martes, 30 de noviembre de 2010

Cuéntenme algo que no sepa

En esta semana han saltado a las páginas de actualidad muchas revelaciones.

Leonor Alazraqui, vidente de profesión, ha dicho "La magia de Messi está en sus pies". Gracias por la info, señora, pero para ese viaje no me hacen falta alforjas. Otra cosa sería si hubiese dicho "la magia de Messi está en su oreja derecha" o "La magia de Messi está en el pelo, como la de aquel buen mozo llamado Sansón".

Luego viene González Iñarritu, al que venero como realizador, pero pronunciando frases lapidarias ha demostrado no tener precio: "Para ser director, lo primero es tener algo que contar". A mí me hubiese gustado escuchar que para dirigir pelis lo bueno es tener un ojo de cristal, o una prima en Soria. Pero la condición que sugiere Iñarritu se la pongo yo en bandeja.

Más adelante fue el turno de Leire Pajín, a la que le preguntaron por qué había nombrado responsable del Plan Nacional sobre Drogas a una Auxiliar Administrativa, y contestó "La ministra nombra a quien le sale de los cojones". Díjolo Blas, punto redondo. Eso es moderación, coherencia, diálogo. Como mi padre, cuando le preguntaba por qué tenía que regresar a casa a las diez y me contestaba, muy dialogante "Porque lo digo yo". Mi padre es que es bastante más fino que Leire Pajín.

Y ahora, lo bueno buenísimo: los famosos papeles de Wikileaks, que por su profundidad y el nivel de información que nos han brindado parecen obtenidos por los entrañables Mortadelo y Filemón. Al parecer, la CÏA sabe:

- que Berlusconi hace fiestas desamadradas (y yo también lo sé. En Villa Certosa. Me sé hasta el nombre de las Velinas que iban a hacerle los coros. Lo mismo hasta puedo ampliarle el cotilleo a Wikileaks)

- Que Gadafi se pone botox (Gracias por la aclaración. Yo pensabaque la tersurade su cutis se debía a un milagro. Ahora que sé que losuyo es como lo de Nicole Kidman, me quedo mucho más tranquila)

- Que Cristina Kirchner tiene problemas psicológicos (quien lo diría, viéndola siempre tan relajada y tan tranquila)

- Que Sarkozy es arrogante, Putin un mujeriego y Ahmaineyad, el de Irán un tipo retorcido y peligroso. (Gracias, señores de Wikileaks. Nunca lo hubiéramos sospechado)

- También cuentan que Zapatero es un izquierdista trasnochado,y que básicamente no tiene ni puta idea de nada. Estos de los servicios secretos es que son la leche. De todo se enteran, los cabrones. Y mira que el presidente disimuma bien, ¿eh? Vamos, tanto que los yankis sospechan incluso que sabe inglés y que el tío se hace el tonto para cotillear.

Ante lo que se avecina, ante la inseguridad y la zozobra, prefiero refugiarme en las cosas que me gustan: la novela que estoy escribiendo, los libros que esto leyendo (ahora mismo, "Mitología de Nueva York", de Vanessa Montfort), mis amigos de siempre: hoy desayuné con Martín Casariego, comí con Fernando Marías en un restaurante mítico para celebrar con retraso su Premio Primavera y mensajeé a Rafael Reig, que acaba de ganar el Premio Tusquets con una novela - "Todo está perdonado" -que ya he tenido el privilegio de leer.

De leer y de anotar: Rafael no sólo me deja leer sus originales, sino que además me deja apuntar cosas, hacerle sugerencias, corregirle. Es una joya, mi Reig. Escribe mejor que yo, y aún me pregunta que qué me parece. Ahora, amigo, no te libras de la chuletada en tu casa nueva.

Anda que estoy como para preocuparme por Wikileaks.

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lunes, 22 de noviembre de 2010

Soledad Puértolas

Creo que la primera vez que leí un libro de Soledad Puértolas fue a los diecinueve años, en la Universidad. La profesora de Literatura contemporánea nos sugirió la lectura de "Queda la noche". Desde aquella primera novela me declaré Puertóloga por los siglos de los siglos.

Cuando empecé "Queda la noche" no podía imaginar que casi veinte años más tarde Soledad Puértolas iba a participar en el acontecimiento profesional más importante de mi vida: era jurado del Premio Planeta cuando quedé finalista. Aquella noche me dio un abrazo y por mi cabeza pasaron, como espíritus felices, las páginas de aquel primer libo suyo que leí.

He coincidido con ella otras veces, y tuve la oportunidad de disfrutar de su calma elegante, su sentido del humor, su delicadeza, su ironía. Es una de esas personas que emanan tranquilidad, que proporcionan una paz particular a las conversaciones y a la vida.

Ayer, Soledad ingresó en la Real Academia, y tuvo la gentileza de invitarme a la lectura de su discurso. Me emocioné al verla entrar en el salón, escoltada por Jose Luis Borau y Luis Mateo Díez, serena y firme, vestida de negro, con una flor de seda en la chaqueta. Escuché su discurso recordando muchas cosas, y todas buenas. Luego, Soledad nos invitó a una copa en el hotel Villa Real, y allí pudimos abrazarla y compartir con ella la noche más hermosa.

No todos lo hicieron, y bien que lo lamenté. Había ausencias notables en la bancada de los académicos. No sé qué cosa tan importante tenían que hacer ayer domingo, a las siete de la tarde, Javier Marías o Álvaro Pombo, pero bien podrían haberla dejado para otro momento. Hay pocos escritores en la Academia. Cuando ingreasa uno nuevo, lo menos que pueden hacer sus pares es cuadrar las agendas para estar ahí y apoyarlo en cuerpo y alma. Javier Marías, que presume de no leer a escritores vivos, tiene la ventaja de que tampoco se le crean muchas obligaciones con los muertos.

Y otra ausencia, mucho más sangrante: la de la ministra de Cultura, señora González Sinde. Ignoro si su no presencia está relacionada con causa de fuerza mayor, a saber, que la estuviesen operando de apendicitis, que se acabara de romper una pierna o que un pariente en primer grado precisase de atención hospitalaria. Si ese es el caso, pido perdón por adelantado. Pero si no es así, encuentro impresentable que una ministra de este gobierno feminista y paritario diese la espalda al ingreso de una mujer en una institución en la que solo hay cinco. Defender la condición femenina es algo más que ir de verbena, pegar carteles y negar un apretón de manos a un alcalde faltón.

Es ahí donde hay que estar, señora Sinde, aplaudiendo a quien se ha ganado su silla a base de pulso y de trabajo, y no por cumplir cuotas o pasar la mano por el lomo adecuado. Su ausencia en el acto de ayer es una prueba más de que andan ustedes en no sé qué limbo.

Y con esto y un bizcocho...

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domingo, 14 de noviembre de 2010

Libros que cambian

Lo he dicho y escrito muchas veces: el de la relectura es un delicioso placer al que a veces renunciamos con la pobre excusa de que hay muchos buenos libros por leer. Yo, de vez en cuando, me regalo una segunda lectura (o tercera, o cuarta...) de textos que ya conozco.

La experiencia no siempre es satisfactoria. Esta semana volví a leer "Queixumes dos pinos", el poemario de Eduardo Pondal, y me gustó cien veces menos que cuando lo leí por primera vez. Encontré los versos rimbombantes, pretenciosos, vacíos incluso. Del volumen sólo salvaría el poema "Los pinos", que se eligió como hermosa letra del himno gallego. Para quitarme la espina reemprendí la lectura de Cabanillas con "Na noite estrelecida" y comprobé que, por fortuna, el texto no sólo resistía esa relectura, sino que incluso era mucho mejor de lo que recordaba. Así que disfruté de la particular versión de la leyenda artúrica y no pensé para nada en el libro que estaba dejando de leer para volver sobre los pasos de Cabanillas.

Wl blog de mi novela "Sombras" (www.valeriaoriol.blogspot.com) ha superado las siete mil visitas. No entiendo muy bien como funciona el asunto, pero esta bitácora, que lleva ya más de tres años, jamás ha tenido las trescientas visitas diarias que pueden contabilizarse en el blog de Valeria. No sé si debería alegrarme, pero, por si acaso, lo hago.

Recibo el indignado correo electrónico de una persona que me reprocha que haya llamado "minusválido" en un artículo a una persona que sufre una discapacidad física. Según me dice, por orden del consejo de ministros, ahora a los minusválidos hay que llamarles "discapacitados". Toma castaña. El consejo de ministros decidiendo que "minusválido" es un insulto... que me perdonen los implicados, pero que Pepe Blanco, Trinidad Jiménez o Bibiana Aído vengan a decirme a mí como hay que llamar a un señor que va en silla de ruedas hace que se me pongan los pelos como esparpias. Menuda manada de filólogos. Eso sí, mientras los jinetes del apocalipsis se sacan de aquel sitio reglas de corrección política, hay que hacer milagros para moverse en silla de ruedas por las ciudades.

Veo en el videoclub que ha salido a la venta la quinta temporada de "The Wire". El que no haya visto las temporadas anteriores, que aproveche para ponerse al día. Es una de las mejores series policiales que se han rodado, en dura competencia con "The Shield". Por cierto, David Torres, si lees estas líneas, recuerda que habías prometido pasarme la séptima temporada...

Hoy, El País Semanal publicaba un artículo mío sobre Henry Clay Frick, el multimillonario meoyorquino que logró reunir la mejor colección privada de arte de Estados Unidos, y a su muerte legó al público su casa y todos los objetos de arte que había reunido a lo largo de su vida. Fue, en su momento, el más generoso legado otorgado nunca por un particular. En 2010, la colección cumple 75 años. Es un lugar maravilloso, en la calle setenta con la quinta avenida. Como NY queda desdichadamente lejos, la web oficial ofrece visitas virtuales como sucedáneo de un paseo por la mansión.

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lunes, 8 de noviembre de 2010

Parece que va a llover...

Bueno, hala, ya lo han conseguido los que llevaban un mes quejándose del otoño maravilloso que hemos tenido. Llevo semanas escuchando a gente maldiciendo las temperaturas deliciosas, los cielos azules, las noches tibias. Estarán contentos: hoy amaneció un día feo y gris, ventoso y triste, frío y desagradable a más no poder. Hay que ir por la calle con la gabardina abrochada, la bufanda en el cuellos y el paraguas plegable en el bolso. Una delicia, vamos. Los que renegaban del buen tiempo están de suerte. Eso sí, se van a hartar. Queda todo un largo invierno por delante...

El título de este post está tomado de una composición popular: "parece que va a llover / el cielo se está nublando / parece que va a llovar / ay mamá, me estoy mojando"... Creo que es una guaracha, pero no estoy segura. Lo que sí sé es que sirve de fondo musical a uno de los anuncios de más bella factura que he visto nunca en televisión. Los habitantes de un pueblo parecen prepararse para la inminencia de un temporal, y buscan acomodo en una mansión destartalada que muy bien podría haberse sacado de una novela de Carpentier. Dentro, desanimados y tristes, se mezclan como en una humana arca de Noé todos los tipos de la aldea. Ahora entramos en una atmósfera que parece concebida por García Márquez. Entre la oscuridad yla incertidumbre, alguien abre un cajón y saca unas botellas de licor, lo que cambia los semblantes y da inicio a la fiesta. Por cierto, el producto que se anuncia es Bacardí Mojito. Cuando las cosas se hacen bien, hay que hacer publicidad extra de aquel que ha querido regalarnos un pellizco de belleza.

Este fin de semana ha venido el Papa. A mí, las visitas papales no me despiertan lo quese dice entusiasmo, pero sí las entiendo desde el respeto a aquellos que, por su fe, entienden como un regalo la visita del heredero del trono de Pedro. Dejando a un lado las circunstancias religiosas, es evidente que los viajes papales traen a las ciudades de destino toda una batería de beneficios que nada tienen que ver con el auxilio espiritual. Por eso no puedo entender que haya quien se queje, y menos aún que cuatro- o cuarenta - simplones propogan que sean los catolicos los que paguen los gastos de la gira papal. Por extensión, podríamos proponer que los sindicatos los sostuviesen los sindicalistas y los partidos políticos sus afiliados. Un tipo con una pinta bastante dudosa se desgañitaba protestando porque sus impuestos sirviesen para sufragar la visita de Benedicto XVI. Yo le diría que a mí tampoco me hace puñetera gracia que lo que ingreso a Hacienda sirva para que, por ejemplo, un maltratador de mujeres tenga una tele de plasma en su celda de la cárcel, y me tengo que aguantar.

Los titulares fueron muchos, pero me hace gracia la machacona insistencia en aclarar que el Papa cargó contra el aborto y el matrimonio gay. ¿A alguien le sorprende? Lo que hubiese sido digno de una primera página es que Benedicto hubiese llegado a celebrar la boda de Pedro Zerolo y a estimular las políticas abortivas. A cada cual lo suyo. Este señor tiene su negociado, y en él determinadas cosas no tienen cabida.

Me llegan por mail los currícula de cuatro ministros de Sanidad: Alemania, Italia, Francia... y España. Me pregunto qué dirán los otros cuando lean, con los ojos como platos, el de la titular española del ministerio, señorita Pajín.

Leo "Érase una vez en Manhattan", de Mary Cantwell, publicada por Lumen. Una delicia de texto autobiográfico y un melancólico retrato de aquel Nueva York de los años cincuenta. No me resisto a trascribir unas líneas que dedicó a la novela el crítico literario del New York Times: "Lees estas páginas y te entran unas ganas locas de vivir allí y en aquella época, de estar vivo y ser joven en Manhattan". No hay mucho más que decir. El libro estimuló mis particulares nostalgias de una ciudad que empiezo a echar de menos en cuanto me meto en el avión de regreso a Madrid. Me he prometido regresar siempre que pueda, porque, de todas formas, una vez que la conoces Nueva York se queda en ti para siempre, como si te hubiese colocado en el corazón un imán que te atrae sin piedad hacia el metal de los rascacielos y el mecano del puente de Brooklyn.

Trabajo, trabajo y más trabajo. Por primera vez en mucho tiempo me siento cercana al desbordamiento. No hay puentes, no hay días libres. Pero voy a llegar al ecuador de mi novela...

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lunes, 1 de noviembre de 2010

www.valeriaoriol.blogspot.com

Ese es el link del blog de Valeria, la protagonista de mi novela "Sombras". Si os apetece saber de qué va, curiosead un poco por allí. Para mi sorpresa, y según el contador, en este momento el blog de Valeria ha recibido 4895 visitas... Hace un par de días recibí una llamada del generoso Javier Sierra, que había dedicado su tiempo a la lectura de "Sombras" y me regañaba cariñosamente por haber catalogado como juvenil una novela "que vale para cualquiera".

Paso el puente en Madrid, más bien tranquila,acabando de leer el borrador de la novela de un amigo (hasta aquí puedo leer)y trabajando en mi propio texto, que se ha desatascado - ¡¡por fin!! - después de muchos días. La verdad es que el resfriado que cogí no me ayudó en nada: estuve pácticamente fuera de juego durante casi dos semanas. Por eso tengo que ponerme al día, y he elaborado un plan de trabajo más bien leonino. Pero es la única forma de conseguir acabar el texto en la fecha que yo misma me he propuesto.

Leo una coleción de cuentos, "Una noche en Mozambique", de Laurent Gaudé, publicado por Salamandra. Son buenos, pero me deslumbró especialmente el primero, "Sangre negrera". Mientras lo leía, me parecía tener entre las manos un texto de Conrad. Recuerdo la fascinación que experimenté cuando leí "El corazón de las tinieblas": después de muchas lecturas que describían la naturaleza como algo amable y hermoso, yo estaba descubriendo la selva como una amenaza terrible. Intento encontrar en mi plan para los próximos meses un momento para la relectura de Conrad, pero me temo que no lo va a haber. Habrá que esperar a un momento mejor.

Me paso parte de la mañana del domingo en la FNAC. Está abarrotado. Al principio pienso que la marabunta ha llegado a la tienda escapando del aguacero inesperado que en cuestión de segundos ha convertido el centro en un pequeño caos. Cuando llego a las cajas me equivoco. La gente está comprando. Discos. DVD´s. Y libros, muchos libros. Parece una tontería, pero ver a tantas personas aprovisionándose de lectura me inyecta una pequeña dosis de optimismo.

Por mi parte, compro la tercera temporada de Mad Men para regalar a un amigo; una edición de bolsilo de "Cita en Samarra", de John O´Hara y un pequeño capricho: un libro sobre Norman Rockwell. Ni siquiera recuerdo cuando vi su primer dibujo - posiblemente, una de las portadas que hizo para el Saturday Evenning Post - , pero las escenas de Rockwell nos transportan a esa América inocente que existió una vez. Rockwell dibuja a niños comiendo helados enormes en cafeterías anticuadas, a dos damas cambiando una rueda mientras un nada caballeroso holgazán las observa desde su casa, a chiquillos mirando por la ventana en la mañana de Navidad. Cada dibujo de Rockwell invita a imaginar una historia completa. Y a mí nada puede gustarme más que imaginar una historia.

Lunes festivo a medias. Tengo que volver a mi novela cuanto antes, y recuperar como sea el tiempo perdido.

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