hay presupuesto para más personal". Así nos va. tenemos un aeropuerto que parece una estación espacial, y unas colas tercermundistas.<br /><br />El miércoles, puente aéreo a Barcelona. Vero consiguió que no me resintiese del madrugón (imaginad a qué hora hay que levantarse para tomar un avión que sale de Barajas a las 7.30) y, aunque trabajamos duro, lo pasamos muy bien. El jueves, trabajo en Madrid - cuando uno regresa de viaje, el trabajo todavía estaba ahí, como el dinosaurio de Monterrosso - y el viernes a Badajoz, a ser jurado del Premio de Novela. Cordial encuentro con amigos a los que veo de año en año, y, como sorpresa, al abrir la plica de la novela ganadora - "El secuestro del candidato" es su título - aparece el nombre de Francisco Javier Pérez Hernández, gran novelista.<br /><br />Y ahora, ya en Madrid, me queda la obra titánica de esta semana: guardar la ropa de verano y colocar en el armario la de invierno. Y eso sí que es trabajo, y no lo de levantarse a las seis de la mañana para pasar el día cruzando Barcelona...Marta Rivera de la Cruzhttp://www.blogger.com/profile/06600041860556755996noreply@blogger.com9tag:blogger.com,1999:blog-7837818128835272226.post-50099333667709639582011-10-09T14:11:00.000-07:002011-10-09T14:23:31.831-07:00Novela nuevaBueno, pues "La vida después" ya está en la calle. Si queréis saber algo más de la novela, visitad su web www.lavidadespues.es<br /><br />Los primeros días tras la salida de una novela son raros, entre otras cosas porque todo es posible: que se convierta en un éxito. Que sea un fracaso. Por eso, lo reconozcamos o no, durante una semana o dos los escritores elucubramos con las posibilidades, hacemos seguimiento, visitamos con más o menos disimulo las librerías del barrio y hasta las secciones de libros de los grandes almacenes escrutando las estanterías y midiendo número de ejemplares a la venta, calidad de la colocación, etc, etc.<br /><br />Todo eso no vale para nada, claro: se ha puesto en marcha una misteriosa maquinaria ante la que no podemos hacer nada salvo cruzar los dedos y desear suerte a nuestras pobres criaturas, que vagan por los estantes y las mesas de novedades implorando una oportunidad que solo algunos tienen... y no siempre quienes más lo merecen.<br /><br />"La vida después" ya ha entrado en esa espiral incontrolable, y yo no puedo hacer nada salvo esperar noticias de mi editorial. En mi imaginación, esas noticias son a veces exageradamente buenas ("eh, hemos vendido toda la edición en cinco días y tenemos que tirar 50.000 ejemplares urgentemente")... y horripilantes ("escucha, han empezado las devoluciones... solo tus amigos han comprado el libro, y ni siquiera todos")<br /><br />Luego pienso en los comentarios, en las críticas y en toda la legión de humillaciones a las que puede exponerse un autor en el siglo XXI<br /><br />Pero hoy, para alegrar mi espera, recibí un mail. El mail de una lectora que me contaba su historia y me decía que gracias a un libro mío había descubierto el placer de leer.<br /><br />Y entonces me di cuenta de que determinadas cosas no importan tanto como yo pensaba. Que el éxito y el fracaso son demasiado relativos y no está muy claro para que sirven. Y que, pase lo que pase, me hice escritora precisamente para recibir una carta como la que me llegó hoy. <br /><br />Lo demás vendrá o no. Pero yo ya he llegado a una de las metas.Marta Rivera de la Cruzhttp://www.blogger.com/profile/06600041860556755996noreply@blogger.com8tag:blogger.com,1999:blog-7837818128835272226.post-46341446375507256132011-10-03T14:30:00.000-07:002011-10-03T14:32:46.280-07:00La vida después: el comienzoEl vestido era horrible. Victoria se movió sin ganas delante del espejo intentando encontrarse favorecida con aquella especie de saco que parecía cortado por alguien que abominaba del sexo femenino y quería cobrarse la venganza en forma de trajecito espantoso. Era de algodón, o al menos eso ponía la etiqueta, pero a Victoria empezaba a picarle como si estuviese hecho de arpillera. Tenía un recatadísimo escote en pico de solterona vocacional – una especie de quiero y no puedo - y el largo anodino que aprobaría la superiora de un colegio de monjas de hace cincuenta años: seis dedos por debajo de la rodilla. Las mangas llegaban casi hasta el codo, en un intento fallido de afrancesar el conjunto, y el talle alto acaba de rematar el efecto perverso. El vestido – que, decididamente, picaba más de lo tolerable – era un verdadero antídoto contra la lujuria.<br />Junto a Victoria, con una sonrisa profesional, la dependienta intentaba ver la botella medio llena.<br />- Es su talla. No hay que hacerle ni un arreglo…<br />No, claro que no. Aquel vestido horrible se ajustaba a su cuerpo como lo hubiese hecho un guante lleno de agujeros y de mugre a la mano de la reina de Inglaterra. La vendedora – que era tan consciente de la fealdad de la prenda como la propia Victoria – se justificaba por no poder enseñarle nada más.<br />- En negro es lo único que nos queda… en verano… bueno, ya sabe, no suelen enviar gran cosa en colores oscuros. A principio de temporada hubiésemos podido encontrar algo, pero a estas alturas … <br />Victoria la dejó hablar frunciendo el ceño y sin apartar los ojos de su propia silueta – una talla 38, que cualquiera consideraría dignísima teniendo en cuenta que acababa de cumplir los 46 – embutida a la fuerza en aquel engendro que se le antojaba más y más espantoso.<br />- ¿Está segura de que no quiere ver algún modelo en otro tono? En la 38 nos quedan dos que son preciosos. Cualquiera le sentará muy bien. Este es original, pero un poco… no sé…<br />“¿Feo? ¿Ridículo?”<br />Ni siquiera la esperanza de una comisión por la venta animaba a aquella buena chica a endosarle semejante adefesio. Victoria movió la cabeza como quien se ha resignado a lo inevitable.<br />- Me temo que lo necesito en negro.<br />Eso era lo malo, que no se trataba tanto de elegir un vestido sino de encontrar algo de ese maldito color que en verano parece no existir. Habría sido más fácil en invierno, claro, cuando las tiendas se atiborran de los archifamosos “petites robes noire” y en el peor de los casos uno puede apañarse con un jersey de cuello vuelto y una falda cualquiera. Victoria recordó con disgusto las dos prendas que había dejado en su armario a siete horas de avión: un vestido de seda plisada, y un sastre de corte lápiz, elegante y sobrio, en negro los dos. Cualquiera hubiese servido para la ocasión. Pero hacer una maleta en estado de shock no es demasiado fácil, y menos cuando se tiene el tiempo justo para salir hacia el aeropuerto a tomar un avión donde, por cierto, sólo quedan libres dos milagrosas y carísimas plazas. No quiso ni saber lo que habían costado, como tampoco ahora quería recordar qué demonios había metido exactamente en su maleta de piel. Sólo estaba segura de que los dos vestidos que hubiera podido ponerse estaban a buen recaudo en su apartamento de Manhattan. <br />Fue entonces cuando se dio cuenta de que había dejado funcionando el aire acondicionado. Quizá Herder se hubiese acordado de apagarlo, pero él no solía preocuparse de esas cosas. Si no tomaba cartas en el asunto, a su regreso iba a encontrar su bonito piso convertido en una hielera, amén de una estratosférica factura de luz. Suspiró antes de mirar a la vendedora con aire de súplica.<br />- ¿Me permite un momento? Tengo que hacer una llamada.<br />- Desde luego.<br />Aquella chica tan agradable se alejó unos metros, convencida de que estaba buscando una especie de moratoria para decidirse acerca de aquel vestido horrendo cuya sisa le estaba provocando un sarpullido. Se rascó con disimulo mientras buscaba el móvil en el bolso.<br />- Mmmm… Hi…<br />La voz pastosa de Herder indicaba que dormía. Presumía de no sufrir los efectos del jet lag, pero cuando llegaban de viaje siempre necesitaba echarse durante diez horas para ponerse a tono con el nuevo horario. Si eso no es jet lag que venga Dios y lo vea, pensó Victoria…<br />- ¿Vicky? ¿Eres tú?<br />- Sí. Oye, siento despertarte, pero creo que nos hemos dejado encendido el aire acondicionado. Habría que llamar al portero para que subiese a apagarlo.<br />Hubo unos segundos de silencio. Herder debía estar intentando regresar al planeta tierra desde el feliz mundo de los sueños.<br />- No te preocupes. Estoy seguro de que lo desconecté al salir.<br />Milagro, milagro. Herder asumiendo un compromiso doméstico. Deberían apuntar la fecha para conmemorarla anualmente. Y hacer camisetas y gorras alusivas al acontecimiento.<br />- ¿Dónde demonios estás?<br />- En una tienda. Necesitaba un vestido.<br />- ¿Un vestido? ¿Ahora? Vicky, por Dios… Hemos aterrizado de madrugada ¿y tú te vas de compras a las… a las diez menos cuarto de la mañana? <br />Victoria tragó saliva. Sin saber por qué, aquella voz desabrida había multiplicado por mil el cansancio y la tristeza infinita que había acumulado durante las últimas quince horas.<br />- Necesito un vestido negro – dijo, y colgó. <br />Luego, sin saber muy bien por qué, se sentó en una butaca que había en el probador. El espejo le devolvió su imagen desmadejada, tan poco atractiva gracias a las circunstancias, el agotamiento…. y, por supuesto, al vestido espeluznante que llevaba puesto. Miró la etiqueta: costaba trescientos euros. Se le escapó un silbido adolescente. Trescientos euros… casi cuatrocientos dólares en un trapo feísimo que sólo iba a ponerse una vez. A Jan le daría un ataque si supiese que había gastando ese dineral en una prenda que ni siquiera le gustaba.<br />Jan…<br />La falta de sueño, la diferencia horaria, la tristeza, la soledad, el cansancio y el desaliento se le vinieron encima como un alud. Se sintió arrastrada hacia la tierra prometida de las lágrimas y dejó de oponer resistencia. Apoyó la cabeza entre las manos y se echó a llorar. <br />¿Qué diría Jan si la viese en ese estado, sollozando a solas en una butaca de terciopelo color melocotón dentro del probador de la única tienda de la calle de Serrano que estaba abierta a las nueve y media de la mañana en un sábado del mes de agosto?<br />Probablemente le diría “ya era hora, chica”. Porque aquel era un llanto que había estado aplazando sin necesidad. No había llorado al hablar con Marga, ni al colgar el teléfono, ni había llorado al hacer la maleta en un estado cercano a la catatonia, ni mientras viajaban en un taxi hacia el aeropuerto, ni durante las siete horas de viaje en avión, que invirtió en ver dos películas y seis episodios de “Frasier” en la pantalla privada de su asiento de bussiness mientras comía compulsivamente aperitivos japoneses, ni al aterrizar en Madrid después de tres años de ausencia. <br />Sí, chica, ya era hora de que te concedieses un respiro. Llora todo lo que te dé la gana.<br />- Oh, perdóneme… no sabía…<br />La dependienta había entrado en el probador sujetando tres perchas de las que pendían otros tantos vestidos. Victoria los miró a través de las lágrimas. El primero era precioso y tenía un suave color café con leche. Un tono que siempre le había sentado bien.<br />- Le he traído estos otros… pensé que ya habría acabado de hablar – colocó las prendas en los ganchos de las paredes y la miró con una expresión desolada – lo siento mucho, no debería haber entrado sin pedir permiso.<br />- No se preocupe, es culpa mía <br />- Tenga, coja uno… - la chica le tendió una caja de kleenex que había sobre la mesita. Victoria pensó que había visto pañuelos de papel en las consultas de los psiquiatras, pero nunca en una tienda de ropa.<br />- ¿Les pasa a menudo? Que las clientas se echen a llorar, quiero decir… como están tan bien preparados…<br />- ¿Qué? Ah, no… es por el maquillaje… para proteger las prendas... Algunas señoras se pintan como puertas y tienen muy poco cuidado al ponerse y quitase la ropa, así que usamos esto.<br />Agitó la caja en un gesto infantil. Qué agradable resultaba aquella dependienta. Era muy joven, casi una adolescente. Victoria pensó que no era una buena idea tener a una chica de esa edad en una tienda de señoras. A partir de los treinta y cinco, el ver unas piernas perfectamente torneadas, una cintura estrecha y un cutis luminoso y libre de arrugas produce cierto desánimo. Se preguntó cuántas clientas se habrían marchado de la tienda sin comprar sintiéndose difusamente insultadas por la juventud de aquella muchacha tan servicial y tan amable.<br />- Quiero que vea estos, por si decide cambiar de opinión.- ladeó la cabeza –. Son muy bonitos, y tienen buen descuento.<br />Victoria echó una mirada a aquellos trajes. Eran preciosos, en efecto. El de color café con leche marcaba ciento ochenta euros. La muchacha le dirigió una sonrisa cómplice cuando vio que miraba la etiqueta.<br />- Costaba quinientos a principio de temporada. Lino cien por cien. Es el único que queda. ¿Por qué no se lo prueba? <br />Sí, eso ¿por qué no? Victoria se dio cuenta de que la llantina le había inyectado una pequeña dosis de ánimo, así que se despojó encantada del colgajo negro y se puso el otro vestido que parecía hecho para ella.<br />- Es como si lo hubiesen cosido encima de usted. Fíjese en los hombros. Y en la cintura. El negro le ajustaba bien, pero este es mucho más elegante… y más barato.<br />El vestido negro esperaba, como desmayado, encima de la butaca de terciopelo. Victoria le dirigió una última mirada de desprecio. Trescientos euros por esa basura. Jan la maldeciría eternamente si se gastaba tanto dinero en semejante birria. A Jan le hubiese encantado el otro vestido. Un vestido que le sentaba bien, un vestido bonito que la hacía parecer más delgada y resaltaba el bronceado de su piel. Y pensar que había estado a punto de llevarse aquel despojo que parecía hecho con los restos de un saco, a juzgar por cómo rascaba…<br />- Me lo quedo. Y búsqueme unos zapatos que le vayan bien. En el 39, por favor. <br /><br /><br /><br /><br /><br /><br />- ¿Herder?<br />- ¿Se puede saber dónde estabas? Te he llamado veinte veces.<br />- Ya te lo dije, haciendo unas compras.<br />Herder se puso de pie y meneó la cabeza con un ademán paciente que hubiese envidiado el mismísimo santo Job, como diciendo “he aquí a la loca de mi mujer, que se escapa de la cama para ir de tiendas”. En ausencia de Victoria había pedido el desayuno y sobre la bandeja descansaban los restos del festín de bollos, huevos revueltos y pan con mantequilla. Al ver las sobras descubrió que estaba hambrienta, y picoteó con cierta avidez las migas del cruasán y las cortezas de las tostadas. Quiso servirse un café, pero la jarra estaba vacía<br />- Si quieres pedimos algo más.<br />- Déjalo, no vamos muy bien de tiempo. ¿Todavía no te has duchado? No puedo creer que…<br />Pero Herder cortó en seco los consiguientes reproches sobre su pachorra.<br />- Vicky, no empieces. Te largaste sin decir nada, luego me colgaste el teléfono y lo apagaste, así que llevo un buen rato preguntándome donde diantres está mi mujer. Incluso pensé que te había pasado algo. <br />- Por favor… ¿qué iba a pasarme? Estamos en el centro de Madrid, no en un suburbio de Caracas. <br />- Ya. Bueno, a ver ¿qué has comprado?<br />- Unos zapatos y un vestido<br />- Negro…<br />- No. Marrón.<br />Sacó el vestido y lo extendió en la cama deshecha. Herder miró la prenda y luego la miró a ella de arriba abajo, como si no pudiese dar crédito: se había lanzado a la calle después de un agotador viaje porque necesitaba imperiosamente un vestido negro, y ahora volvía con algo que no era ni remotamente parecido a lo que había ido a buscar. Victoria se preparó para el contraataque, pero Herder también estaba cansado y, en el fondo, le daba exactamente igual el color de la ropa de su mujer.<br />- Voy a darme una ducha. <br /><br />Herder… llevaban casados cinco años, y Victoria empezaba a reconocer ante sí misma que le habían sobrado por lo menos los dos últimos. Herder Van Halen, profesor de Lengua y Literatura Hispánica en la muy prestigiosa universidad de Columbia. Políglota, gran docente, investigador destacado. Un tipo estupendo, a decir de los que le conocían. Un imbécil, pensaba su mujer, un ególatra con mayúsculas incapaz de preocuparse por nadie que no fuese él mismo. Un memo integral que la ignoraba y hasta la despreciaba, o al menos eso había llegado a creer en los últimos tiempos… bueno, tal vez exageraba en lo del desprecio, pero, sea como fuere, el querido Herder había demostrado con creces que era un completo cretino lleno de manías, de prejuicios y de ideas absurdas. Alguien demasiado centrado en mirarse el ombligo como para dedicar siquiera unos segundos a ponerse en el pellejo de otros, no digamos ya en el de su mujer. Un superficial, un cínico de libro, que además de tener una elevadísima opinión de su persona, consideraba que el resto de la humanidad no estaba en absoluto a su altura, lo cual se traducía en una perenne actitud suficiente que sacaba de quicio a quienes la detectaban, que dicho sea de paso eran muy pocos. <br />Casi todo el mundo consideraba al profesor Van Halen como un milagro de la naturaleza, una prodigiosa conjunción de virtudes intelectuales y físicas, un crisol de bondad, inteligencia, belleza y talento. Pero, bajo esa gruesa capa de felices atributos, Herder era un tipo muy difícil de soportar. Lo malo- o tal vez lo bueno - era que casi nadie se daba cuenta.<br />. No siempre había sido así, se repetía Victoria, aunque cada vez con menos convicción. Cuando empezó el desencanto – es decir, cuando empezó a entender cómo era en realidad el hombre del que se había enamorado y con quien se había casado - le gustaba recordar que había habido una época en la que Herder Van Halen parecía una persona divertida, alegre, afectuosa y entregada. Al ir descubriendo al hombre malencarado, egoísta e impaciente que era en realidad su marido, intentó definir en qué momento había empezado a gestarse aquella amarga metamorfosis – la mariposa convertida en oruga - , o quien había lanzado la maldición capaz de convertir en sapo al príncipe encantador. Intentó culpar al entorno de Herder, a su insoportable familia de Nueva Inglaterra, a los compañeros de trabajo en la universidad, incluso a su legión de amigos – una cohorte de aduladores que parecían estar en el mundo con el propósito de besar por donde pisaba Herder y, básicamente, para lamerle el culo a todas horas – y al final tuvo que rendirse a la evidencia: Herder Van Halen había sido siempre la misma persona arrogante y vanidosa que ahora se le antojaba insufrible. Lo que pasa es que - por alguna misteriosa razón que no lograba comprender - se había enamorado de él. Y desde tiempo inmemorial se sabe que el amor es capaz de cubrir con una pátina de virtudes imaginarias cada uno de los defectos del otro. <br />Lo que le había ocurrido no era nada original, desde luego: el mundo estaba lleno de personas que se habían casado con alguien que era en realidad una especie de amable monstruo de Frankenstein hecho de cosas buenas tomadas de aquí y de allá. Lo malo es que aquella criatura era parte de un hechizo con fecha de caducidad: la misma que tiene la pasión en estado puro o la soberana estupidez del amor verdadero. Luego, el personaje se desmorona y queda sólo un bicho sin alma. El moderno Prometeo encantado de hacer trizas un cuento de hadas que había surgido en la cabeza de alguien desesperado por encontrar al príncipe azul o a la princesa dormida. Pero, aunque Victoria se consolaba pensando que a otros les había pasado antes que a ella, cuando se despertaba por las mañanas y veía a su lado a Herder Van Halen se detestaba a sí misma por haber caído en la trampa perversa del romanticismo. No es que el tipo adorable y tierno con el que se había casado se hubiese transmutado en un imbécil. Es que, simplemente, aquel hombre maravilloso no había existido nunca fuera de su cabeza flechada por un repelente angelito. Casi seis años después de la boda, Victoria, que se creía inmune a los cantos de sirena y presumía de ser capaz de detectar de un vistazo a los lobos con piel de cordero, tenía que reconocer que Herder van Halen se la había dado con queso.<br />Los problemas no empezaron enseguida, aunque Victoria era incapaz de trazar un punto en el mapa vital de ambos para indicar el lugar o el momento en que las cosas empezaron a torcerse. Quizá las primeras señales de alarma llegaron de la mano del sexo: la frecuencia de sus relaciones de cama empezó a disminuir de manera alarmante sin ninguna razón objetiva, y casi al mismo tiempo la calidad de aquellos encuentros empezó a dejar también mucho que desear. Como centenares de personas antes que ella, Victoria creo para sí misma media docena de buenas excusas para justificar lo evidente: que sus relaciones sexuales habían entrado en barrena. Al principio se consolaba pensando que de pronto el sexo no era bueno, pero tampoco era malo, y un bien día se encontró pensando que no era malo, pero tampoco era bueno. Fue también entonces cuando empezó a molestarle que Herder se retrasase a las horas de las comidas, que descuartizase el periódico para leerlo por secciones, que fuese capaz de hablar durante una hora de la reunión del claustro pero no disimulase su aburrimiento cuando pretendía comentar con él un artículo que estaba escribiendo, que pretendiese hacerla culpable de todos los pequeños desastres domésticos que se abatían sobre el apartamento – desde la baja del portero a las bombillas fundidas – o sus tendencias manirrotas. Oh, sí, al principio de su relación había confundido con generosidad chispeante esa afición de Herder por pagar las cuentas del restaurante, invitar a rondas en el bar del club a todos los gorrones que lo saludaban y enviar regalos a diestro y siniestro. Con el paso del tiempo, se daba cuenta de que lo que había considerado una costumbre apreciable era otra de las estrategias de Herder para subrayar también su superioridad material: soy rico, chicos, y puedo ocuparme de vuestros gastos. Si años atrás la propia Victoria sonreía satisfecha cuando Herder se hacía cargo de la factura del almuerzo de un grupo de seis desconocidos, ahora le entraban ganas de estrangular a su marido cada vez que agasajaba a personas que, con toda seguridad, sólo esperaban a que se diese la vuelta para criticarlo por su gesto dispendioso. Cuando el profesor Van Halen enviaba un ramo de flores de trescientos dólares a la anfitriona de una cena, Victoria ya no pensaba que se había casado con un perfecto caballero, sino con un gilipollas ostentoso con maneras de jeque árabe. <br />Bien es verdad que nadie la obligaba a seguir con Herder. Era mayorcita para tomar sus propias decisiones, no tenían hijos y su escasísima familia no ejercía ninguna influencia sobre ella, por no decir que les importaba muy poco lo que Victoria hiciera o dejara de hacer. Así pues, no podía achacar su situación de mujer desencantada a las presiones del entorno o el chantaje sentimental de terceros. El problema era que, aunque lo llevaba bien escondido bajo una perfecta capa de seguridad en si misma y de ansias de independencia, en los últimos años Victoria había acabado por desarrollar un miedo cerval a la soledad y necesitaba de la presencia de una pareja para sentir que su vida estaba completa. Se avergonzaba de esa necesidad como otros se avergüenzan de contraer una gonorrea: aquel sentimiento era tan poco coherente con el resto de su forma de pensar, con su modo de vida, que le resultaba bochornosamente absurdo, incluso patético: en pleno siglo XXI, una mujer aún atractiva, económicamente independiente, que había bruñido a conciencia su propio brillo social y profesional, aterrada ante la idea de un divorcio… era demasiado estúpido para comentarlo con nadie, y ella, por supuesto, no lo había hecho. Ni siquiera lo había hablado con Jan.<br />Él había sido el único de sus amigos a quien Herder no había logrado engatusar. Lo conoció tres meses antes de la boda, cuando Victoria organizó unas pequeñas vacaciones en España para presentar a los suyos al hombre con el que iba a casarse, aunque luego se dijo que la idea de reunir a su prometido y a sus amigos en una aparatosa fiesta en una terraza de Madrid – un remedo de las ridículas celebraciones de compromiso que organizaban las familias pudientes de la costa Este – había sido completamente inapropiada. Había demasiada gente, demasiado ruido, demasiado alcohol, demasiada música y demasiada expectación por conocer al futuro marido de la escurridiza Victoria, que había esperado a llegar a la frontera de los cuarenta para dar el sí quiero. Cuando vio juntas a todas aquellas personas – muchas de los cuales, dicho sea de paso, ni siquiera eran verdaderos amigos – ,cuando empezaron a asediar a Herder para presentarse y hacerle contar, una y otra vez, cómo la había conocido, cuando comprobó que muchos de los invitados cuchicheaban con falso disimulo seguramente preguntándose cómo demonios había conseguido Victoria conquistar a un atractivo e inteligente millonario americano, se dio cuenta de que hubiese sido mucho mejor organizar una cena íntima con Herder y las tres o cuatro personas que la querían de veras… o, quizá, solamente con Herder y Jan. Porque, en el fondo, Jan era el único al que de verdad quería presentar a su prometido. Prometido… Cielos, qué rematadamente cursi sonaba aquello… pero cuando uno ya casi peina canas, decir novio sonaba igualmente ridículo. <br />- Así que Herder van Halen…Tiene nombre de fiordo noruego –<br />Jan se acercó en cuanto la vio sola por primera vez en toda la noche, tras sufrir los envites de amigas y antiguas compañeras que la felicitaban efusivamente por la pieza cobrada.<br />- ¿Noruego? No, señor listillo. Su familia proviene de Holanda.<br />- Peor me lo pones. ¿Qué pasa, que teniendo ese apellido no podían facilitarle las cosas llamándole Troy, o John, o Michael? Herder van Halen… ¡por todos los santos, si parece un personaje de Edith Wharton!<br />- No seas repelente…<br />- No lo soy. Sólo tengo olfato para los malos nombres, y este se lleva la palma. El único más absurdo que recuerdo era el de aquella chica de mi instituto que se llamaba Marta Martos Martínez, la pobre. A ver, enséñame el anillo.<br />Con un mohín de hastío, alargó la mano sin ningún entusiasmo para que Jan pudiese admirar cómodamente la sortija de Tiffany´s montada en oro blanco. Victoria se había sentido un poco incómoda al ver aquel diamante desproporcionadamente grande - no le interesaban las joyas y, desde luego, no esperaba un anillo de compromiso digno de una princesa rusa - y su desconcierto creció al saber que lo había comprado la madre de Herder. Entonces recordó que su casi marido ya había estado casado antes, y seguramente su primera esposa habría recibido un regalo parecido. Es posible que Eunice Van Halen no quisiese que su futura nuera se sintiese víctima de agravios comparativos… o tal vez era una costumbre de familia abrumar a la novia con regalos caros para que supiese qué significaba ingresar en la aristocrática tribu de los Van Halen de Holanda. El caso es que allí estaba ella, exhibiendo un diamante de dos kilates y medio en el dedo anular de su mano derecha.<br />- Parece una pista de patinaje. – Jan la miró y frunció el ceño - Pensé que no te gustaban las piedras preciosas.<br />- ¿Por qué tienes que ser tan desagradable? ¿No puedes alegrarte por mí?<br />- Perdona… claro que me alegro. – la abrazó y la besó en el pelo – El anillo es precioso y el señor del nombre raro tiene muy buena pinta. Pero, si quieres que te diga la verdad, esta boda no me hace ninguna gracia. <br />- ¿Por qué…?<br />- Pues porque ahora si que ya no vas a volver a Madrid más que de visita<br />- No pensaba hacerlo, ni con boda ni sin ella. Tengo una plaza fija en la Universidad de Grace, y me va bastante bien en Nueva York.<br />- Ya. Sea como sea, míster Fiordo acaba de matar mis últimas esperanzas de que regreses a casa. Estoy condenado a verte de siglo en siglo y a mandarte mails cuando quiero saber de ti. Confieso que siempre pensé que lo de Nueva York sería algo pasajero, pero el señor comosellame me ha aguado la fiesta. Por eso le odio con toda mi alma. A él y a sus enormes diamantes. Pero te veo contenta… y, además, estás muy guapa. Así que claro que me alegro por ti. No pongas esa cara, chica. Venga, vamos a tomar una copa… <br /><br />Victoria había recordado muchas veces las palabras que Jan había dedicado a Herder. “Le odio con toda mi alma”, había dicho, con la misma pasión burlona que imprimía a todas sus declaraciones. Siempre pensó que aquella deliberada exageración, aquella frase extrema pronunciada con un deje frívolo, escondía algo mucho más profundo que el rencor hacia el hombre que cortaba definitivamente sus amarras con Madrid. No, Jan era demasiado generoso, demasiado bueno, la quería demasiado como para pensar en sí mismo al evaluar la decisión que Victoria había tomado.<br /> Supo que había algo que Jan no le estaba diciendo, algo que ni siquiera él era capaz de explicar. Quizá fue el único que, con sólo un apretón de manos, descubrió al estúpido que vivía dentro de Herder van Halen. Mientras el resto de conocidos y de amigos caían rendidos bajo su influjo de americano guapo y distinguido – parece el Gran Gatsby, le había dicho alguien – Jan había visto en Herder algo que no le gustaba. Exactamente lo mismo que Victoria había tardado años en descubrir. Ahora que lo había hecho, ahora que conocía al verdadero Herder, se preguntaba qué demonios venía a continuación, qué se hace cuando tu marido ya no te gusta y no te atreves a volver a empezar llevando sobre los hombros la conciencia de una relación fracasada… y, sobre todo, cuando eres incapaz de enfrentar la incomodidad que supone un nuevo cambio de vida. <br />Sí, eso era: el matrimonio la hacía sentir muy cómoda. Había algo confortable en el hecho de ser una mujer casada – y podía decirlo bien alto, porque durante casi cuarenta años había sido soltera – y no estaba dispuesta a volver a convertirse en una cuarentona solitaria con un divorcio a sus espaldas y un futuro incierto delante de las narices. Sería distinto si se hubiese casado con Herder a los veintiocho años, y estuviese considerando la posibilidad de un divorcio desde la cómoda atalaya de los treinta y tantos. Entonces podría plantearse el asunto con más o menos tranquilidad. Pero cuando la próxima década es la de los cincuenta, lanzarse de cabeza a lo desconocido evidencia una notable falta de sesera. Y Victoria no era lo que se dice una estúpida. <br />. Por eso llevaba más tiempo del recomendable cocinándose a conciencia en su propio rencor, en una rabia sorda que con el paso de los meses iba haciéndose más y más ingobernable. A veces se preguntaba hasta dónde podía llegar aquella sensación de hastío, de pura incomodidad, que despertaba en ella la sola presencia de Herder. Y ese era el principal problema: la profunda antipatía que su marido despertaba en ella. Desalentada, se decía que había algo muy infantil en ese sentimiento tan primario. A veces hubiese preferido odiar a aquel hombre, detestarlo con cada una de las fibras de su cuerpo, que experimentar hacia él lo que podía ser una pura pulsión de desgana. No es que abominase de Herder. Simplemente, le caía fatal.<br />Victoria estaba segura de que Herder van Halen no tenía la menor idea de lo que ella sentía. En realidad, a Herder le preocupaba muy poco todo lo que no estuviese directamente relacionado consigo mismo: sus clases en la universidad, sus publicaciones, sus conferencias y sus veleidades arribistas. Quería entrar en política, y había empezado a preparar el desembarco multiplicando su actividad académica y su presencia en foros más bien populistas con acceso a los lobbies que crecían en Nueva York como las setas en otoño. Herder Van Halen, descendiente de uno de los 400 de la señora Astor, caucasiano, rico por su casa y eminente profesor universitario, llevaba meses en feliz chalaneo con asociaciones de hispanos de la costa Este, participando en campañas cívicas y promoviendo iniciativas vanguardistas – la última, conseguir que una marca de cereales pagase unas clases de inglés para inmigrantes adultos que seguían sin conocer la lengua de su patria adoptiva – convencido de que si Chicago había sido capaz de lanzar a la Casa Blanca a un tipo negro, la población del estado de Nueva York bien podía dejarse conquistar por un aspirante a senador rubio y de ojos azules que abrazaba a líderes hispanos tras hablarles con soltura en su propia lengua, contaminada sólo por su ligero y musical acento de Nueva Inglaterra. <br />Herder pensaba presentarse a las próximas elecciones al senado con las bendiciones de su distinguida familia, que se había declarado dispuesta a apoquinar la pasta necesaria para conseguir la nominación. Los Van Halen estaban convencidos de que las ambiciones de Herder acabarían haciendo de ellos los próximos Kennedy, así que no importaba lo que tuviesen que invertir si el apellido Van Halen iba camino de convertirse en parte de la historia de la Gran Nación Americana. El jefe de campaña de Herder repetía media docena de veces al día que el aspirante a senador Van Halen era un candidato de ensueño: rubio, alto, guapo y atlético – más de lo que JFK había sido nunca, con sus eternos problemas de espalda y sus alergias a media docena de cosas – cultísimo y millonario. Que además fuese profesor en una de las mejores universidades del país y hablase tres lenguas aparte de la suya añadía más puntos al marcador. Su paso por el ejército hubiese sido la guinda del pastel – ya se sabe lo mucho que encandila a los americanos la historia del héroe - , pero Herder nunca manifestó interés por la vida militar, y hasta había escrito artículos incendiarios en contra de la política de Bush en Irak, así que nada había que hacer en ese sentido. Por fortuna, la Era Obama había inaugurada una nueva etapa en la que el antimilitarismo podía despertar la simpatía de los votantes, y a eso se agarraba Herder. Por lo demás, el cuadro de sus virtudes lo completaba una hermana homosexual con pareja estable – Victoria hubiese pagado cinco mil dólares por estar presente el día en que Berenice Van Halen confesó a sus exquisitos papás que le iban las chicas - , la superación de una leucemia durante su primera juventud… y su esposa española. Victoria Suárez de Castro, con su sonoro apellido, su procedencia europea – sí, los americanos tenían claro por fin que España no limita con Méjico – y su atractivo aspecto mediterráneo.<br />“Su esposa es una Jackie Bouvier del siglo XXI”, había dicho a Herder uno de sus asesores para justificar lo esencial que sería la implicación de Victoria en la campaña. Ella había accedido a pedir un año de excedencia en la universidad de Grace – donde daba clase de Relaciones Internacionales – para ayudar a su marido a obtener la nominación. Todos aquellos tipos – publicistas, jefes de prensa y demás parafernalia preelectoral – decían que si Herder Van Halen era el candidato perfecto, su esposa no se quedaba atrás: aquella distinguida morena de largas piernas, profesora en una universidad de menos prestigio que la de de su marido que colaboraba como analista de temas internacionales en dos o tres publicaciones importantes, resultaría mucho menos agresiva para el votante medio que una abogada correosa o una barracuda de Wall Street que ganase más que Herder - durante la campaña de Obama, fue un problema el publicar que el sueldo de Michelle era mejor que el de su marido- . Por otra parte, el modelo “matrona adorable entregada a su familia” había finiquitado con la mujer de George Bush, así que a nadie le preocupaba mucho que los Van Halen no tuvieran hijos. Herder si los tenía: dos chicos y una chica de su primer matrimonio. Sólo habría que llamarlos de vez en cuando para las sesiones de fotos y sacarlos en alguno de los mítines de fin de campaña si su exmujer no tenía inconveniente. Y, desde luego, mientras Herder fuese tan generoso con la pensión que le pasaba, no es fácil que la antigua señora Van Halen pusiese problemas a la hora de exhibir a su ejemplar descendencia.<br />A Victoria le importaba un bledo tener un marido senador. De hecho, le importaba un bledo a qué se dedicara Herder. La relación entre ambos había pasado de ser tensa a no ser. Cada uno tenía su vida, y su existencia común se limitaba al intercambio de palabras más o menos amables cuando coincidían, de milagro, en alguna de las siete habitaciones de su apartamento de la calle setenta y dos. Victoria se sentía como un verdadero gusano cuando se enfrentaba al hecho de que aquel apartamento era otra razón para no divorciarse de Herder. Era el lugar más maravilloso del mundo, o al menos eso pensaba ella, con sus vistas a Central Park, su luminoso salón con chimenea y la terraza de veinte metros cuadrados con la pequeña fuente de piedra y las enredaderas frondosas que le daban el aire equívoco de un patio romano. Hubiese sido capaz de matar por aquella terraza, un jardín en miniatura en el Upper East Side. No, ni todos los Herder van Halen del mundo conseguirían que renunciase a aquel paraíso urbano. Además, gracias al ingente trabajo de precampaña, Herder estaba en casa mucho menos que antes, aunque ahora sus ausencias había que atribuirlas a las ansias de nominación y no a la amante de turno. De todos modos, pensaba Victoria, el señor van Halen tendría que revisar su conducta sexual si pretendía zambullirse en las aguas procelosas y pacatas de la política norteamericana, donde las infidelidades y el puterío, por fino que sea, no están lo que se dice bien vistos. Por lo demás, para ella no había problema en seguir adelante con el pacto de no agresión que habían firmado hacía tiempo, e incluso estaba dispuesta a hacer su parte de trabajo, que hasta ahora se había limitado a unas cuantas meriendas con señoras, cenas con posibles donantes y dos o tres apariciones públicas en actos benéficos, donde entraba agarradita de la mano de Herder. Una mano, por cierto, que siempre estaba helada.<br />Herder salió de la ducha envuelto en una toalla, y Victoria tuvo que admitir que seguía siendo un hombre atractivo, aunque era incapaz de sentir por él ni una sombra de lo que pudiera confundirse con deseo físico. Por primera vez desde que salieron de Nueva York, se preguntó por qué demonios había insistido en acompañarla a Madrid. No era capaz de recordar la última vez que habían pasado juntos más de veinticuatro horas seguidas – y veinticuatro horas junto a Herder no eran fáciles de olvidar – y sin embargo se había empeñado en emprender con ella un largo y pesado viaje trasatlántico. Victoria estaba segura de que había gato encerrado tras tanta amabilidad, pero ahora no tenía tiempo ni ganas de investigar los motivos del lobo. Le había venido muy bien que la secretaria de Herder se preocupase de comprar los pasajes, pedir un coche para el aeropuerto y reservar un hotel en Madrid, así que eso era lo que ya había sacado de la compañía del profesor Van Halen: la perfecta logística de aquel viaje inesperado. Quizá debería haber pedido a esa Brittany, o comoquiera que se llamase, que le hiciera también el equipaje. Seguro que ella no se hubiese olvidado de meter en la maleta la ropa apropiada, pensó, e instintivamente miró el vestido que acababa de comprarse.<br />- Me voy a duchar.<br />- ¿A qué hora es eso?<br />Victoria cerró sin contestar la puerta del baño. Ese era el profesor Herder Van Halen: un tipo capaz de llamar “eso” al funeral por la persona a la que más había querido su mujer en sus cuarenta y cinco años de vida.Marta Rivera de la Cruzhttp://www.blogger.com/profile/06600041860556755996noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-7837818128835272226.post-2731847430993467852011-09-25T11:46:00.000-07:002011-09-25T12:05:14.356-07:00El misterio de las zamburiñasSí, ya sé que es un título raro, pero todo tiene su porqué. <br /><br />Antes que nada, os dejo el link de la página de FB de mi nueva novela, "La vida después", donde dentro de un par de días colgaré las primeras páginas de la novela:<br /><br />http://www.facebook.com/pages/La-vida-despu%C3%A9s-de-Marta-Rivera-de-la-Cruz/223725977681512<br /><br />Al lío: este fin de semana estuve en Lugo, en la semana de cine que organiza cada año Fonmiñá. Se vino conmigo el director Antonio del Real, a quien pasee por Lugo y adentré en los secretos de la gastronomía gallega.<br /><br />De ahí el título. las zamburiñas fueron la mayor de las sorpresas que se llevó Antonio, que nunca las había probado.<br /><br />Los gallegos estamos convencidos de que todo el mundo sabe lo que son las zamburiñas, esas vieiras pequeñitas y mucho más sabrosas, que tienen infinidad de posibilidades gastronómicas. Pueden tomarse en salsa. Y al horno. Y en arroz. y a la plancha. Hasta con pasta, como las preparé yo el otro día. El mundo es un lugar mejor gracias a que existen las zamburiñas. Por eso me parece increíble que haya gente que va por ahí ignorando su existencia.<br /><br />Pero Antonio no es el único ignorante, qué va. La primera zamburiña de su vida se la tomó Vargas Llosa en mi presencia. Fue en Lugo, hace como mil años o algo así. El hombre - que llevaba el aura del Premio Nobel alrededor desde el principio de los tiempos - no daba crédito con el sabor de aquellos bichitos que nos sirvió gratinados, Alberto García, uno de los magos de los fogones gallegos.<br /><br />- ¿Y como dicen que se llama? - decía el escritor.<br />- Zamburiñas<br /><br />Y Vargas Llosa repitió varias veces la palabra, en su sabroso mantra, no sé si para recordarla mejor o para regodearse en la eufonía del asunto. Zamburiñas, zamburiñas, zamburiñas. <br /><br />Para aquellos que amamos la buena mesa - ahora, como estoy a régimen, amo incluso la mesa mala: hoy me sorprendí fantaseando con un perrito caliente, ya veis - los descubrimientos gastronómicos son un motivo más, de los muchos que hay, para seguir viviendo. La posibilidad de hallar nuevos sabores, de platos ignotos, es también un acicate para tirar "palante", como diría el poeta.<br /><br />Yo últimamente he descubierto el pez mantequilla con trufa: un milagro de los japoneses. Cuando estuve en Perú descubrí el sabor de los aguacates de allá - palta, les lleman - y la suavidad de la carne de la alpaca, que probé con el miedo a encontrarme un sabor bravío que solo existía en mis prejuicios. También el maíz gigante, que es dulce y pastoso. Y el pisco sour auténtico, que consumido con cierto descontrol y recién aterrizada provocó el mí un efecto curioso.<br /><br />Alguien dijo una vez que a quien no le gusta comer tampoco le gusta vivir. Yo no me atrevo a aplicar semejante máxima, pero no me fío de las personas que miran la comida con asco, que comen como si eso fuese parte de un sacrificio. Comer, también cocinar,es un placer al alcance de casi cualquiera. Porque en el mundo, además de las zamburiñas, están también los macarrones guisados, y la ensaladilla rusa, y la tortilla de patatas.<br /><br />En fin, que se nota que tengo hambre. Para distraerla, pienso en mi novela. Y eso, me temo, también me abre el apetito.Marta Rivera de la Cruzhttp://www.blogger.com/profile/06600041860556755996noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7837818128835272226.post-13267867470195267782011-09-18T09:14:00.000-07:002011-09-18T10:38:12.239-07:00Días de muchas cosasMuchas cosas y cosas buenas. Ayer, celebración del 40 cumpleaños de mi hermana: reunión con viejos y nuevos amigos, muchas fotos (colgaría alguna por aquí si no fuese tan torpe, recuerdos compartidos y copas hasta el alba (ahora lo estoy pagando, pues ya no estoy para estos trotes).<br /><br />Si en esta reentré otoñal hay una novela verdaderamente esperada es "Freedom", de Jonathan Franzen, que llega precedida por su arrollador éxito en Estados Unidos y las bendiciones del mismísimo Barak Obama. Por mi parte, tengo muchas ganas de empezar a leerla: Franzen me fascinó hace años con su novela "Las correcciones", una fabulosa disección de las relaciones familiares - los autores anglosajones nos llevan años en cuanto a capacidad y acierto a la hora de tratar ese tema - contada con un extraño e irrepetible sentido del humor que no he vuelto a encontrar en ningún libro.<br /><br />Mientras espero la llegada de Franzen, paladeo otros libros menos mediáticos que me hacen llegar, generosamente, mis amigos editores: las confesiones del joven novelista Umberto Eco, el extraordinario volumen de cuentos "Los días felices", de Roberto Hasbun que edita Duomo (un gran descubrimiento que os recomiendo) y la novela "Mi planta de naranja lima", de José Mauro de Vasconcelos, enviada por el generoso y sagaz Luis Solano, editor de El Asteroide. <br /><br />Mientras espero la salida de "La vida después", me doy cuenta de que querría cambiar una palabra de la primera página. Es terrible. No lo hagais nunca: revisar un libro que está en imprenta es la peor y más absurda forma de flagelarse. Me dicen que es posible que esta misma semana pueda ver los primeros ejemplares. <br /><br />Este viernes estaré en Lugo para participar en la Semana de Cine. Voy a presentar la película de la que fui coguionista, "La conjura de El Escorial", junto a director Antonio del Real. Será el momento para recordar la aventura que supuso la producción de una película que, creo, tuvo menos éxito del que merecía. Para mí fue la primera aproximación al cine por dentro, y el acto de Lugo supondrá participar en una Semana que, cuando era muy pequeña, me permitía ver dos o tres películas infantiles en una semana, cosa imposible en el Lugo de los años setenta.Marta Rivera de la Cruzhttp://www.blogger.com/profile/06600041860556755996noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7837818128835272226.post-11432514514175301012011-09-11T11:21:00.000-07:002011-09-11T11:57:31.674-07:00De vuelta al blogPues eso. Después de unos meses de ausencia, regreso al blog que había tenido abandonado. Algunos me habéis escrito preguntando las razones de la espantada. La verdad es simple: no tenía tiempo. El año pasado mantuve abierto el blog de Valeria (la protagonista de mi novela juvenil, "Sombras") y entre eso y la escritura, me quedaba poco espacio - y pocas ganas - para cuidar el blog como debería. En compensación, he aprendido - más o menos - a moverme en twitter y seguí la actividad en facebook, pensando aquello de que quien no se consuela es porque no quiere.<br /><br />Pero he vuelto. Y lo hago en vísperas de una fecha especial: la edición de mi nueva novela, "La vida después", que llegará a las librerías el 5 de octubre. Unos días antes de que salga colgaré aquí el primer capítulo, como hice con "La importancia de las cosas". <br /><br />Las semanas previas a la salida de un libro son algo raras: por un lado, tengo ganas de ver el libro y de que empiece a llegar a los lectores; por otro, me entra el miedo escénico de todas las veces, acentuado en esta ocasión por la alargada sombra de la crisis que también - como no - toca el mundo del libro. Queda muy bien decir que te da igual que una novela se venda mucho o poco, pero, en mi caso, eso es una mentira: yo quiero que lo que escribo llegue a la mayor cantidad de gente posible. Así que sí, me preocupa que el libro se vea, se promocione, se venda y se lea.<br /><br />"La vida después" es una historia curiosa de la que - por consejo de la editorial - no puedo hablar de momento. Solo diré que está protagonizada por una mujer, Victoria, que tiene cuarenta y siete años, es profesora y vive en Nueva York lo que parece ser la vida perfecta: tiene un marido guapo y rico, vive en un ático en el Upper East Side y da clase en una universidad privada. Sus amigos son escritores, críticos de arte y guionistas de cine, cena en Le Cirque y en Cipriani y se compra los zapatos en Vivier... pero las cosas no siempre son lo que parecen, y Victoria no es tan feliz como debería. Un suceso inesperado la llevará a Madrid, la ciudad en la que vivió durante veinte años. Allí le esperan algunas dificultades, un montón de sorpresas... y una inesperada jugada del destino.<br /><br />Es una historia que habla de personas que se quieren y no saben como decirlo; de secretos que se han guardado durante demasiado tiempo; de mujeres a las que cuesta comprender algunas cosas. De unos hombres que no entienden nada, y de otros que creen que lo saben todo. Habla de sentimientos, de la dificultad para expresarlos... y, sobre todo, de la necesidad de aprender a respetar incluso aquellos que no entendemos. <br /><br />Y esto es todo, de momento...Marta Rivera de la Cruzhttp://www.blogger.com/profile/06600041860556755996noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-7837818128835272226.post-8450274233155387302010-12-18T11:11:00.000-08:002010-12-18T11:40:07.688-08:00Haciendo ( o no haciendo) el parvoAlfredo Conde, autor de una de las más bellas novelas en gallego de los últimos treinta años - "Xa vai o grifón no vento" - acaba de declarar que al escribir en gallego los últimos veinte años estuvo "haciendo el parvo" (para quien no lo sepa, parvo en gallego significa lerdo, tontaina, tolai...). Alfredo añade después que escribir en gallego no es rentable. No voy a contradecirle: él sabrá. Pero vayan algunas precisiones.<br /><br />Como regla general, uno debería escribir en el idioma en el que mejor lo haga. De darse la utopía - porque eso es lo que es - del bilingüismo absoluto, lo preferible es hacerlo en el idioma que le salga del corazón. <br /><br />Suena cursi, así que rectifico: si puede hacerlo, que cada cual escriba en el idioma en que le dé la gana.<br /><br />Es cierto que el público objetivo de los creadores gallegos es muy reducido: una comunidad de ochocientas mil personas no es el terreno mejor abonado para contar con un hueco editorial. Ocurre lo mismo a los autores de otras lenguas minoritarias por cuestión de población. A los rumanos. A los finlandeses. A los búlgaros. <br /><br />Los autores que escriben en lenguas que están en inferioridad numérica tienen que asumir que, o bien no van a venderuna escoba, o bien necesitarán una dosis extra de talento para abrirse camino en el proceloso mundo de las letras. Aalto Passilina no ha tenido problemas para contar con muchos lectores. Tampoco Mircea Eliade, ni Tzvetan Todorov. Su talento era capaz de saltar por encima de obstáculos tan impracticables como la inferioridad de condiciones de su idioma.<br /><br />Con los autores gallegos pasa igual: ni a Manuel Rivas, ni a Domingo Villar - por poner solo ejemplos de autores de grandes ventas - les afecta mucho el hecho de escribir en un idioma que no se habla más que un una comunidad autónoma que limita con Castilla, Portugal y - mar por medio - América y Gran Betaña.<br /><br />El problema es que, por culpade un puñado de señoras y caballeros con unacara muy dura y, sobre todo, de una recua de políticos oportunistas y cobardones pertenecientes a la Xunta de Manuel Fraga se dejó crecer la especie de que el erario público gallego tenía la obligación de compensar la inferioridad numérica de los gallego parlantes y, en consecuncia, las limitaciones del mercado editorial para los escritores en gallego. Se abrió, pues, una veda demencial de ayudas públicas sin tasa, subvenciones y compras desmadradas de libros que se morían de vergüenza en los almacenes de la Consellería de Cultura.<br /><br />Se decía que así se estaba ayudando al sistema editorial y a la cultura gallega. Yo creo que la mejor forma de cargarse una cultura es la de fomentar la estulticia y el todo vale en lugar de la excelencia. Por qué, en vez de comprar docientos ejemplares de un poemario infumable cuyo único mérito eera estar escrito en gallego normativo, no se invertía la misma cantidad de dinero en proveer todas las bibliotecas púbicas gallegas de un número suficiente de ejemplares de "¿Qué me queres, amor?", de "Morning Star", de "Galván en Saor" o de "Ollos de auga"? ¿Por qé no se fomentaba, con dinero público, las traducciones de autores que hubiesen sido rentables también en castellano? Respuesta: porque lo otro era más fácil: "publique usted lo que le salga de los cataplines, que si está en gallego oficial se lo compramos y punto". Cuando llegó el bipartito y la Conselleríade Cultura se convirtió en Talibanciñolandia, allí fue Troya. Como muestra postrera del disparate, aquel famoso viaje a Cuba con sopotocientos escritores que viajaron gratis total a tomar mojitos y a bailar sabroso porque, como comprenderá cualquiera, promocionar el libro gallego en un país donde: a) no se habla gallego y b) los libros cuestan el sueldo de un mes es,simplemente, una forma divertida de tirar el dinero. Eso sí, muchos se lo pasaron de coña.<br /><br />Esta actitud perverasa, inventada por el siempre irresponsable Pérez Varela y disfrutada por aquella señora del BNG de la que nunca más se supo contribuyó a crear un sistema perverso donde sobrevivían demasiados autores que vendían más libros a la Xunta que a los lectores.<br /><br />Cuando llegaron las vacas flacas y las nuevas políticas culturales, cuando se cerró este grifo desmadrado, muchos clamaron a gritos por lo que consideraban derechos adquiridos. Es lo que pasa cuando a uno lo acostumbran mal.<br /><br />Entre los autores que escriben en gallego hay gente de todas clases: hay buenos y malos escritores, buenas y malas personas, tipos y tipas con talento y otros que no saben lo que es eso. Como en cualquier otro idioma del mundo. También hay un grupúsculo de intransigentes que quieren ver en la literatura su coto privado, su reino de Taifas, donde nadie venga a meter cuchara. Son los mismos que pusieron el grito en el cielo cuando Alfredo Conde ganó el Nadal con una novela que escribió en castellano porque le salió de... de....<br /><br />Ahora, Alfredo cae del caballo, ve la luz, se disgusta, se indigna. Desde la admiración que le profeso y el cariño que le tengo, le aconsejo que se olvide de soflamas y se dedique a escribir como él sabe hacerlo (muy bien), y en el idioma que le salga de adentro. Amigo mío, mal estás si vas a dejar que te marquen el paso unos melones que no saben ni donde están, que viven anclados en la época de Maricastaña y que no soportan el éxito ajeno.Marta Rivera de la Cruzhttp://www.blogger.com/profile/06600041860556755996noreply@blogger.com25tag:blogger.com,1999:blog-7837818128835272226.post-83054002891542235052010-12-11T13:35:00.000-08:002010-12-11T14:06:29.105-08:00Ver el fuegoHoy, el diario "El progreso" traía una noticia que llamó mi atención: dos adolescentes habían sido detenidos acusados de provocar incendios y quedarse luego a ver como los apagaban. De alguna forma tengo la impresión de que eso ha sido lo que ha hecho el gobierno en el dichoso caso de los controladores: encender el fuego. <br /><br />No cabe duda que el de los controladores es un colectivo de privilegiados. Unos señores que, en el País de los Sueldos Ridículos, cobran sueldos desproporcionados incluso para la Unión Europea. Unos señores - y señoras - que pasan muchas menos horas en el tajo que cualquier bicho viviente. Para defender sus privilegios, hablan de responsabilidad y estress. No pongo en duda ni uno ni otro. Pero ¿no está estresado un Guardia Civil en Intxaurrondo? ¿El conductor de un autobús escolar? ¿Y el cirujano que lleva catorde horas de guardia y de pronto entra un accidente de tráfico y tiene que operar a un herido a vida o muerte? ¿Ese no está agotado?<br /><br />A estos personajes había que ponerles coto, y el ministerio de Fomento ha cogido el toro por los cuernos. Hasta ahí, muy bien. Pero aprobar el decreto de la discordia en vísperas de un puente para que sean los sufridos ciudadanos los que apaguen la fogata del fuego de la ira no parece lo más apropiado. Llevan ocho meses negociando con unos tipos que son más bien poco proclives al diálogo. ¿Era necesario armar el Belén en vísperas de un puente?<br /><br />Gracias a loschicos de César Cabo - que, tras los recientes acontecimientos ha perdido parte de su chulería y hasta de su sex appeal - estuve a punto de verme atrapada en el aeropuerto de Alvedro. Me libré por los pelos. Al día siguiente salía paraGinebra, y ese vuelo sí que no pude tomarlo. El país estaba colapsado, el puente echado a perder y España ofreciendo al mundo una imagen propia de república bananera. Los pirómanos encontraron la forma de volver las aguas a su cauce en una discutible operación que empieza a cuestionarse como institucional. Rubalcaba comunicó la declaración del Estado de Alarma - en un acto sin precedentes, pues es fácil entender que un auncio de esa gravedad corresponde hacerlo al Presidente del Gobierno - y los aviones empezaron a despegar. Ante la amenaza de despido o trullo, a los controladores se les pasó la gripe, el cansancio y todo.<br /><br />Con un día y medio de retraso volamos a Ginebra. Borges decía que Ginebra era el mejor lugar del mundo para ser feliz, y pasé dos días intentando averiguar porqué. Me gustó la ciudad vieja, y la vista fabulosa del Mont Blanc desde el melancólico lago Lehman, pero encontré Ginebra gris y algo sucia, horriblemente cara y mortalmente aburrida. Los precios convertían en un chollo la vida en ciudades como Londres, París o Nueva York. A pesar de todo, lo pasamos muy bien. <br /><br />Desde allí, y gracias a mi bendito iphone, pude leer el discurso inolvidable que leyó Vargas Llosa en vísperas de recoger el Premio Nobel. Ni una sola de las líneas que pronunció eran huecas o prescindibles. Imposible concebir una mejor forma de homenaje al libro, a la literatura y a la valentía personal y política.<br /><br />Al volver, como siempre, trabajo atrasado y muchos planes. Esta semana, presentación de un libro de la Fundación Proniño en el que he colaborado; la entrega a Juan Goytisolo del Premio Quijote; un viaje a Pozoblando para participar con José Angel Mañanas en una mesa sobre literatura y cine, y la presentación en la Academia de la Nueva Ortografía. Y, entre medias, espero que Rafael Reig encuentre tiempo para celebrar con un desayuno su triunfo mejicano.<br /><br />Por cierto, unos minutos de publicidad: si queréis comprar vinos EXCEPCIONALMENTE BARATOS, visitad: www.topvino.es<br />Hay verdaderos chollos.Marta Rivera de la Cruzhttp://www.blogger.com/profile/06600041860556755996noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-7837818128835272226.post-30632353934850785272010-11-30T14:19:00.000-08:002010-11-30T14:42:29.700-08:00Cuéntenme algo que no sepaEn esta semana han saltado a las páginas de actualidad muchas revelaciones.<br /><br />Leonor Alazraqui, vidente de profesión, ha dicho "La magia de Messi está en sus pies". Gracias por la info, señora, pero para ese viaje no me hacen falta alforjas. Otra cosa sería si hubiese dicho "la magia de Messi está en su oreja derecha" o "La magia de Messi está en el pelo, como la de aquel buen mozo llamado Sansón".<br /><br />Luego viene González Iñarritu, al que venero como realizador, pero pronunciando frases lapidarias ha demostrado no tener precio: "Para ser director, lo primero es tener algo que contar". A mí me hubiese gustado escuchar que para dirigir pelis lo bueno es tener un ojo de cristal, o una prima en Soria. Pero la condición que sugiere Iñarritu se la pongo yo en bandeja.<br /><br />Más adelante fue el turno de Leire Pajín, a la que le preguntaron por qué había nombrado responsable del Plan Nacional sobre Drogas a una Auxiliar Administrativa, y contestó "La ministra nombra a quien le sale de los cojones". Díjolo Blas, punto redondo. Eso es moderación, coherencia, diálogo. Como mi padre, cuando le preguntaba por qué tenía que regresar a casa a las diez y me contestaba, muy dialogante "Porque lo digo yo". Mi padre es que es bastante más fino que Leire Pajín. <br /><br />Y ahora, lo bueno buenísimo: los famosos papeles de Wikileaks, que por su profundidad y el nivel de información que nos han brindado parecen obtenidos por los entrañables Mortadelo y Filemón. Al parecer, la CÏA sabe:<br /><br />- que Berlusconi hace fiestas desamadradas (y yo también lo sé. En Villa Certosa. Me sé hasta el nombre de las Velinas que iban a hacerle los coros. Lo mismo hasta puedo ampliarle el cotilleo a Wikileaks)<br /><br />- Que Gadafi se pone botox (Gracias por la aclaración. Yo pensabaque la tersurade su cutis se debía a un milagro. Ahora que sé que losuyo es como lo de Nicole Kidman, me quedo mucho más tranquila)<br /><br />- Que Cristina Kirchner tiene problemas psicológicos (quien lo diría, viéndola siempre tan relajada y tan tranquila)<br /><br />- Que Sarkozy es arrogante, Putin un mujeriego y Ahmaineyad, el de Irán un tipo retorcido y peligroso. (Gracias, señores de Wikileaks. Nunca lo hubiéramos sospechado)<br /><br />- También cuentan que Zapatero es un izquierdista trasnochado,y que básicamente no tiene ni puta idea de nada. Estos de los servicios secretos es que son la leche. De todo se enteran, los cabrones. Y mira que el presidente disimuma bien, ¿eh? Vamos, tanto que los yankis sospechan incluso que sabe inglés y que el tío se hace el tonto para cotillear. <br /><br />Ante lo que se avecina, ante la inseguridad y la zozobra, prefiero refugiarme en las cosas que me gustan: la novela que estoy escribiendo, los libros que esto leyendo (ahora mismo, "Mitología de Nueva York", de Vanessa Montfort), mis amigos de siempre: hoy desayuné con Martín Casariego, comí con Fernando Marías en un restaurante mítico para celebrar con retraso su Premio Primavera y mensajeé a Rafael Reig, que acaba de ganar el Premio Tusquets con una novela - "Todo está perdonado" -que ya he tenido el privilegio de leer.<br /><br />De leer y de anotar: Rafael no sólo me deja leer sus originales, sino que además me deja apuntar cosas, hacerle sugerencias, corregirle. Es una joya, mi Reig. Escribe mejor que yo, y aún me pregunta que qué me parece. Ahora, amigo, no te libras de la chuletada en tu casa nueva. <br /><br />Anda que estoy como para preocuparme por Wikileaks.Marta Rivera de la Cruzhttp://www.blogger.com/profile/06600041860556755996noreply@blogger.com9tag:blogger.com,1999:blog-7837818128835272226.post-22179728199855274592010-11-22T03:52:00.000-08:002010-11-22T04:08:39.531-08:00Soledad PuértolasCreo que la primera vez que leí un libro de Soledad Puértolas fue a los diecinueve años, en la Universidad. La profesora de Literatura contemporánea nos sugirió la lectura de "Queda la noche". Desde aquella primera novela me declaré Puertóloga por los siglos de los siglos.<br /><br />Cuando empecé "Queda la noche" no podía imaginar que casi veinte años más tarde Soledad Puértolas iba a participar en el acontecimiento profesional más importante de mi vida: era jurado del Premio Planeta cuando quedé finalista. Aquella noche me dio un abrazo y por mi cabeza pasaron, como espíritus felices, las páginas de aquel primer libo suyo que leí.<br /><br />He coincidido con ella otras veces, y tuve la oportunidad de disfrutar de su calma elegante, su sentido del humor, su delicadeza, su ironía. Es una de esas personas que emanan tranquilidad, que proporcionan una paz particular a las conversaciones y a la vida.<br /><br />Ayer, Soledad ingresó en la Real Academia, y tuvo la gentileza de invitarme a la lectura de su discurso. Me emocioné al verla entrar en el salón, escoltada por Jose Luis Borau y Luis Mateo Díez, serena y firme, vestida de negro, con una flor de seda en la chaqueta. Escuché su discurso recordando muchas cosas, y todas buenas. Luego, Soledad nos invitó a una copa en el hotel Villa Real, y allí pudimos abrazarla y compartir con ella la noche más hermosa.<br /><br />No todos lo hicieron, y bien que lo lamenté. Había ausencias notables en la bancada de los académicos. No sé qué cosa tan importante tenían que hacer ayer domingo, a las siete de la tarde, Javier Marías o Álvaro Pombo, pero bien podrían haberla dejado para otro momento. Hay pocos escritores en la Academia. Cuando ingreasa uno nuevo, lo menos que pueden hacer sus pares es cuadrar las agendas para estar ahí y apoyarlo en cuerpo y alma. Javier Marías, que presume de no leer a escritores vivos, tiene la ventaja de que tampoco se le crean muchas obligaciones con los muertos.<br /><br />Y otra ausencia, mucho más sangrante: la de la ministra de Cultura, señora González Sinde. Ignoro si su no presencia está relacionada con causa de fuerza mayor, a saber, que la estuviesen operando de apendicitis, que se acabara de romper una pierna o que un pariente en primer grado precisase de atención hospitalaria. Si ese es el caso, pido perdón por adelantado. Pero si no es así, encuentro impresentable que una ministra de este gobierno feminista y paritario diese la espalda al ingreso de una mujer en una institución en la que solo hay cinco. Defender la condición femenina es algo más que ir de verbena, pegar carteles y negar un apretón de manos a un alcalde faltón. <br /><br />Es ahí donde hay que estar, señora Sinde, aplaudiendo a quien se ha ganado su silla a base de pulso y de trabajo, y no por cumplir cuotas o pasar la mano por el lomo adecuado. Su ausencia en el acto de ayer es una prueba más de que andan ustedes en no sé qué limbo.<br /><br />Y con esto y un bizcocho...Marta Rivera de la Cruzhttp://www.blogger.com/profile/06600041860556755996noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-7837818128835272226.post-88735490446761934132010-11-14T13:50:00.000-08:002010-11-14T14:12:22.558-08:00Libros que cambianLo he dicho y escrito muchas veces: el de la relectura es un delicioso placer al que a veces renunciamos con la pobre excusa de que hay muchos buenos libros por leer. Yo, de vez en cuando, me regalo una segunda lectura (o tercera, o cuarta...) de textos que ya conozco.<br /><br />La experiencia no siempre es satisfactoria. Esta semana volví a leer "Queixumes dos pinos", el poemario de Eduardo Pondal, y me gustó cien veces menos que cuando lo leí por primera vez. Encontré los versos rimbombantes, pretenciosos, vacíos incluso. Del volumen sólo salvaría el poema "Los pinos", que se eligió como hermosa letra del himno gallego. Para quitarme la espina reemprendí la lectura de Cabanillas con "Na noite estrelecida" y comprobé que, por fortuna, el texto no sólo resistía esa relectura, sino que incluso era mucho mejor de lo que recordaba. Así que disfruté de la particular versión de la leyenda artúrica y no pensé para nada en el libro que estaba dejando de leer para volver sobre los pasos de Cabanillas.<br /><br />Wl blog de mi novela "Sombras" (www.valeriaoriol.blogspot.com) ha superado las siete mil visitas. No entiendo muy bien como funciona el asunto, pero esta bitácora, que lleva ya más de tres años, jamás ha tenido las trescientas visitas diarias que pueden contabilizarse en el blog de Valeria. No sé si debería alegrarme, pero, por si acaso, lo hago.<br /><br />Recibo el indignado correo electrónico de una persona que me reprocha que haya llamado "minusválido" en un artículo a una persona que sufre una discapacidad física. Según me dice, por orden del consejo de ministros, ahora a los minusválidos hay que llamarles "discapacitados". Toma castaña. El consejo de ministros decidiendo que "minusválido" es un insulto... que me perdonen los implicados, pero que Pepe Blanco, Trinidad Jiménez o Bibiana Aído vengan a decirme a mí como hay que llamar a un señor que va en silla de ruedas hace que se me pongan los pelos como esparpias. Menuda manada de filólogos. Eso sí, mientras los jinetes del apocalipsis se sacan de aquel sitio reglas de corrección política, hay que hacer milagros para moverse en silla de ruedas por las ciudades. <br /><br />Veo en el videoclub que ha salido a la venta la quinta temporada de "The Wire". El que no haya visto las temporadas anteriores, que aproveche para ponerse al día. Es una de las mejores series policiales que se han rodado, en dura competencia con "The Shield". Por cierto, David Torres, si lees estas líneas, recuerda que habías prometido pasarme la séptima temporada...<br /><br />Hoy, El País Semanal publicaba un artículo mío sobre Henry Clay Frick, el multimillonario meoyorquino que logró reunir la mejor colección privada de arte de Estados Unidos, y a su muerte legó al público su casa y todos los objetos de arte que había reunido a lo largo de su vida. Fue, en su momento, el más generoso legado otorgado nunca por un particular. En 2010, la colección cumple 75 años. Es un lugar maravilloso, en la calle setenta con la quinta avenida. Como NY queda desdichadamente lejos, la web oficial ofrece visitas virtuales como sucedáneo de un paseo por la mansión.Marta Rivera de la Cruzhttp://www.blogger.com/profile/06600041860556755996noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-7837818128835272226.post-47685356137263026572010-11-08T11:10:00.000-08:002010-11-08T11:33:49.080-08:00Parece que va a llover...Bueno, hala, ya lo han conseguido los que llevaban un mes quejándose del otoño maravilloso que hemos tenido. Llevo semanas escuchando a gente maldiciendo las temperaturas deliciosas, los cielos azules, las noches tibias. Estarán contentos: hoy amaneció un día feo y gris, ventoso y triste, frío y desagradable a más no poder. Hay que ir por la calle con la gabardina abrochada, la bufanda en el cuellos y el paraguas plegable en el bolso. Una delicia, vamos. Los que renegaban del buen tiempo están de suerte. Eso sí, se van a hartar. Queda todo un largo invierno por delante...<br /><br />El título de este post está tomado de una composición popular: "parece que va a llover / el cielo se está nublando / parece que va a llovar / ay mamá, me estoy mojando"... Creo que es una guaracha, pero no estoy segura. Lo que sí sé es que sirve de fondo musical a uno de los anuncios de más bella factura que he visto nunca en televisión. Los habitantes de un pueblo parecen prepararse para la inminencia de un temporal, y buscan acomodo en una mansión destartalada que muy bien podría haberse sacado de una novela de Carpentier. Dentro, desanimados y tristes, se mezclan como en una humana arca de Noé todos los tipos de la aldea. Ahora entramos en una atmósfera que parece concebida por García Márquez. Entre la oscuridad yla incertidumbre, alguien abre un cajón y saca unas botellas de licor, lo que cambia los semblantes y da inicio a la fiesta. Por cierto, el producto que se anuncia es Bacardí Mojito. Cuando las cosas se hacen bien, hay que hacer publicidad extra de aquel que ha querido regalarnos un pellizco de belleza.<br /><br />Este fin de semana ha venido el Papa. A mí, las visitas papales no me despiertan lo quese dice entusiasmo, pero sí las entiendo desde el respeto a aquellos que, por su fe, entienden como un regalo la visita del heredero del trono de Pedro. Dejando a un lado las circunstancias religiosas, es evidente que los viajes papales traen a las ciudades de destino toda una batería de beneficios que nada tienen que ver con el auxilio espiritual. Por eso no puedo entender que haya quien se queje, y menos aún que cuatro- o cuarenta - simplones propogan que sean los catolicos los que paguen los gastos de la gira papal. Por extensión, podríamos proponer que los sindicatos los sostuviesen los sindicalistas y los partidos políticos sus afiliados. Un tipo con una pinta bastante dudosa se desgañitaba protestando porque sus impuestos sirviesen para sufragar la visita de Benedicto XVI. Yo le diría que a mí tampoco me hace puñetera gracia que lo que ingreso a Hacienda sirva para que, por ejemplo, un maltratador de mujeres tenga una tele de plasma en su celda de la cárcel, y me tengo que aguantar.<br /><br />Los titulares fueron muchos, pero me hace gracia la machacona insistencia en aclarar que el Papa cargó contra el aborto y el matrimonio gay. ¿A alguien le sorprende? Lo que hubiese sido digno de una primera página es que Benedicto hubiese llegado a celebrar la boda de Pedro Zerolo y a estimular las políticas abortivas. A cada cual lo suyo. Este señor tiene su negociado, y en él determinadas cosas no tienen cabida.<br /><br />Me llegan por mail los currícula de cuatro ministros de Sanidad: Alemania, Italia, Francia... y España. Me pregunto qué dirán los otros cuando lean, con los ojos como platos, el de la titular española del ministerio, señorita Pajín. <br /><br />Leo "Érase una vez en Manhattan", de Mary Cantwell, publicada por Lumen. Una delicia de texto autobiográfico y un melancólico retrato de aquel Nueva York de los años cincuenta. No me resisto a trascribir unas líneas que dedicó a la novela el crítico literario del New York Times: "Lees estas páginas y te entran unas ganas locas de vivir allí y en aquella época, de estar vivo y ser joven en Manhattan". No hay mucho más que decir. El libro estimuló mis particulares nostalgias de una ciudad que empiezo a echar de menos en cuanto me meto en el avión de regreso a Madrid. Me he prometido regresar siempre que pueda, porque, de todas formas, una vez que la conoces Nueva York se queda en ti para siempre, como si te hubiese colocado en el corazón un imán que te atrae sin piedad hacia el metal de los rascacielos y el mecano del puente de Brooklyn.<br /><br />Trabajo, trabajo y más trabajo. Por primera vez en mucho tiempo me siento cercana al desbordamiento. No hay puentes, no hay días libres. Pero voy a llegar al ecuador de mi novela...Marta Rivera de la Cruzhttp://www.blogger.com/profile/06600041860556755996noreply@blogger.com10tag:blogger.com,1999:blog-7837818128835272226.post-31353030817567867382010-11-01T05:05:00.000-07:002010-11-01T05:30:31.720-07:00www.valeriaoriol.blogspot.comEse es el link del blog de Valeria, la protagonista de mi novela "Sombras". Si os apetece saber de qué va, curiosead un poco por allí. Para mi sorpresa, y según el contador, en este momento el blog de Valeria ha recibido 4895 visitas... Hace un par de días recibí una llamada del generoso Javier Sierra, que había dedicado su tiempo a la lectura de "Sombras" y me regañaba cariñosamente por haber catalogado como juvenil una novela "que vale para cualquiera". <br /><br />Paso el puente en Madrid, más bien tranquila,acabando de leer el borrador de la novela de un amigo (hasta aquí puedo leer)y trabajando en mi propio texto, que se ha desatascado - ¡¡por fin!! - después de muchos días. La verdad es que el resfriado que cogí no me ayudó en nada: estuve pácticamente fuera de juego durante casi dos semanas. Por eso tengo que ponerme al día, y he elaborado un plan de trabajo más bien leonino. Pero es la única forma de conseguir acabar el texto en la fecha que yo misma me he propuesto.<br /><br />Leo una coleción de cuentos, "Una noche en Mozambique", de Laurent Gaudé, publicado por Salamandra. Son buenos, pero me deslumbró especialmente el primero, "Sangre negrera". Mientras lo leía, me parecía tener entre las manos un texto de Conrad. Recuerdo la fascinación que experimenté cuando leí "El corazón de las tinieblas": después de muchas lecturas que describían la naturaleza como algo amable y hermoso, yo estaba descubriendo la selva como una amenaza terrible. Intento encontrar en mi plan para los próximos meses un momento para la relectura de Conrad, pero me temo que no lo va a haber. Habrá que esperar a un momento mejor.<br /><br />Me paso parte de la mañana del domingo en la FNAC. Está abarrotado. Al principio pienso que la marabunta ha llegado a la tienda escapando del aguacero inesperado que en cuestión de segundos ha convertido el centro en un pequeño caos. Cuando llego a las cajas me equivoco. La gente está comprando. Discos. DVD´s. Y libros, muchos libros. Parece una tontería, pero ver a tantas personas aprovisionándose de lectura me inyecta una pequeña dosis de optimismo. <br /><br />Por mi parte, compro la tercera temporada de Mad Men para regalar a un amigo; una edición de bolsilo de "Cita en Samarra", de John O´Hara y un pequeño capricho: un libro sobre Norman Rockwell. Ni siquiera recuerdo cuando vi su primer dibujo - posiblemente, una de las portadas que hizo para el Saturday Evenning Post - , pero las escenas de Rockwell nos transportan a esa América inocente que existió una vez. Rockwell dibuja a niños comiendo helados enormes en cafeterías anticuadas, a dos damas cambiando una rueda mientras un nada caballeroso holgazán las observa desde su casa, a chiquillos mirando por la ventana en la mañana de Navidad. Cada dibujo de Rockwell invita a imaginar una historia completa. Y a mí nada puede gustarme más que imaginar una historia. <br /><br />Lunes festivo a medias. Tengo que volver a mi novela cuanto antes, y recuperar como sea el tiempo perdido.Marta Rivera de la Cruzhttp://www.blogger.com/profile/06600041860556755996noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-7837818128835272226.post-70010072373083427342010-10-24T08:33:00.000-07:002010-10-24T08:52:37.415-07:00"Sombras"... y otros libros.Pues ya está en las librerías mi novela juvenil, "Sombras", una historia de amor, misterio y poderes paranormales con crimen de por medio y sorpresa final. Lo curioso es que pensaba que era una novela para gente de 17 años,y de pronto me encuentro con comentarios elogioso de gente de mi quinta. ¿Será que nos equivocamos al adjudicar una edad a los libros? ¿Será un error acotar los años de los posibles lectores?<br /><br />Lo he pasado muy bien escribiendo este texto, entre otras cosas porque escribir para adolescentes supone una suerte de regreso al lugar perdido de los quince años. Cuando uno crea un personaje como Valeria Oriol, a la fuerza debe volver a la adolescente que fue una vez. Y, la verdad, es ese el único modo en que consentiría en volver a la etapa de la juventud. Me bastó en su momento.<br /><br />Si queréis saber algo más de "Sombras", podéis leer el blog de su protagonista en<br />www.valeriaoriol.blogspot.com<br /><br />Si alguno tiene curiosidad, ya sabe... El libro, por cierto, lo edita Destino Infantil y Juvenil, de forma que todo queda en casa.<br /><br />Me llegan por correo desde Belgrado diez ejemplares de "El inventor de Historias" que se ha traducido al serbocroata. Pasados los primeros momentos de emoción al ver mi nombre y el nombre del libro escritos en otro idioma, surge la duda sobre qué hacer con esos libros que nadie que conozco está remotamente capacitado para entender. Finalmente me quedo con uno de forma testimonial, Marcial se apropia de otro y reservo otros dos para mi padre y mis tías. El resto vana ocultase en la última balda de la estantería del pasillo, a la que se accede por medio de una escalera de mano, y a donde van a parar los volúmenes que sé que no voy a leer nunca.<br /><br />Por mi parte, leo otras cosas. Ayer por la tarde, una recopilación poética que bajo el título "El árbol rojo" ha hecho mi amigo Andrés Rubio. Andés ha tenido la mágica idea de reunir en un volumen una serie de maravillosos poemas para celebraciones laicas. Los hay para bodas, para funerales, incluso para dar la bienvenida a un niño (me niego a llamarlos bautismos laicos). Hay versos de Juan Ramón Jiménez, de Pedro Salinas, de Stevenson, de Gabriela Mistral... hasta cuarenta autores capaces de aumentar nuestra emoción en un momento especial, en un momento hermoso. Hace años, asístí a la boda civil de uno de mis mejores amigos. Nunca, en toda mi vida, había participado de una ceremonia tan rotundamente descafeinada y triste. Otro gallo habría cantado si el oficiante hubiese leído, por ejemplo, el poema "Quienquiera que seas, cogiéndome ahora de la mano" de Walt Whitman:<br /> "O acaso contigo, navegando en el mar o en una playa del mar, o en alguna isla tranquila / Aquí te permito que poses tus labios en los míos / con el largo beso del camarada o el beso del nuevo esposo / pues yo soy el nuevo esposo y yo soy el camarada"<br /><br />Paso la mañana del domingo leyendo "33 días", de León Werth. Este autor y periodista francés, de trayectoria escasamente reconocida, ostenta un honor indudable: es a él a quien Antoine de Saint Exupery dedica su libro "El principito". Pero no es por eso por lo que recomiendo la lectura de este texto corto (apenas 160 páginas) que publica Veintisiete Letras; los recomiendo porque es una crónica intensa y personal de la huida de París tras la entada ominosa del ejército alemán. Lo recomiendo porque está lleno poesía, de pensamientos a veces amargos, a veces edificantes y emotivos. Lo recomiendo porque me obsesiona la certeza de que hay por el mundo centenares, miles de libros como el de León Werth, y que nos los estamos perdiendo.Marta Rivera de la Cruzhttp://www.blogger.com/profile/06600041860556755996noreply@blogger.com13tag:blogger.com,1999:blog-7837818128835272226.post-19977217527858708422010-10-17T16:11:00.000-07:002010-10-17T16:32:29.174-07:00Habemus Planetas!!Desde el viernes. Lo viví en directo, y la fiesta en el Palacio de Congresos de Barcelona me trajo, un año más, la nostalgia amable de la noche del 15 de octubre de 2006, cuando mi vida profesional cambió para siempre.<br /><br />El Planeta se lo llevó Eduardo Mendoza. Qué voy a escribir yo de él. "La ciudad de los prodigios" es uno de los grandes textos de la narrativa española. Cuando Mendoza acudía a recoger el premio, comentaba con Ana Gavin que me recordaba sin remedio a un aristócrata inglés, y lo facilmente que lo imaginaba con batín y pantuflas, sentado en un sillón de orejas, con una perro labrador a sus pies y una nutrida y enorme biblioteca a su espalda, crepitando frente a él el fuego de una chimenea de piedra. Tengo verdaderas ganas de leer "Riña de gatos".<br /><br />El finalista tiene para mí connotaciones mucho más sentimentales, y no porque me lo llevara yo hace cuatro años, sino porque este año se lo llevó alguien a quien aprecio mucho: Carmen Amoraga. A Carmen la conocí hace siglos, cuando gané el Ateneo Joven de Sevilla. Ella se había llevado el mismo premio el año anterior, y me llamó para felicitarme. Luego hemos vuelto a coincidir en otras ocasiones. Es una buena escritora y persona excelente que se merece todo lo bueno que le pase. Me alegré de verla el viernes feliz y tranquila, disfrutando del éxito y de los aplausos que se ha ganado con pico y pala durante todos estos años. <br /><br />Y hablando del Planeta, no podía haber elegido mejor - o peor - momento una jueza de Barcelona àra abrir juicio oral por una acusación de plagio contra José Manuel Lara, en ausencia de Camilo José Cela, que presuntamente copió el argumento de una novela presentada al Planeta para escribir "La Cruz de San Andrés".<br /><br />No es mi intención defender desde aquí ni al Premio Planeta, ni a Cela, ni a José Manuel Lara, entre otras cosas porque tendrán mejores abogados que la que suscribe. Pero la idea de que Lara extrajese de los cientos de originales presentados al premio una obra titulada "Carmen Carmiña Carmela:fluorescencia" y se la diese a Camilo José Cela - que a la sazón era ya Premio Nobel de Literatura - con el consejo de que la fusilase para ganar el mismo premio a la que aspiraba el mamotreto de título delirante, hace que me entren ganas de descojonarme. <br /><br />Hace años, un iluminado que había ido conmigo a clase en la Complutense me llamó indignado diciémndome que "Que veinte años no es nada" era plagio de una novela suya. Le recordé que malamente podía haber plagiado algo que ni siquiera había leído, y él me dijo entonces que había entregado una copia del original a una de mis amigas de clase, y que estaba seguro de que ella me la había dejado leer también a mí. Como cuerpo del delito esgrimía dos pruebas irrefutables: que en mi novela, como en la suya, había una mujer joven enamorada de un hombre mayor, y que en las dos había un viaje "aunque en mi novela el viaje es en tren y en la tuya es en barco". Cuando me repuse de la sorpresa, le dije al elemento que yo en su lugar no perdería ni un segundo en acudir a los tribunales y denunciarme por vía penal, civil y militar. Por supuesto, no volví a tener noticias suyas. Aquella noche pronostiqué que el tipo en cuestión acabaría en un manicomio. Me equivoqué: es profesor en una universidad madrileña. Sin comentarios.<br /><br />Mañana sale a la venta mi novela "Sombras". Es un libro juvenil, escrito en clave de misterio y muy distinto a todo lo que he publicado hasta ahora. Para darlo a conocer, la editorial Destino ha organizado un encuentro con una docena de blogeros. Y siento cierta inquietud. Es una experiencia promocional bien distinta a las que he tenido hasta ahora. A ver qué pasa...Marta Rivera de la Cruzhttp://www.blogger.com/profile/06600041860556755996noreply@blogger.com9