lunes, 24 de noviembre de 2008

Lo prometido...

Mañana me marcho, pero alguno de los lectores de este blog me reclaman - justamente - una respuesta. ¿Qué es el Hotel Kafka?, me preguntan, y yo caigo en la cuenta que a fuerza de ser familiar, acabo hablando de ese sitio como de una plaza que todo el mundo conoce.

El Hotel Kafka nació de una idea que rozaba la utopía y por la que muchos no daban un duro. Hoy confieso, con vergüenza, que estaba entre los escépticos que, hace unos dos años, fruncieron el ceño con extrañeza al saber que iba a abrirse en el corazón del barrio de Chueca un lugar concebido com punto de encuentro para aficionados a la literatura. Se van a estrellar, pensé con pena cuando pasé por primera vez ante el hermoso edificio de la calle Hortaleza donde tuvo su imprenta Pérez Galdós. Quizá porque la idea me parecía demasiado fabulosa como para funcionar. Fue Rafael Reig quien me explicó detenidamente el proyecto de Edu Vilas y Miguel Roig: crear un sitio donde pudieran impartirse talleres de escritura, donde se celebrasen conferencias y presentaciones, cursos monográficos, encuentros en torno al libro. ¿Y tú crees que eso puede funcionar?, le pregunté a Reig, quien meneó el bigote con aire misterioso de agente secreto bien infiltrado entre la gente normal.

Dos años después, el Hotel Kafka se ha consolidado como uno de los referentes de la cultura en Madrid, y también como mi segundo hogar, porque, además, está muy cerca del primero. A los que no lo hayais hecho, os invito a visitar su web www.hotelkafka.com , y a los que vivir en Madrid, os sugiero que os paseis un día por las instalaciones del Hotel. Tienen una pequeña librería, una máquina que hace un café riquísimo, un saloncito para improvisar tertulias, un punto de book crossing y media docena de aulas que, de octubre a junio, están a tope. Hay talleres de lectura y de escritura, y cada semana se presentan un par de libros en las dependencias del Hotel. Allí celebramos la concesión del Premio Logroño a Martín Casariego, y el casi Planeta de Ángela Vallvey, y aplaudimos a los últimos Ateneos.

Gracias al Kafka he conocido a gente estupenda, como el generoso Pedro de Paz - veo por todas partes su Documento Saldaña - , el alegre Loren o al propio Edu Vilas, con quien he iniciado una amistosa contienda en un concurso de albóndigas caseras. He profundizado en mi amistad con David Torres, a quien gracias al Kafka veo con más frecuencia, y descubierto a dos o tres autores que alguien ha tenido a bien poner a mi alcance. Cuando el ruido de una obra hizo imposible el trabajar en mi casa, la dirección del hotel me prestó una habitación para que mi novela no se estancase, y en estos meses cada vez que he necesitado un rato de desconexión he sabido a dónde dirigir los pasos: en el Hotel Kafka siempre hay alguien con quien pegar la hebra.

Por eso no os extrañe que hable del Kafka. Es mi casa, y la vuestra. Así que, los que todavía no os hayáis dejado caer por allí, daos una vuelta.

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domingo, 23 de noviembre de 2008

Las palabras de Borges

En su libro "Atlas", Jorge Luis Borges escribió: "Las vísperas del viaje son una preciosa parte del viaje". Recuerdo esa frase muchas veces, porque los días previos a un desplazamiento se despierta en mi una particular mezcla de inquietud y feliz emoción. Cuando, como ahora, estoy a punto de embarcarme en un viaje que me llevará a una tierra que no conozco, la emoción es aún mayor.

El miércoles me marcho a Perú, invitada por el centro Cultural de España. Me esperan Lima y Cuzco, con la promesa de la visita a Machu Pichu, uno de esos lugares largamente soñados durante muchos años. Nunca he estado en Perú. Nunca en Lima, la bella (Lima la horrible, la llamó Vargas Llosa, y prefiero no enterarme porqué). Nunca en la villa colonial de Cuzco, ni en la ciudad de los Incas. Estos días de preparación del viaje, de chequeo de pasaportes, de búsqueda de divisas, de reserva de hoteles, son dichosos y me mantienen expectante. Quiero que llegue el día de la partida, pero estoy disfrutando largamente de las vísperas de las que hablaba Borges.

Estos días intento imaginar Lima, y también a la gente que voy a conocer allí, y se me vienen a la cabeza las palabras que escribió Álvaro Mutis: "Es menester lanzarnos al descubrimiento de nuevas ciudades. / Generosas razas nos esperan". En Perú me espera la dulce Yolanda, del centro cultural, a quien llevo días acribillando por email con preguntas absurdas; me espera Carlos Lomparte, que movió Roma con Santiago para conseguirme unos billetes a buen precio para volar a Cuzco; me espera Ricardo Ramón Jarnes, mi anfitrión... tres personas que, como la ciudad, me son ajenas y atractivas.

He terminado "Una palabra tuya", de Elvira Lindo. Es bueno, pero encoge un poco el ánimo, así que no te lo leas si estás pasando una temporada de bajón. Ayer empecé "Llega un hombre y dice", de Nicole Krauss, que me está gustando mucho. Conocí a esa autora gracias a una novela que se publicó hace un par de años en España, "El libro del amor". Una gran novela, sorprendente si tenemos en cuenta que la autora tenía veintitantos años cuando la escribió.

A Perú me llevo, de momento, "El consuelo", de Anna Gavalda, y "El informe de Brodeck", de Philippe Claudel. De Claudel he leído la sublime "Almas grises", una de las mejores novelas que he leído en los últimos años, y "La nieta del señor Lihn". Tengo que seleccionar al menos otras dos novelas para meter en la maleta, pues tengo por delante dos viajes aéreos de doce horas, y no puedo contar con Marcial para matar el tiempo: es uno de esos seres capaces de dormir a pierna suelta en cuanto se sienta en la butaca y se abrocha el cinturón de seguridad, sean cuales sean las circunstancias. Recuerdo una vez, hace años, que siguió durmiendo plácidamente en mitad de un tormenta trasatlántica que amenazaba con partir en dos el avión de la TWA en el que regresábamos de Nueva York. Pero no sólo eso: cuando el avión aterrizó, tuve que despertarle, pues seguía en brazos de Morfeo. Lo dicho, es importante viajar con muchos libros. Y tengo tantas ganas de emprender la lectura de los libros de Gavalda y de claudel, que vuelvo a recordar las palabras de Borges. Qué razón tenía el maestro. Qué felices son las vísperas.

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jueves, 20 de noviembre de 2008

Viajes, médicos y otras cosas

Semana de viajes, idas y venidas. El lunes, a Córdoba, a participar en encuentros con colegiales en el salón del Libro Infantil. En primer lugar me encuentro con los alumnos del Colegio Ferroviario: niños de nueve años que han leído "La Primera Tarde Después de Navidad", que han preparado preguntas sobre la historia, que conocen a los personajes, que quieren saber del libro más de lo que se cuenta en el libro. Es una experiencia estupenda. Les acompañan profesores del colegio,y un par de padres. Nos divertimod todos, yo la primera. Luego llega otro colegio. Los niños tienen la misma edad que los que acaban de irse, pero la situación es distitna. Los profesores dicen que no han tenido tiempo de leer la novelita, y que "a ver si yo puedo motivarles para que lo hagan". Cambio de discurso, de tercio y de todo. La organizadora del encuentro se sube por las paredes: "No era eso de lo que habíamos hablado", le dice a la profesora, y ella se escuda en que "sólo han tenido quince días para preparar la actividad". Es curioso: son las mismas edades, el mismo sistema de enseñanza - dos colegios públicos - pero una de las clases ha pasado una mañana aprendiendo cosas, y la otra ha perdido el tiempo con una persona - yo - que se tiró una hora haciendo el indio para que, al menos, no se aburrieran. Los profesores cobran lo mismo, tienen los mismos derechos y las mismas obligaciones, pero está claro que a unos les gusta su trabajo más que a los otros, y que lo hacen mejor.



Miércoles y Jueves, en La Coruña. Participo en un congreso médico, en un taller sobre como no dar malas noticias. Es una experiencia interesante. En el viaje,y durante mi estancia, me acompaña el último volumen de lo diarios de Sándor Marai, que sale hoy a la venta. Hay un extraño placer en leer un libro cuando aún está colgado en ese limbo misterioso que precede a su salida al mercado. Los diarios son hermosos y durísimos. Cuando el avión se detiene, yo aún sigo leyendo, con el corazón encogido y los celos a flor de piel: los que surgen cuando uno se da de bruces con un escritor inalcanzable.



Presento "Guinea", de Fernando Gamboa, en el Hotel Kafka. Es una muy buena novela de aventuras que merecería una película, una de esas pelis largas, hechas con muchos medios y actores famosos, con mucho dinero y muchas expectativas para la taquilla. Espero que Gamboa no se deje liar por algún productor de tres al cuarto que quiera hacer una peliculita. Esta historia merece tiempo y dinero. Son pocos los que saben qué es lo que ocurre en Guinea, un país que fue España y que ahora es terreno abonado para la corrupción y la violencia, en un grado en el que no podemos imaginarnos desde nuestra atalaya occidental. Más del ochenta por ciento de la población vive en la miseria. Hay centenares de desaparecidos, miles de ciudadanos víctimas de la tortura. Uno se pregunta por qué la situación desesperada de los guineanos es tan poco abordada por los medios, tan mal conocida por la opinión pública. Yo misma me enteré hoy de que Guinea tiene una capacidad de producción de petróleo comparable a la de Kuwait. Quizá no interesa que la población se libere del yogo del tirano. Quizá por eso Obiang se pasea por España haciéndose fotos con el Jefe del Estado y el Presidente del Gobierno.

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martes, 18 de noviembre de 2008

Un pijo

Los padres del portero de discoteca que supuestamente se cargó a un chaval de dieciocho años han dado la sentencia definitiva: el chaval era un pijo. "Un hijo de ricos", dice la llorosa madre del gorila del garito. Supongo que eso exime a su agresor de toda responsabilidad. Los pijos, ya se sabe, van por ahí buscando gresca y pidiendo a gritos que los maten a palos. Si alguien sucumbe a la tentación de golpear hasta la muerte a un portador de camisas Polo Ralph Laurent y cazadora Burberrys, no será culpa suya. Son pijos. Niños de colegio de pago. Parásitos sociales, dueños de los medios de producción, chupópteros de la plusvalía. Al hoyo con ellos, que bien lo merecen.

El caso de Álvaro Ussía está levantando ampollas, pero por fortuna no porque el crío en cuestión fuese, en efecto, miembro de una familia acomodada y alumno de un colegio elitista. Madrid esté en pie de guerra porque al fin se habla en voz alta de lo que todos sabemos, y es el comportamiento a veces casi delincuencial de los matones de discoteca.

Yo ya tengo poco contacto con ellos. Salgo mucho menos que antes, y cuando lo hago voy a locales pensados para gente de mi edad, donde no hay porteros o, si los hay, se limitan a abrir la puerta y dar las buenas noches a la entrada y a salida. Si hay bronca, llaman a la policía y pasan del asunto. Ni les gusta repartir bofetadas ni llevárselas. Cuando uno estácerca de los cuarenta, la noche se vuelve bastante más pacífica.

Cuando estaba en la universidad frecuentaba otros garitos y a otros porteros. Nunca tuve problemas con ellos porque, como a veces la suerte me sonríe, uno de mis mejores amigos era entonces una cara conocidísima de la noche madrileña. Así que los porteros de los locales de moda me sonreían y me dejaban pasar. Eran otros tiempos: la época dorada de la posmovida, la era de la bonanza económica, de las visas oro a cargo de las empresas. En Madrid había varios locales de entrada restringida a los que sólo se podía acceder portando la correspondiente tarjeta privada. Ni pagando ni leches: invitación del dueño, o a mirar desde la puerta. Yo tenía media docena de las tarjetas más codiciadas. Me las proporcinaba mi amigo, y gracias a ellas yo y el resto de los miembros de mi grupo entrábamos sin problemas en Archy, en Joy, o en Stella, donde jugábamos a los bolos con Almodóvar o asistíamos al cumpleaños de la novia de Prince. Supongo que más de uno se preguntaría qué demonios hacíamos en aquellos templos del glamour: éramos demasiado jóvenes, demasiado corrientes demasiado vulgarmente vestidos y demasiado pobres para mezclarnos con la grey exquisita que componía la parroquia mayoritaria de aquellos locales. Pero ya se sabe que quien tiene un amigo tiene un tesoro, y gracias a mi amigo Jaime me tomaba copas gratis en la barra más in del Joy Eslava (la que estaba junto a la pista a mano derecha) donde, supongo, más de uno sospechaba que ni mis amigos y yo estñabamos en condiciones de pagar mil quinientas pesetas de las de 1989 por un whisky con cocacola.

Yo era una privilegiada, y por eso nunca tuve trifulcas con "los de la puerta". Pero sí fui testigo de cómo se las gastaban con otros. Muchos de ellos llevan veinte años "trabajando" con total impunidad sin que nadie - ni los cueños de los locales, ni la autoridad competente - hicieran nada al respecto.

Ahora hay un chico muerto y alguien tendrá que dar explicaciones al respecto. Estaría bien saber por qué tiposcon antecedentes están guardando las buenas costumbres en los locales de copas. Por qué se acumulaban las denuncias contra el Balcón de Rosales sin que nadie ejecutara medida alguna. Al ayuntamiento de Madrid le toca dar la cara y ofrecer respuestas. Porque ya hay demasiadas preguntas en el aire. Y losque pagamos impuestos nos merecemos que se despejen ante nosotros algunos interrogantes.

jueves, 13 de noviembre de 2008

De pago

Según dicen, una cadena de televisión privada - telecinco, para más señas - ha pagado una millonada a Julián Muñoz por dejarse hacer una entrevista, en la que, como dicen sus famosos, contará "su verdad".

Yo me acuerdo de aquellos versos de Machado que leíamos en bachillerato: "¿Tu verdad? / No. La verdad. / Y ven conmigo a buscarla / la tuya, guárdatela."

Machado era muy sabio. Por eso, cada vezque escucho a unode esos mangantes - Julián Muñoz o el que sea - diciendo que ha ido a televisión "a contar mi verdad", recuerdo a don Antonio y pienso que toda esta chusmilla está anticipando lo que ya sabemos: que lo que quieren es dar su versión de los hechos (cierta o no), y encima trincar pasta.

Al parecer, varias asociaciones de espectadores se han puesto en pie de guerra y amenazan con boicotear la emisión cambiando de cadena. No quiero ser tocapelotas, pero me juego algo a que va a haber esquiroles. Aquí todo el mundo ve el National Geografic, pero luego amenazas con sacar a Julián Muñoz y la cuota de pantalla sube como la espuma.

A mí no me parece ni bien ni mal que le paguen más de 50 kilos a Julián Muñoz por cantar hasta la traviata. Peor me parece que hayan untado a la canalla de Violeta Santander - la novia del agresor del profesor Neira -, cuya calidad humana está a la altura de la del cafre de su maromo. Setenta mil euros se ha llevado esa bruja por pasearse por los platós diciendo que su novio es una persona maravillosa,y que la culpa de todo lo que había ocurrido la tenía Neira por meterse en donde no le llamaban. Puestos a repartir guita, yo prefiero que se la lleve Julián Muñoz, que me parece menos delincuente que esta sinvergüenza.

También me escandaliza menos lo de la entrevista pagada a Julián Muñoz que lo que ha cobrado Barceló por la cúpula de colorines que ha cascado en el techo de la ONU. Mayormente, porque a Julián Muñoz le va a pagar Paolo Vasile, y a Barceló le vamos a pagar haciendo una colecta entre todos. Siete millones del ala nos va a costar la coña marinera. Y están los tiempos como para gastar pólvora en salva y euros a porrillo en perdigonazos de pintura de colores.

A mí la cúpula de marras me gusta, pero no como para costar veinte kilos. Dirán que soy muy bruta, pero a mí me parece que a Barceló se le ha ido la mano con el presupuesto, y ahoradebe estar descojonándose en su casa pensando en el gol que le ha metido a los de la ONU, a Moratinos y al gestor de los Fondos para el Desarrollo Cultural, que ha tenido que desviar quinientos mil euros para completar el pago. Bastante más de lo que costó la entrevista con JuliánMuñoz. Y, digan lo que digan, el bodrio de telecinco lo va a ver más gente que las estalactitas de colorines de Barceló.

Hubo un listo - Moratinos debió ser - que recordó que es un orgullo que la ONU haya elegido a un pintor español para decorar su cielo. Hombre, será que estoy con el colmillo torcido, pero no creo yo que muchos otros países se hubiesen avenido a soltar más de mil millones de pesetas para luego ir por ahí presumiendo de decoradores de interiores: "chincha y rabia, que un paisano mío pintó el techo de la ONU y los tuyos noooo". Muy cara me parece a mí esa ración de orgullo patrio, de ardor guerrero, de arte conceptual en estado puro. Moratinos, que cada vez es más cursi, dice que el techo pintado por Barceló es la capilla sixtina del siglo XXI. Yo, que soy menos sensible que Moratinos, diría que la cúpula de las narices es como las cuevas del Drach tras el paso de una excursión de fin de curso cuyos miembros habían visitado previamente la fábrica de rotuladores "carioca". Dice el ministro que el arte no tiene precio. Joder que no lo tiene. Que le pregunten a Barceló, que ha trincado veinte millones de euros.

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miércoles, 12 de noviembre de 2008

Hannah decide morir

Hannah, una niña inglesa de 13 años, se ha negado a recibir un corazón que podría o no prolongarle la vida. Hannah lleva ocho años enfermadel leucemia, y sabe más de lo que quisiera de médicos, quirófanos, jeringuillas y vías, batas blancasy agujas, catéteres y anestesias. Hannah reconoce el olor indeseable de la asepsia hospitalaria, el gusto insípido de la comida apta para enfermos, el sonido de los zuecosde las enfermeras, el color verde del uniforme de los sanitarios, el tacto suave de una cabecita calva, la suya, tras la dosis salvadora del veneno de la quimio. Hannah tiene trece años y es una niña sólo a medias, madurada a fuerza de intervenciones, pastillas pautadas, sondas y cueros. Por eso ha decidido que no quiero un corazón nuevo que a lo mejor podría prolongar - o no - una vida, la suya, que se parece muy poco a la vida que merece un niño.

He visto la foto de Hannah en los periódicos. He visto su rostro gris en el telediario. Hannah tiene la mirada de una mujer hecha y derecha, no los ojos indefinidos de la adolescente que es. Hannah sabe tanto de la vida, que lo poco que sabe de la muerte parece suficiente para otorgarle el derecho a decidir sobre ella.

Me pregunto si, a pesar de todo, Hannah entiende lo que significa su decisión. Si la asombrosa conciencia del presente que se tiene a los trece años no nubla por completo el concepto de futuro, por incierto que este sea. Quiere dejar el hospital y volver a casa. Quiere dejar de luchar en una guerra que no debería ser la suya. Desea ser niña por el poco tiempo que le queda, y paraeso ha tenido que demostrar a los tribunales que es una mujer. Una adulta. Yo la escucho, la veo, intento escudriñar más allá de esa cara agotada y decidida, y ni siquiera soy capaz de decir lo que veo, si Hannah hace bien o hace mal, si los jueces y los médicos hacen bien o no en aceptar su renuncia a un corazón nuevo que podría prolongar su vida como eterna rehén de los medicamentos y los doctores. Decidiendo sobre su muerte, Hannah ha sido libre por primera vez en su vida.

Me pregunto qué ocurrir´´a dentro de uos meses, cuando Hannah muera. Me pregunto, y siento un escalofrío de horror, si cuando la vida se le vaya escapando y tome conciencia de que el final se avecina, Hannah se arrepentirá de no haber aceptado el corazón que le ofrecían, y que solo a lo mejor la salvaba, como en una forma macabra de jugar a la ruleta. Pienso si entonces los jueces que le dieron la razón no lamentarán haberlo hecho, y si la madre de Hannah, que alentó a su hijaen su particular cruzada, no renegará mil veces de ladecisiónde su niña. Y en este momento doy gracias a la suerte por no ser madre de Hannah, por no ser madre de nadie y estar segurade encontrarme a salvo de una situación así.

Esta mañana leía en alguna parte que la música que nos gusta es buena para el corazón. Para salvaguardar el mío, yo querría escuchar "All about soul", de Billy Joel, "Another day in paradise", de Phil Collins, las "Variaciones Goldberg" de Bach, la "Cançao do mar", de Dulce Pontes, "El club de los humildes", de Nacho Cano, los tangos de Gardel, y "Woman", de John Lennon. Me gustaría saber qué música le gustaba escuchar al pobre corazón de Hannah.

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lunes, 10 de noviembre de 2008

De lunes

Ayer fue un día feliz: Carmen Ramírez nos invitó a comer cocido a Marcial, a Fernando Marías, a Silvia Pérez y a mí. Carmen es el ángel que cuida de todos los autores de Planeta, y encima a veces nos imvita a una sesión de morcillo, chorizo, garbanzo, zanahoria, repollo, gallina, lacón... era de noche cuando, de mala gana y obligados por un viaje que tenía que emprender Fernando, dejamos la casa de Carmen y Tomás, atarantados de buena comida y buena compañía.

Lunes raro, quizá porque ha empezado para mí con una visita al dentista. Lo de los tratamientos odontológicos lo detesto con toda mi alma. En principio, me inquieta especialmente el hecho de que las operaciones pertinentes impliquen mi silencio. Odio hacer cualquier cosa que no me permita hablar. Odio al dentista, a todos los dentistas del mundo, a mi dentista, y ella lo sabe perfectamente, aunque hace como que no. Es simpática, afectuosa, y encima me lee, pero cuando al despedirse me dice que ha sido un placer verme, sabe que no puedo hacer nada más que improvisar una media mueca, una sonrisa falsa con mis encías doloridas y sangrantes.

Luego me armo de valor y me voy a El Corte Inglés a hacer la compra mensual. Si alguien se pregunta por qué elijo precisamente ese súper, la respuesta es muy simple: de todos los que me quedan medianamente cerca, este es el único que me trae la compra a casa. Así que paso casi una hora entre latas, conservas varias, paquetes de pasta y botes de espárragos. Esto no es el dentista, pero se le parece un poco. Hay mucha gente, y ya han colocado expositores con cosas navideñas. Paso de largo, frente en alto e impasible el ademán, por delante del turrónde chocolate suchard, mi gran debilidad de diciembre a enero. Eso sí, compro para mis sobrinos dos calendarios de adviento llenos de chocolatinas. Recuerdo que el primer calendario de adviento que vi yo me lo trajeron mis padres de un viaje por Alemania. Era fabuloso, y escondía pequeñas sorpresas diarias: un lapicero, una goma de borrar, una pinza para el pelo... mis hermanos y yo nos turnábamos para abrir las ventanitas, y a veces nos fastidiaba que el objeto que nos caía en suerte era más pequeño, o más feo, que el que había tocado a otro el día anterior.

Leo la columna de Almudena Grandes en El País. Habla de Roberto Saviano y de la falta de solidaridad hacia él (¿?) del mundo de la cultura. Grandes termina diciendo "yo abro todos los días mi correo buscando un manifiesto a Saviano y nunca lo encuentro". Lo primero que hago, al acabar la columna, es revisar el periódico, a ver si se ha ido la pinza y he comprado uno de hace dos meses. Pero no, la cabecera es clara, y pone 10 de noviembre. Luego pienso si la pinza se le ha ido a Almudena Grandes, que ha mandado un artículo de esos que hacemos los escritores para dejar en la nevera y recurrir a él cuando no se nos ocurre nada que escribir. Son esos artículos intemporales, tipo "la lluvia" o "El recuerdo de mis primeros patines", que tanto pueden ser de actualidad ahora como hace un siglo o dentro de medio lustro. A lo mejor Almudena metió en suparticular nevera lo de Saviano y lo ha sacado ahora, quizá porque Grandes lleva tres meses metida en un refugio nuclear, en una estación sismográfica de Alaska o en el zulo ese del acelerador de partículas, y no se ha enterado del (justo) movimiento prosaviano que han liderado media docena de Premios Nobel. De todas formas, y ya que de la nevera de Almudena Grandes salen textos tan solidarios con el prójimo, aprovecho para lanzarle el guante y animarla a promover un manifiesto en favor de Fernando Savater, que lleva años luciendo escolta, o del buen Raúl Guerra Garrido, cuya farmacia fue pasto de las iras de la camorra etarra. O a Edurne Uriarte, a la que amedrentaron hasta que dejó la Universidad vasca.

Admirada Almudena, a mi también me gustaría encontrar en mi correo un manifiesto para apoyar a los nuestros, a Raúl, a Fernando, a Edurne, a decenas, centenares de hombres y mujeres que han tenido que exiliarse por hacer lo mismo que el valiente Saviano: decir la verdad, denunciar, señalar el lugar donde se esconden las bestias. Ellos también están condenado a muerte Ningún Premio Nobel se ha ocupado de estas gentes, víctimas de la cosa nostra abertzale. Tú, que tienes predicamento y contactos, y arrestos, y la suficiente generosidad como para defender a un escritor italiano víctima de la mafia, podrías poner en marcha un movimiento de apoyo hacia nuestras propias víctimas.

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miércoles, 5 de noviembre de 2008

Pudieron

Madrugada apoteósica y emotiva, con triunfo indiscutible y justo, con esperanzadora goleada. Podían y lo hicieron. Los americanos dieron cerrojazo a la era Bush, y para acabar con esa época ominosa y oscura no bastaba con cambiar de presidente: era necesario cambiar de partido. Mc Cain no es Bush, pero es necesario empezar una nueva edad de la mano de alguien que no haya tenido nada que ver con el peor presidente de la historia de los Estados Unidos.

América lo hizo como había que hacerlo: con contundencia. Obama no ganó: arrasó a su oponente, le hizo morder el polvo. Aún faltan tres meses para cantar al vaquero impresentable lo de "adiós con el corazón", pero, como dice García Márquez, quien espera lo mucho espera lo poco.

Imágenes emotivas y bellas. Se me eriza la piel cuando veo llorar a Jesse Jackson, cuando escucho gritar a una anciana que a lo mejor hace no tanto tiempo tuvo que levantarse de su sitio en el autobús para cedérselo a un blanco. Veo cómo se abrazan una sexy rubia y su amigo negro, y pienso que empieza otra edad para Estados Unidos, pero también para el mundo. Imposible no recordar a los que vinieron antes. El disparo que acabó con Luther King. La férrea decisión de Rose Parker de defender su asiento en el autobús. Hattie Mc Daniel recibiendo un óscar después de tener que entrar en los estrenos de cine por la puerta de atrás. Los sueños de muchos, que después de quebrarse se recompusieron ayer en una noche electoral que fue, quizá, la más hermosa de la historia.

Pasados los primeros tiempos de las lágrimas y los abrazos, del empuje de una sociedad galvanizada por los vientos de cambio,le queda a Obama una tarea difícil. Recibe la peor herencia posible: la de un país que bordea la recesión, lade una sociedad desencantada y herida en muchos de sus flancos, y, por si fuera poco, recibe también el nada apetecible legado de un mundo con demasiados frentes abiertos. No va a ser sencillo. No tengo más remedio que preguntarme si de verdad el carismático Barak está preparado para lo que se le viene encima. Era un candidato perfecto, el ideal de cualquier experto en marketing político. Pero le falta experiencia, y por eso demostró una inteligencia digna de elogio al colocar a su lado al futuro vicepresidente Biden.
Si el gran error de Mc Cain fue elegir a la señora Palin como compañera de viaje, la primera diana de Obama fue fijarse en este hombre escasamente carismático, con aspecto de oficinista con futuro, pero cargado de experiencia en temas de gran calado. Son un tandem perfecto.
Lo que falta a uno lo tiene el otro, y por eso me atrevo a apostar que nunca va a tener tanta relevancia un segundo de a bordo como en la legislatura que se avecina.

Tiempos de cambio. Tiempos para la esperanza, para no dejar de pensar en el futuro. Recuerdo que hace años, un amigo mío me preguntó quien me daba más miedo, Bush o Bin Laden, y dije que el segundo sin dudarlo. Porque, le dije, pase lo que pase Bush se marchará dentro de unos años. Ha llegado el momento. A la puta calle, George. Ya iba siendo hora.

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martes, 4 de noviembre de 2008

Trasnochar

Siempre me gustó trasnochar. Cuando era pequeña, el mejor premio para mí era el permiso para quedarme levantada hasta muy tarde. El atractivo de las fiestas navideñas era precisamente ese: la relajación del horario para irse a la cama, y para mí el ingreso en la edad adulta tenía como principal atractivo el derecho a acostarse a las mil y monas. En verano, a veces me acostaban de día, y yo me subía por las paredes. Tampoco me dejaban ver todo lo que quería en televisión. ¿Os acordáis de los rombos? Si aparecía uno en la parte superior de la pantalla, el visionado de la película se podía negociar. Cuando aparecían dos, todo estaba perdido. Si le cuentas esto aun niño del siglo XXI se parte de risa, y piensa que estás hablando del Pleistoceno. El otro día mi sobrina me preguntó cuantos años tengo. "Treinta y ocho"- le dije. "¿Y eso son muchos?" "Muchísimos - contesté - yo soy muy vieja". "¿Cómo los dinosaurios?", remachó. Le dije que no tanto, pero, para reivindicar laas ventajas de la madurez, le dije que puedo ponerme la ropa que quiero, comer lo que me apetece y acostarme a la hora que me da la gana.

Como a veces se obtiene lo que se desea, esta temporada me toca trasnochar. Ayer llegué a casa a las cuatro y media de la madrugada después de participar en un especial de las elecciones americanas emitido por Radio Nacional a través del programa "Afectos en la noche". Lo pasamos bien, y escuchamos muy buena música seleccionada por Pablo. Una de las corresponsales de RNE en USA, Nuria Guitart, nos habla de la nueva versión de West Side Story que se estrenará en Broadway en febrero de 2009. Me encanta ese musical, y Nuria se ofrece para conseguirme entradas.

Leo "El canalla sentimental", de Jaime Bayly. Es un buen libro, y Bayly un buen escritor. Lo descubrí en "La noche es virgen", y he seguido leyéndole hasta esta novela. Bayly me hace gracia como personaje, y es mucho más inteligente de lo que quiere aparentar. Si, ya sé que a muchos Bayly os cae mal. Pero dad una oportunidad a su última novela.

Estados Unidos empieza a votar. Voy a seguir el proceso, y los primeros momentos del escrutinio, hasta la madrugada. Me encantan estos días de televisión y radio encendidas, y entradas constantes en los diarios digitales a la espera de que lleguen los primeros datos. Parece indiscutible la victoria de Obama, pero ¿y si hubiera sorpresa? Hace ocho años, Al Gore llegó a la recta final con la misma ventaja que Obama sobre Mc Cain. No quiero ni pensarlo, y no por el candidato republicano. Sarah Palin ha conseguido que me caiga bien. Me pregunto en qué estaba pensando el antiguo soldado, el valeroso marine torturado hasta la extenuación, para elegir a Palin como compañera de viaje. Parece un personaje de cómic, un tipo humano preparado para ser objeto de cachondeo. ¿Y si gana Mc Cain? ¿Y si Mc Cain se muere a los tres meses y tenemos a Sarah Palin al frente del mundo durante casi cuatro años? Demócratas americanos, uníos. O, mejor, gente sensata de los Estados Unidos, uníos y salid a votar. Libraos, y libradnos a todos, de tener una psicópata a cargo del maletín nuclear.

Unas horas antes de que se venda todo el pescado, parece imposible que Obama pierda. Ha tenido suerte hasta con la muerte oportunísima de su abuela, en plena jornada preelectoral. Su recta y presentable abuela blanca, que lo crío cuando era sólo un crío asustado, con todas las papeletas para torcerse en la vida: negro, pobre, solo, infeliz, limitado por las circunstancias.

Ayer veía a los Obama con Bruce Springsteen: Barack, Michelle y las dos crías estrechado la manos del astro de la música americana, y me venía a la cabeza una imagen que tiene ya - glub - dieciséis años: los Clinton saludando a Michael Jackson, antes de que Jacko se convirtiese en un friki y Clinton en un pobre hombre que ponía en peligro su matrimonio y su cargo por un poco de sexo oral con una chica vulgar y poco agraciada. Cantaban, me acuerdo, "Don´t stop thinking about tomorrow", no dejes de pensar en el mañana. Era aquella una foto cargada de esperanza, de símbolos positivos. La hija de Clinton, aquella cria feúcha y desgarbada, miraba a Michael Jackson con los mismos ojos admirados y puros con los que las pequeñas Obama miraban a Springsteen. Quizá mañana empiece otra época para todos ellos. Espero vivirlo en tiempo real.
Hoy trasnocho otra vez. Da gusto ser adulta.

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