Fernando Marías
Fernando Marías y yo nos conocimos hace casi siete años. Fue el día del libro, en Barcelona. Los dos habíamos ido a participar en el día de San Jordi, y la suerte, o el destino, - el divino laberinto de los efectos y las causas, Borges dixit - nos sentó juntos en una firma de una veintena de autores, en el Paseo de Gracia. Muchas veces Fernando y yo hemos hablado de ese primer encuentro - que recordamos cada año, como un aniversario - y estamos de acuerdo en que tuvieron que coincidir muchas cosas para que él y yo hablásemos y conectásemos. Una de ellas fue, por cierto, el hecho de no contar ni uno ni otro con demasiada parroquia. Aquella tarde sólo firme dos libros. Uno fue para Fernando.
Conecté con Fernando Marías de un modo misterioso con el que conectamos con otras personas. Semejante milagro sucede sólo un par de veces en la vida. O ninguna. A mí me pasó con Fernando. Aquella tarde soleada y larga de Barcelona, en una primavera que parecía luminosa y que en cuestión de semanas se volvería para mí sombría y terriblemente triste, hablé por primera vez con alguien que se convertiría en una de las personas más importantes de mi vida.
Fernando Marías y yo nos hicimos amigos. Desde los primeros saludos intercambiados entre libros y bolígrafos, hemos compartido muchas cosas durante estos años, algunas malas, buenas otras. Fernando ha estado a mi lado en momentos de desolación y en momentos dichosos. Uno necesita a los amigos para compartir los unos y los otros. Para multiplicar la alegría y para hacer más llevadera la pena. Fernando sabe hacer ambas cosas. Es una de las personas más generosas que he conocido, y a veces creo que anda por ahí buscando la forma de echar un cable a los demás. Ojalápudiera contar todas las cosas buenas que sé de él, pero las más importantes están protegidas por el muro infranqueable de la lealtad y la confianza. Se quedan,pues, para mí y para él.
La noche del 15 de octubre de 2006 en que me seleccionaron como finalista del Planeta, Fernando estaba allí. Recuerdo que me apretó el brazo para saludarme, como queriendo infundirme una mezcla de alegría, seguridad y afecto. Al día siguiente, ya metida en el tornado de las entrevistas, tenía un mensaje suyo en el móvil: "Ha ocurrido algo increíble... no te lo quiero contar así...estoy embarcando en el avión... te llamo luego". Le devolví la llamada en el mismo instante, y esta vez saltó su contestador: "No puedo creer que me hayas dejado con la intriga. Llámame en cuanto llegues". Fue Laura Franch quien me lo contó: "A Fernando le acaban de conceder el Premio Nacional de Literatura Infantil". En aquel instante, después de muchas horas de emociones, de alegrías largamente esperadas, busqué un rincón apartado y me eché a llorar. Nunca, ni en mis mejores sueños, hubiese podido elegir una mejor forma de rematar el maravilloso momento que estaba viviendo: con el triunfo de un amigo. Cuando celebrábamos el éxito mutuo, Fernando dijo algo que no olvidaré: que tenía la convicción de que mi madre, desde donde estaba, había hecho algo para que todo aquello sucediera, en una prodigiosa concatenación de acontecimientos inverosímiles. ¿Qué posibilidades tenía yo de que Planeta se fijase en una escritora desconocida? ¿Qué posibilidades tiene un libro para recibir el espaldarazo de un jurado heterogéneo, como el del Premio Nacional? Y, sin embargo, sucedió.
Ahora, Fernando vuelve a vivir un momento estelar: su novela "Todo el amor y casi toda la muerte" acaba de obtener el Premio Primavera de Novela. No digo nada del texto, salvo que es espléndido - quizá lo mejor que ha escrito Fernando - y que llegará a las librerías a principios de abril editado por Espasa. Brindo por él, por su éxito merecido, por su libro excelente... y brindo por mí, y por la suerte que tengo al contar a Marías entre mi nómina de amigos.
Conecté con Fernando Marías de un modo misterioso con el que conectamos con otras personas. Semejante milagro sucede sólo un par de veces en la vida. O ninguna. A mí me pasó con Fernando. Aquella tarde soleada y larga de Barcelona, en una primavera que parecía luminosa y que en cuestión de semanas se volvería para mí sombría y terriblemente triste, hablé por primera vez con alguien que se convertiría en una de las personas más importantes de mi vida.
Fernando Marías y yo nos hicimos amigos. Desde los primeros saludos intercambiados entre libros y bolígrafos, hemos compartido muchas cosas durante estos años, algunas malas, buenas otras. Fernando ha estado a mi lado en momentos de desolación y en momentos dichosos. Uno necesita a los amigos para compartir los unos y los otros. Para multiplicar la alegría y para hacer más llevadera la pena. Fernando sabe hacer ambas cosas. Es una de las personas más generosas que he conocido, y a veces creo que anda por ahí buscando la forma de echar un cable a los demás. Ojalápudiera contar todas las cosas buenas que sé de él, pero las más importantes están protegidas por el muro infranqueable de la lealtad y la confianza. Se quedan,pues, para mí y para él.
La noche del 15 de octubre de 2006 en que me seleccionaron como finalista del Planeta, Fernando estaba allí. Recuerdo que me apretó el brazo para saludarme, como queriendo infundirme una mezcla de alegría, seguridad y afecto. Al día siguiente, ya metida en el tornado de las entrevistas, tenía un mensaje suyo en el móvil: "Ha ocurrido algo increíble... no te lo quiero contar así...estoy embarcando en el avión... te llamo luego". Le devolví la llamada en el mismo instante, y esta vez saltó su contestador: "No puedo creer que me hayas dejado con la intriga. Llámame en cuanto llegues". Fue Laura Franch quien me lo contó: "A Fernando le acaban de conceder el Premio Nacional de Literatura Infantil". En aquel instante, después de muchas horas de emociones, de alegrías largamente esperadas, busqué un rincón apartado y me eché a llorar. Nunca, ni en mis mejores sueños, hubiese podido elegir una mejor forma de rematar el maravilloso momento que estaba viviendo: con el triunfo de un amigo. Cuando celebrábamos el éxito mutuo, Fernando dijo algo que no olvidaré: que tenía la convicción de que mi madre, desde donde estaba, había hecho algo para que todo aquello sucediera, en una prodigiosa concatenación de acontecimientos inverosímiles. ¿Qué posibilidades tenía yo de que Planeta se fijase en una escritora desconocida? ¿Qué posibilidades tiene un libro para recibir el espaldarazo de un jurado heterogéneo, como el del Premio Nacional? Y, sin embargo, sucedió.
Ahora, Fernando vuelve a vivir un momento estelar: su novela "Todo el amor y casi toda la muerte" acaba de obtener el Premio Primavera de Novela. No digo nada del texto, salvo que es espléndido - quizá lo mejor que ha escrito Fernando - y que llegará a las librerías a principios de abril editado por Espasa. Brindo por él, por su éxito merecido, por su libro excelente... y brindo por mí, y por la suerte que tengo al contar a Marías entre mi nómina de amigos.
Etiquetas: "Todo el amor y casi toda la muerte", Fernando Marías, Premio Primavera