... y ahora, Larra
Leo "Lejos de dónde", de Edgardo Cozarinsky. No había leído nunca a este autor, publicado en España por Tusquets. Me ha gustado su historia y la forma de narrarla. Esta misma tarde he empezado "Alfred y Emily", de Doris Lessing, en edición de Lumen. Una gozada cuya lectura había ido aplazando, como uno deja el mejor chocolate para comérselo cuando ya no queden más en la caja.
Paso el viernes en Badajoz, en el fallo del Premio de Novela. Siempre que participo en un jurado tengo la sensación de estar cometiendo una injusticia con alguien. Me da lástima ver que,de las dos o tres novelas que llegan a la última votación, sólo una puede llevarse el gato al agua. Por eso termino las deliberaciones de mal humor y sintiéndome especialmente insegura. Esa noche hago mi intervención en La Linterna desde Cope Badajoz. José Luis y su mujer, Eva, tienen la gentileza de esperar a que acabe mi trabajo para llevarme después a la fiesta en la quese hará público el fallo de los Premios.De camino, hablamos de la sublime carne de retinto, que sólo puede comprarse en Extremadura. Siendo como soy una ardiente defensora de la ternera gallega, no me queda más remedio que rendirme a la exquisitez de la raza retinta, gran desconocida para muchos. Luego comparto pinchos y charla con Luis Alberto de Cuenca, Fernando Marías y Espido Freire. Observo, fascinada, a un cortador de jamón,que se mueve como un violinista mientras va llenando los platos.
Esta semana será intensa. La Asociación Colegial de Escritores ha preparado unas jornadas de Periodismo y Literatura en homenaje al bicentenario de Larra. La Casa de Galicia será nuestra anfitriona para celebrar tres mesas redondas en las que intervendrán periodistas y escritores. He colaborado en la Organización, así que mi nivel de preocupación se multiplica al pensar en las posibilidades de que algo no salga todo lo bien que debiera. Como, además, la semana siguiente tengo que dar una conferencia en el Instituto de Empresa, debo hacer encaje de bolillos para cuadrar el tiempo. Mi novela juvenil espera desde las ciento veinte páginas que tengo remataas, un final que debería ser inminente. La buena noticia es que ya tengo editor, de forma que me he quitado un peso de encima.
Hablo con una amiga catalana del bochornoso caso Millet, el sofisticado chorizo que parece que se lo llevaba crudo con fondo de música de Mahler, de Bach o de Bellini. En todo hay clases, claro: el alcalde de El Ejido tareaba quizá el Porompompero mientras Milet, catalán y finolis, melómano exquisito, oía el Minueto de Boccherini sintiéndose diferente, supongo, de toda esa grey indeseable que se mete el dedo en la nariz y no conoce otra banda sonora vital que la que desgranan los cuarenta principales. Millet es un tipo aparte, un jetas de lujo, un vividor exquisito, que en vez de celebrar las bodas de sus hijas en un hotel, o en los salones Carlton -con tarta descendente y espada para cortarla - , elegía rodearse de la belleza del Palau de la Música para que el día de las niñas fuese inolvidable. Dicen que tras convertir en restaurante el escenario y el patio de butacas, Millet se olvidaba de pagar la cuenta, pero ¿qué son esas cosas menores? ¿quien se preocupa del vil metal cuando su vida está jalonada de belleza? ¿no es hortera el dinero? ¿no es de mal gusto que eche cuentas el mismo fulano que tiene orgasmos al ritmo de Haendel? Mi amiga S. se sorprende que el caso de Millet no haya revolucionado a los barceloneses, a la intelectualidad catalana, tan llena de "seny", tan sobria, tan caracterizada de buen gusto. Pero, como yo le contesté, también tenía buen gusto el señor Millet. Buen gusto y buena suerte: está acusado de chorizar veinte millones de euros, pero sigue durmiendo en su casa. Los hay con suerte.
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