jueves, 14 de enero de 2010

Hatianos

Creo que se llamaba Thomas, pero no puedo asegurarlo, porque el recuerdo de su nombre se pierde sin remedio entre el recuerdo de tantos y tantos nombres que aprendía aquellos meses: el de Joyce, la chica filipina; el de Dominique, que procedía de las Islas Mauricio; el de Tomislav, el croata, y Anne, que venía de Estonia; Demous, Philippe, Pedro... eran los nombres de aquellas personas que se cruzaron en mi camino durante el Michaelmass Term, en la muy noble universidad de Oxford, en la que floté durante doce semanas felices con la conciencia de no merecer el lugar que el destino me había reservado allí.

Digamos que se llamaba Thomas, aunque quizá no se llamaba así. Hablaba un inglés depurado y elegante - aprendido de forma meteórica para optar a una beca en la escuela Diplomática - con un delicioso acento francés: el inglés es el único idioma que suena mejor cuando no se habla bien. También quería aprender español, y por eso conocí a Thomas: mi casera en Oxford era profesora de idiomas en la Escuela de Relaciones Internacionales, y de vez en cuando recogía en su casa, para un té de sábado o unalmuerzo dominguero, a alguno de aquellos huérfanos a medis, alumnos procedentes de países en vías de desarrollo que no podían permitirse volver a casa en todo un año, y pasaban en la residencia universitaria no ya los fines de semana sino incluso los períodos vacacionales más largos. La mayor parte de aquellos chicos ni siquiera podían permitirse telefonear a los suyos, pues el peso de la libra se hacía insoportable para sus debilitadas monedas nacionales, y por eso la aventura europea se limitaba a hacer tres comidas en los dudosos comedores del Colegio y, muy de vez en cuando, media pinta de cerveza en el Eagle and Child, quizá con la esperanza de descubrir al espíritu de Tolkien buscando ráfagas de calor junto a la chimenea.

Thomas vino a nuestra casa un par de veces, y allí le conocí. Era haitiano. Tenía la piel oscurísima y unos ojos de ámbar que parecían aún más claros en contraste con el color zahíno de su rostro. Thomas tenía una preciosa voz de barítono, y su altura excesiva hacía más chocante la elegancia eterna de sus movimientos: andaba con una soltura sobrenatural, y bailaba con la misma pericia de los estudiantes vieneses, que sabían valsear admirablemente.

Hablé varias veces con Thomas, porque me gustaba escuchar su voz misteriosa y su risa solar, y porque era paciente a la hora de explicar los secretos de los pasos de baile. Procedente de una familia humilde, sus buenas calificaciones en la universidad le habían llevado por el camino de los estudios diplomáticos, y aspiraba a convertirse en embajador de su patria. No se engañaba frente a ella: fue Thomas quien me habló de la corrupción endémica del país, de la estulticia de buena parte de la polación,de la dejadez, del fatalismo que alentaba,en un desesperado círculo vicioso, todos los males de la media isla. Me describió también de los paisajes incríbles de la franja de tierra, del color de las arenas, de algunos edificios singulares de la capital. Thomas me hablaba de Port au Prince, y yo recordaba, como en un sueño, los capítulos de "El siglo de las luces", y me mordía la lengua para no pedirle a Thomas que pronunciase, una y mil veces, el nombre hermosísimo de su ciudad natal, Port au Prince, Port au Prince, Port au Prince.

No volvía a ver a Thomas, como tampoco a buena parte de las personas que conocí en Oxford. Algunas volvieron a su tierra. Otras andan desperdigadas por el mundo, y supongo que recuerdan, como yo, la luz indefinible del otoño inglés, el verde jugoso de los prados en los Cottswolds, la niebla de noviembre envolviendo los edificios y las iglesias. Hoy, mientras veía en el informativo las imágenes terribles del terremoto de Haití, el recuerdo de Thomas se volvió más vivo y más real que nunca, y escuché otra vez su voz metálica y cavernosa y el acento francés que luchaba por ocultarse en la selva de la gramática aprendida a uña de caballo. Vi su figura desmañanda trenzando pasos de baile, sus ojos amarillos, su piel de ébano, y deseé con todas mis fuerzas que Thomas,que quizá no se llamaba Thomas, hubiese podido cumplir su sueño, y que el destino que golpeó su isla le haya permitido estar lejos de ella en el momento indeseable del desastre.

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13 comentarios:

Blogger Vicente Torres ha dicho...

A lo mejor sí que se llamaba Thomas. Y ojalá haya podido escapar de la catástrofe.

14 de enero de 2010, 9:25  
Anonymous Anónimo ha dicho...

acudo a tu blog como casi todos los dias al llegar la noche. Hoy te has superado. Quiza las ultimas noticias e imagenes del terrible dolor en Haiti me han hecho llorar y emocionarme hasta muy muy dentro leyendo tu calido, entrañable y cercano relato hablando de Thomas. Yo tambien deseo que no este entre las victimas, que este lejos muy lejos de ese maravilloso Port au Prince. Marta sigue deleitandome cada vez que te leo por favor. Mi nombre es PIlar. besos.

14 de enero de 2010, 13:45  
Anonymous eu ha dicho...

O texto é fermosísimo. Horriblemente fermoso. Prosa elaborada, mimada, figuras literarias eficaces e belas: "y el acento francés que luchaba por ocultarse en la selva de la gramática aprendida a uña de caballo." Por poñer unha. Pero hai algo que non acaba de convencer, que, talvez, non resista unha análise escrupulosa: Marta convírtese na vítima. Thomas non é máis que un pretexto para que Marta nos pida a nosa conmiseración... cara a ela.

Non ouserei aseguralo, pero sospeito que Thomas non existe. Que non existiu nunca. Demasiado fermosa a súa lembranza, que lle sirve a Marta para pedir a nosa compaixón.

De todos os xeitos, un texto magnífico. E moi occidental. Moito.
Parabens.

16 de enero de 2010, 4:29  
Blogger Marta Rivera ha dicho...

"Eu", lo único que no recuerdo de aquel chico es su nombre. ´Realmente, estoy un poco asombrada. Parece que hay quien necesita pruebas de cada cosa que se cuenta. Es evidente que nio puedo darlas. A no ser que quieras una declaración jurada, o el testimonio de otros amigos de aqulla época.
Por favor, no busques tres pies al gato. La ficción la dejo para las novelas. Cuando cuento una experiencia personal, lo hago desde el absoluto respeto a las personas y a la verdad.

17 de enero de 2010, 9:33  
Anonymous eu ha dicho...

Non necesito probas, nin se me ocorre dubidar da túa palabra. Ti colgas un escrito e eu fago un comentario. Nada máis. Só é iso. Eu acepto a túa palabra. Acepta ti o meu comentario.
Saúdos.

18 de enero de 2010, 5:35  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Puf qué tendrán los hombres negros, qué tendrán...

18 de enero de 2010, 7:52  
Anonymous Anónimo ha dicho...

una critica elaborada por lo menos se ha tomado la molestia de leer;tambien gasta una prosa elaborada,mucho mucho,no si esta bien,anda venga dinos,yo no tengo,cual es tu blog,que siempre estamos necesitados de personas agudas y ademas virtuosas

18 de enero de 2010, 14:07  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Tu amigo Thomas y sus compatriotas han sido víctimas de un desastre natural y, ahora, días después, están siendo víctimas de los políticos. ¿Cómo es posible que países civilizados se disputen el protagonismo en las labores de salvamento? ¿Será que quieren que sus empresas también lo sean en la necesaria reconstrucción?
¿Es que no hay nadie desinteresado en este mundo?

19 de enero de 2010, 1:37  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Anónimo, pregúntale a tu madre qué tendrán. A lo mejor te lo cuenta...

Pedro.

19 de enero de 2010, 9:35  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Un pequeño relato que mehace pensar en los muchos Thomas que he conocido. Gracias al terremoto, Haiti a tenido el protagonismo en las noticias... hasta que se vuelva a olvidar... ese infierno mezclado con muchos escondidos paraisos, como los ojos enormes de esos niños huerfanos que traspasan con su mirada.
Harán negocio los paises y se disputarán la foto del protagonismo, pero creo que esta vez el mundo se hizo pequeño y la media isla un poco mas grande.

19 de enero de 2010, 15:31  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Querida Marta,ya he hecho mi modesta aportaciòn.Me encantarìa que el banco suizo UBS,desbloqueara los 900 millones de dolares, que tiene "depositados" correspondientes a la fortuna que los Duvalier expoliaron a Haiti.Pero me temo que ahi seguiràn.¿Podriamos hacer algo?

El taliban de guardia.

20 de enero de 2010, 10:05  
Anonymous Anónimo ha dicho...

positivismo y conciencia....si se-ñor

21 de enero de 2010, 15:29  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Pasen y lean:http://www.rebelion.org/noticia.php?id=99218

25 de enero de 2010, 9:29  

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