domingo, 24 de octubre de 2010

"Sombras"... y otros libros.

Pues ya está en las librerías mi novela juvenil, "Sombras", una historia de amor, misterio y poderes paranormales con crimen de por medio y sorpresa final. Lo curioso es que pensaba que era una novela para gente de 17 años,y de pronto me encuentro con comentarios elogioso de gente de mi quinta. ¿Será que nos equivocamos al adjudicar una edad a los libros? ¿Será un error acotar los años de los posibles lectores?

Lo he pasado muy bien escribiendo este texto, entre otras cosas porque escribir para adolescentes supone una suerte de regreso al lugar perdido de los quince años. Cuando uno crea un personaje como Valeria Oriol, a la fuerza debe volver a la adolescente que fue una vez. Y, la verdad, es ese el único modo en que consentiría en volver a la etapa de la juventud. Me bastó en su momento.

Si queréis saber algo más de "Sombras", podéis leer el blog de su protagonista en
www.valeriaoriol.blogspot.com

Si alguno tiene curiosidad, ya sabe... El libro, por cierto, lo edita Destino Infantil y Juvenil, de forma que todo queda en casa.

Me llegan por correo desde Belgrado diez ejemplares de "El inventor de Historias" que se ha traducido al serbocroata. Pasados los primeros momentos de emoción al ver mi nombre y el nombre del libro escritos en otro idioma, surge la duda sobre qué hacer con esos libros que nadie que conozco está remotamente capacitado para entender. Finalmente me quedo con uno de forma testimonial, Marcial se apropia de otro y reservo otros dos para mi padre y mis tías. El resto vana ocultase en la última balda de la estantería del pasillo, a la que se accede por medio de una escalera de mano, y a donde van a parar los volúmenes que sé que no voy a leer nunca.

Por mi parte, leo otras cosas. Ayer por la tarde, una recopilación poética que bajo el título "El árbol rojo" ha hecho mi amigo Andrés Rubio. Andés ha tenido la mágica idea de reunir en un volumen una serie de maravillosos poemas para celebraciones laicas. Los hay para bodas, para funerales, incluso para dar la bienvenida a un niño (me niego a llamarlos bautismos laicos). Hay versos de Juan Ramón Jiménez, de Pedro Salinas, de Stevenson, de Gabriela Mistral... hasta cuarenta autores capaces de aumentar nuestra emoción en un momento especial, en un momento hermoso. Hace años, asístí a la boda civil de uno de mis mejores amigos. Nunca, en toda mi vida, había participado de una ceremonia tan rotundamente descafeinada y triste. Otro gallo habría cantado si el oficiante hubiese leído, por ejemplo, el poema "Quienquiera que seas, cogiéndome ahora de la mano" de Walt Whitman:
"O acaso contigo, navegando en el mar o en una playa del mar, o en alguna isla tranquila / Aquí te permito que poses tus labios en los míos / con el largo beso del camarada o el beso del nuevo esposo / pues yo soy el nuevo esposo y yo soy el camarada"

Paso la mañana del domingo leyendo "33 días", de León Werth. Este autor y periodista francés, de trayectoria escasamente reconocida, ostenta un honor indudable: es a él a quien Antoine de Saint Exupery dedica su libro "El principito". Pero no es por eso por lo que recomiendo la lectura de este texto corto (apenas 160 páginas) que publica Veintisiete Letras; los recomiendo porque es una crónica intensa y personal de la huida de París tras la entada ominosa del ejército alemán. Lo recomiendo porque está lleno poesía, de pensamientos a veces amargos, a veces edificantes y emotivos. Lo recomiendo porque me obsesiona la certeza de que hay por el mundo centenares, miles de libros como el de León Werth, y que nos los estamos perdiendo.

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domingo, 17 de octubre de 2010

Habemus Planetas!!

Desde el viernes. Lo viví en directo, y la fiesta en el Palacio de Congresos de Barcelona me trajo, un año más, la nostalgia amable de la noche del 15 de octubre de 2006, cuando mi vida profesional cambió para siempre.

El Planeta se lo llevó Eduardo Mendoza. Qué voy a escribir yo de él. "La ciudad de los prodigios" es uno de los grandes textos de la narrativa española. Cuando Mendoza acudía a recoger el premio, comentaba con Ana Gavin que me recordaba sin remedio a un aristócrata inglés, y lo facilmente que lo imaginaba con batín y pantuflas, sentado en un sillón de orejas, con una perro labrador a sus pies y una nutrida y enorme biblioteca a su espalda, crepitando frente a él el fuego de una chimenea de piedra. Tengo verdaderas ganas de leer "Riña de gatos".

El finalista tiene para mí connotaciones mucho más sentimentales, y no porque me lo llevara yo hace cuatro años, sino porque este año se lo llevó alguien a quien aprecio mucho: Carmen Amoraga. A Carmen la conocí hace siglos, cuando gané el Ateneo Joven de Sevilla. Ella se había llevado el mismo premio el año anterior, y me llamó para felicitarme. Luego hemos vuelto a coincidir en otras ocasiones. Es una buena escritora y persona excelente que se merece todo lo bueno que le pase. Me alegré de verla el viernes feliz y tranquila, disfrutando del éxito y de los aplausos que se ha ganado con pico y pala durante todos estos años.

Y hablando del Planeta, no podía haber elegido mejor - o peor - momento una jueza de Barcelona àra abrir juicio oral por una acusación de plagio contra José Manuel Lara, en ausencia de Camilo José Cela, que presuntamente copió el argumento de una novela presentada al Planeta para escribir "La Cruz de San Andrés".

No es mi intención defender desde aquí ni al Premio Planeta, ni a Cela, ni a José Manuel Lara, entre otras cosas porque tendrán mejores abogados que la que suscribe. Pero la idea de que Lara extrajese de los cientos de originales presentados al premio una obra titulada "Carmen Carmiña Carmela:fluorescencia" y se la diese a Camilo José Cela - que a la sazón era ya Premio Nobel de Literatura - con el consejo de que la fusilase para ganar el mismo premio a la que aspiraba el mamotreto de título delirante, hace que me entren ganas de descojonarme.

Hace años, un iluminado que había ido conmigo a clase en la Complutense me llamó indignado diciémndome que "Que veinte años no es nada" era plagio de una novela suya. Le recordé que malamente podía haber plagiado algo que ni siquiera había leído, y él me dijo entonces que había entregado una copia del original a una de mis amigas de clase, y que estaba seguro de que ella me la había dejado leer también a mí. Como cuerpo del delito esgrimía dos pruebas irrefutables: que en mi novela, como en la suya, había una mujer joven enamorada de un hombre mayor, y que en las dos había un viaje "aunque en mi novela el viaje es en tren y en la tuya es en barco". Cuando me repuse de la sorpresa, le dije al elemento que yo en su lugar no perdería ni un segundo en acudir a los tribunales y denunciarme por vía penal, civil y militar. Por supuesto, no volví a tener noticias suyas. Aquella noche pronostiqué que el tipo en cuestión acabaría en un manicomio. Me equivoqué: es profesor en una universidad madrileña. Sin comentarios.

Mañana sale a la venta mi novela "Sombras". Es un libro juvenil, escrito en clave de misterio y muy distinto a todo lo que he publicado hasta ahora. Para darlo a conocer, la editorial Destino ha organizado un encuentro con una docena de blogeros. Y siento cierta inquietud. Es una experiencia promocional bien distinta a las que he tenido hasta ahora. A ver qué pasa...

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domingo, 10 de octubre de 2010

El hombre que buscaba la luz

Hace seis años, vendimos a Vargas Llosa la casa en la que vivía Marcial.

No es que Marcial viviese en una casa enorme: es que tenía un precioso apartamento medianero con el piso en el que vivía el escritor. Cuando lo puso a la venta, se lo ofreció a él antes que a nadie porque sabíamos que quería ampliar su vivienda. Así que Vargas Llosa y su mujer vinieron a ver el diminuto apartamento en el que Marcial comía, dormía y trabajaba, y en el que don Mario quería poner su despacho.

Ahí es nada: cuarenta y cinco metros cuadrados de oficina con vistas a la Plaza de las Descalzas Reales.

Fue un encuentro agradable. Los Vargas Llosa estuvieron muy gentiles, y el escritor se paseaba del salón al dormitorio repitiendo "cuanta luz, cuanta luz!!"

Supongo que no es la actitud más inteligente para un comprador: tendrían que haber sacado al piso todos los defectos posibles para obtener una rebaja. En lugar de eso, el autor de "Los cachorros" admiraba el perfecto barniz del suelo, la altura del techo y la luz que entraba a raudales por los dos balcones.

Aquella mañana, en la casa que estaba dejando de ser parte de nustra vida, le recordé a Vargas Llosa que - aunque no esperaba que lo recordara - él y yo nos habíamos conocido en Lugo. Caixa Ourense le había traído a dar una conferencia, y el director general, Luis Carrera, que es amigo de mi padre, me invitó a comer con él.

Fue una ocasión de lujo: éramos seis personas frente a una mesa. Llegué con el firme propósito de escuchar mucho y hablar lo menos posible, pero no había contado con que iba a almorzar conel hombre más curioso del mundo, que quiso saber la receta de las zamburiñas al horno, el origen del roscón de Villalba y cómo se habían logrado reducir en Galicia los incendios forestales. Si esperaba escuchar a Vargas Llosa hablar de su vida y milagros, de sus libros y su experiencia política, me quedé con las ganas. Descubrí, eso sí, que entre las personas inteligentes y los verdaderos genios media, entre otras cosas, el deseo irrefrenable de saberlo todo. Vargas Llosa era un genio, y yo acababa de comer con él.

Aquella mañana, cuando nos despedimos del escritor y su mujer, le dije a Marcial que estaba segura de dos cosas: de que iban a comprar la casa y de que algún día celebrarían en ella la concesión del Premio Nobel. El apartamento fue suyo una semana después. Lo del Nobel tardó un poco más, pero también ha llegado.

No puedo explicar hasta qué punto me alegré el otro día. Primero, porque nadie merecía el premio más que Vargas Llosa. Segundo, porque la Academia sueca se ha rendido por fin a la fuerza imparable del español. Tercero, porque ya era hora de que el Nobel se lo llevase un escritor al que todo el mundo ha leído. Cuarto, porque el Premio ha querido distinguir simplemente la buena literatura...

Creo que hace mucho tiempo que el Nobel de literatura no era tan bien recibido. Hubo, claro, voces discordantes. El eximio Oliver Stone, por ejemplo, dijo que Vargas Llosa no le interesaba a nadie. Es fácil contestar que, en cualquier caso, le interesa a mucha más gente que los últimos bodrios de Oliver Stone en los que se dedica a lamer el culo a dictadores decrépitos.

La otra salida de pata de banco llegó del siempre genial Willy Toledo, ese eterno aprendiz de payaso que va por la vida haciendo papelitos mediocres en series malas y poniendo la cara para que se la partan en cualquier sitio del mundo donde haya follón. Dice Toledo que Vargas Llosa es un derechista peligroso. Paso por lo de derechista, pero ¿por qué es peligrososo? ¡Qué peligro tiene un señor que se dedica a escribir y a vender libros? ¿O es que Willy Toledo encuentra peligroso a todo el que no practica un izquierdismo desbarrado y caduco como el suyo y el de los amigos de Oliver Stone?

No sé si habrán llegado a Vargas Llosa las palabras de estos dos iluminados, pero si es así, debe estar partiéndose de risa.Aunque estoy casi segura de que las babosadas de estos dos cazurros se pierden bajo una montaña de felicitaciones y parabienes que llegan a su casa de Nueva York desde todos los rincones del mundo.

Aunque no va a recibirla, no quiero que le falte la mía. Enhorabuena, maestro. Que siga siempre buscando la luz.

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domingo, 3 de octubre de 2010

San Froilán!!!

Ayer llegué a Lugo para pasar el inicio de las fiestas. Por la noche, cena en el pulpo con mis amigas. Es curioso como de un año para otro me vuelve a sorprender lo bueno que está el pulpo comido en las casetas y acompañado de cachelos y vino peleón con gaseosa. Lo del vino peleón es parte del ritual: no vale pedirse otra cosa. Luego, igual que desde hace años, nos tomamos un vino de Cariñena en una caseta que es igual desde los tiempos de Maricastaña. Siento no ser precisamente un lince con las nuevas tecnologías, porque me gustaría subir alguna de las fotos que nos hicimos ayer mis amigas y yo. A algunas, como a Gencha, las conozco desde los tres años!!

Hoy hizo un día tristón, de lluvia constante y un cielo ceniciento y bajo que parecía próximo a caérseme encima. Por la mañana visito a una de mis tías abuelas, ingresada en el hospital tras un accidente doméstico. Tiene 98 años y no me reconoce, pero al mirarla no veo a la anciana indefensa en la que se ha convertido, sino a la mujer extrordinamriamente llena de vida que fue una vez, la mujer a la que quise mucho y con la que compartí una legión de cosas buenas. El resto importa poco, y en eso pienso cuando me mira sin verme: tuve tiempo de sobra para saber lo mucho que me quiso.

Después como con otras dos tías abuelas, próximas ya a los noventa años, pimpantes y activas, que me cuentan historias familiares. Les muestro mi nuevo iphone, y no san crédito cuando aparece su propia calle en las páginas de google earth. "Lo que nos estamos perdiendo", sentencia Marina, y no soy capaz de llevarle la contraria. Es verdad, se han perdido muchas cosas. Toda su generación lo hizo. Por supuesto, fueron felices a su manera, pero gracias a una particular generosidad que nosotros no tuvimos la ocasión de aprender ni de ejercitar.

Hace un viento loco que alborota los árboles. Por fortuna, las previsiones para mañana son optimistas, porque a las ocho mi padre dará desde el balcón del Ayuntameinto el pregón de las fiestas. Luego, sesión de fuegos artificiales y verbena con orquesta. Yo cenaré con toda la familia, otra vez en las casetas, otra vez el pulpo. Y tan contenta de repetir.

Leo "El rector de Justin", de J. Auchincloss, sobrecogida por la belleza de la historia y la forma de contarla. Auchincloss - a quien no conocía - es una especie de Henry James levemente modernizado, espabilado quizá por ciertos acontecimientos que le tocó vivir. Un libro hermoso hasta decir basta. Hace dos semanas leí a otro autor del que nada sabía: Maurice Drouon. "La caída de los cuerpos" fue un deslumbramiento que duró las cuatro horas que tardé en acabar el libro. Benditas sean las editoriales que hacen apuestas como estas. Cuando acabe "El rector... ", me esperan sobre la mesa media docena de títulos igualmente apetecibles. Habrá otros, decenas, cientos, de los que nunca tendré noticia. Y, como diría mi tía, lo que me estoy perdiendo.

Preparo la promoción de mi nuevo libro juvenil, "Sombras", que va a girar en torno a las redes sociales. Es un mundo en el que me muevo regular y del que no sé casi nada, por eso me resulta especialmente divertido. Esta vez, nada de perseguir entrevistas en periódicos, fotos en revistas femeninas o intervenciones en radio: el público potencial de "Sombras" no lee la prensa, ni escucha la radio, y al parecer apenas ve la tele. Es lo que hay, digo, mientras escucho las ideas que se le ocurren al equipo del Hotel Kafka que va a colaborar en la difusión de la novela.

En cuanto a la buena noticia, sin materializarse todavía, sigue rondándome y parece que se acerca. Cuando pueda tocarse, será el momento de compartirla con vosotros.

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