domingo, 28 de febrero de 2010

Fernando Marías

Fernando Marías y yo nos conocimos hace casi siete años. Fue el día del libro, en Barcelona. Los dos habíamos ido a participar en el día de San Jordi, y la suerte, o el destino, - el divino laberinto de los efectos y las causas, Borges dixit - nos sentó juntos en una firma de una veintena de autores, en el Paseo de Gracia. Muchas veces Fernando y yo hemos hablado de ese primer encuentro - que recordamos cada año, como un aniversario - y estamos de acuerdo en que tuvieron que coincidir muchas cosas para que él y yo hablásemos y conectásemos. Una de ellas fue, por cierto, el hecho de no contar ni uno ni otro con demasiada parroquia. Aquella tarde sólo firme dos libros. Uno fue para Fernando.

Conecté con Fernando Marías de un modo misterioso con el que conectamos con otras personas. Semejante milagro sucede sólo un par de veces en la vida. O ninguna. A mí me pasó con Fernando. Aquella tarde soleada y larga de Barcelona, en una primavera que parecía luminosa y que en cuestión de semanas se volvería para mí sombría y terriblemente triste, hablé por primera vez con alguien que se convertiría en una de las personas más importantes de mi vida.

Fernando Marías y yo nos hicimos amigos. Desde los primeros saludos intercambiados entre libros y bolígrafos, hemos compartido muchas cosas durante estos años, algunas malas, buenas otras. Fernando ha estado a mi lado en momentos de desolación y en momentos dichosos. Uno necesita a los amigos para compartir los unos y los otros. Para multiplicar la alegría y para hacer más llevadera la pena. Fernando sabe hacer ambas cosas. Es una de las personas más generosas que he conocido, y a veces creo que anda por ahí buscando la forma de echar un cable a los demás. Ojalápudiera contar todas las cosas buenas que sé de él, pero las más importantes están protegidas por el muro infranqueable de la lealtad y la confianza. Se quedan,pues, para mí y para él.

La noche del 15 de octubre de 2006 en que me seleccionaron como finalista del Planeta, Fernando estaba allí. Recuerdo que me apretó el brazo para saludarme, como queriendo infundirme una mezcla de alegría, seguridad y afecto. Al día siguiente, ya metida en el tornado de las entrevistas, tenía un mensaje suyo en el móvil: "Ha ocurrido algo increíble... no te lo quiero contar así...estoy embarcando en el avión... te llamo luego". Le devolví la llamada en el mismo instante, y esta vez saltó su contestador: "No puedo creer que me hayas dejado con la intriga. Llámame en cuanto llegues". Fue Laura Franch quien me lo contó: "A Fernando le acaban de conceder el Premio Nacional de Literatura Infantil". En aquel instante, después de muchas horas de emociones, de alegrías largamente esperadas, busqué un rincón apartado y me eché a llorar. Nunca, ni en mis mejores sueños, hubiese podido elegir una mejor forma de rematar el maravilloso momento que estaba viviendo: con el triunfo de un amigo. Cuando celebrábamos el éxito mutuo, Fernando dijo algo que no olvidaré: que tenía la convicción de que mi madre, desde donde estaba, había hecho algo para que todo aquello sucediera, en una prodigiosa concatenación de acontecimientos inverosímiles. ¿Qué posibilidades tenía yo de que Planeta se fijase en una escritora desconocida? ¿Qué posibilidades tiene un libro para recibir el espaldarazo de un jurado heterogéneo, como el del Premio Nacional? Y, sin embargo, sucedió.

Ahora, Fernando vuelve a vivir un momento estelar: su novela "Todo el amor y casi toda la muerte" acaba de obtener el Premio Primavera de Novela. No digo nada del texto, salvo que es espléndido - quizá lo mejor que ha escrito Fernando - y que llegará a las librerías a principios de abril editado por Espasa. Brindo por él, por su éxito merecido, por su libro excelente... y brindo por mí, y por la suerte que tengo al contar a Marías entre mi nómina de amigos.

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domingo, 21 de febrero de 2010

De vuelta a las andadas

Tengo la tierra poco trabajada últimamente, pero creo que hay disculpa: llevo casi tres semanas entrando y saliendo, haciendo y deshaciendo maletas, durmiendo en hoteles e intentando no descuidar el trabajo en la radio y en el periódicó. Así que lo del blog, que queréis que os diga... lo dejé para mejor ocasión. Hoy, ya en casa, vuelvo a lo mío, que es lo vuestro.

En mi viaje a Jerez hace dos semanas, reencuentro con viejos amigos de la Universidad a quienes hacía sigos - ¡siglos! - que no veía: Suso, Virginia, Juan, Perico y Leticia. Es maravilloso comprobar que están igual que hace ya casi veinte años, que seguimos riéndonos con las mismas ganas, que el teimpo no ha hecho mella en la buena llevanza. El café que compartí con Suso y la cena con los otros cuatro fueron lo mejor de un viaje agradabilísimo por tierras andaluzas, invitada por el Centro Andaluz de las Letras y la Fundación Caballero Bonald.

Esta pasada semana estuve en Zaragoza, con el incansable Ramón Acín, responsable de haber despertado afición por la lectura en cientos, quizá miles de jóvenes. Ramón moviliza cada año a varias decenas de escritores - de Luis Landero a Rosa Regás, de Lorenzo Díaz a José María Merino, de Martín Casariego a Luis Mateo Díez - que tiran millas y se recorren docenas de pueblos de la geografía aragonesa. Más de cien institutos y una veintena de centros de adultos participan de esta iniciativa de la Diputación General de Aragón. No hay en toda España una campaña de promoción de la lectura como esta. Y, al frente del tinglado, Ramón Acín un tipo generoso y humilde que vive exclusivamente de su sueldo de profesor y se deja la piel cada año para que todo vaya sobre ruedas. Gracias a él y a Ismael, que fue mi anfitrión en Zaragoza. Y gracias también a los alumnos y a los profesoresde los cuatro institutos que visité y en los que recibí una intensa inyección de moral. Lo recordaré cada vez que alguien me pregunte que por qué escribo.

De Zaragoza a Vitoria, a participar en una actividad en el Artium. Antes de empezar, mi anfitriona, Cristina Redondo, me enseña el museo y una fabulosa exposición sobre el paso del tiempo. Luego hablo para los asistentes sobre la historia que he imaginado que existedetrás del cuadro "Retrato de la señora Fagen", pintado por Dalí y perteneciente a los fondos del museo.

En el viaje de vuelta desde Vitoria comienzo "La historia estelar de los asesinos", que mre recomendó hace años Juan Bas y que ahora me han enviado en su nueva edición de Alianza Editorial. Gran novela que hace que el trayecto de casi cuatro horas transcurra mucho más deprisa. También he leído lo último de Amelie Nothomb, y los cuentos de Alice Munro. El programa de radio me obliga a estar más al día que nunca de las novedades literarias. No lo lamento nada.

Llego a Madrid el jueves a las dos de la tarde. A las tres estoy citada en la revista Woman: van a hacer un especial del día del libro y quieren una foto con un grupo de autoras. En la revista me peinan, me maquillan y me dejan elegir un vestido de entre una docena de modelos fabulosos que cuelgan sin vida de las perchas. Blanca, la estilista, me calza unos Jimmy Choo altos, imposibles, preciosos. Almuerzo una palmera de chocolate y una cocacola light - qué gran incoherencia la mía - intentando no destrozar el maquillaje de Daniel. Es estupendo mirarse a un espejo después de pasar por la chapa y pintura de un profesional.

En el café Gijón, como no, damos el cante que no veas: Lola Beccaría, Isabel Pisano, Ángela Becerra, Lucía Echevarría, una servidora... y un pequeño ejército para que la foto salga perfecta. Hay focos, paraguas, una maleta con ropa y un baúl de maquillaje. Acabamos antes de lo previsto, y sólo lamento tener que desprenderme de mis inalcanzables Jimmy Choo. Luego, aprovechando que entre Daniel y Beatriz me han convertido por unas horas en una mujer fabulosa a la que no se le notan las arrugas ni las ojeras tras los madrugones de la semana, me voy a la inauguración de la tienda de Purificación García en Bárbara de Braganza, donde están las chicas de Woman. Hay música de DJ, cócteles "bordoni" y la ropa de la temporada primavera - verano. A falta de Jimmy Choo me he calzado unos botines de tacón que me hacen parecer incluso alta.

El viernes por la mañana, y a pesar de que pensé que no iba a poder hacerlo, desayuno con Martín Casariego y con Rafael Reig. Hablamos de libros - de los nuestros y de los de otros - de todas las caras de la crisis, de planes inmediatos para nuestras vidas. Lo mejor, las risas... y que nos despedimos fijando cita para la semana que comienza. No tengo viajes hasta dentro de varios días. Me encanta salir de Madrid, pero cuando regreso pienso siempre en lo bien que se está en casa.

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