viernes, 9 de enero de 2009

Érase una vez, hace mucho tiempo...

No voy a contar un cuento, sino una historia real que sucedió hace hoy treinta y dos años. Sí, treinta y dos. Yo tenía seis, y así salen las cuentas.

Mis padres, mis hermanos y yo acabábamos de mudarnos a nuestra casa nueva. Primero habíamos vivido de alquiler en una buhardilla de la calle General Franco, y luego, mientras la constructora entregaba el piso que mis padres habían conseguido comprar, nos instalamos en casa de mis abuelos Blanca y Pepe, en la calle Lopo Lías. Estuvimos allí casi un año. Un año muy feliz, por lo que yo recuerdo. Mis abuelos eran jóvenes y alegres. Y complacientes. Y les gustaban los niños, así que jamás les molestaron los gritos y los juegos de dos niñas de cuatro y cinco años que corrían por el pasillo y hacían de las suyas en las habitaciones.

Pero las obras del piso nuevo se acabaron y tuvimos que dejar el paraíso. Recuerdo que la tarde anterior a nuestra marcha "a la casa de Pintor Corredoira" monté un número de aquí te espero. Aquella casa se me antojaba el exilio. La prueba de la condena al ostracismo. La emigración, el abandono voluntario de la tierra prometida. La nada. Un asco.

Los lloros y los lamentos sirvieron sólo para enternecer a mis abuelos y para llevarme una reprimenda de mi madre, que estaba saturada con todo el jaleo de la mudanza. Así que el día ochode enero, comoestaba previsto, nos trasladamos a la casa. De ella recuerdo dos primeras impresiones fundamentales: el calor que salía de los radiadores, y un penetrante y grato olor a pintura fresca que tardó muchos días en difuminarse y que se mezclaba con el de unas galletas de nata que mi madre hacía en el horno. Una vez dentro, la casa nueva no me pareció tan terrible. Al llegar a mi habitación, me esperaba una sorpresa: mi padre había dejado sobre la cama un regalo para mí. Eran dos volúmenes de la colección de libros de Guillermo el travieso, el personaje de Richmal Crompton. Mi padre me había hablado mucho de esos libros, que leía cuando era niño, y había localizado para mí aquellos dos ejemplares. Fueron mis primeros libros. Libros sin viñetas, sin grandes ilustraciones. Sólo con páginas y más páginas de letra apretada. Libros de mayores, libros para leer y no para mirar.

A la mañana siguiente nos despertaron un poco más tarde de lo habitual. "No hay colegio", dijo mi madre, y antes de que pudiera preguntar por qué me fijé en el paisaje que se veía desde la ventana abierta: había caído una fabulosa nevada, y las clases estaban suspendidas. "quedaos en la cama un poco más", dijo mi madre, a quien no debía patecer mucho tener a dos niñas incordiando a su alrededor mientras ella intentaba poner orden en el caos del traslado. Susana, que siempre ha tenido una extraordinaria facilidad para ello, se dio media vuelta y siguió durmiendo. Yo cogí los libros de Guillermo y empecé a leer. Y así transcurrió aquella mañana del nueve de enero de hace treinta y dos años: leyendo el primer libro de mi vida, y levantando los ojos de las páginas de vez en cuando para ver caer la nieve.

Hoy, que nieva en Madrid, pienso en cuánto daría por volver durante cinco minutos a aquella mañana en Lugo, en otra época, en un tiempo distinto, cuando inauguraba otra etapa de mi vida. Y no porque acabase de estrenar casa, vecindario o paisaje, sino porque acababa de descubrir para siempre el placer de la lectura

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9 comentarios:

Blogger Ana I. ha dicho...

Hola Marta. Me llamo Ana y te escribo desde Galicia, donde hoy tambien hemos amanecido nevados. No estoy en Lugo, estoy en Santiago, pero sé a ciencia cierta que hoy en tu ciudad el frío era intenso al igual que la gran nevada que hoy cubría tus murallas. Bueno Marta, decirte que te leo habitualmente, aunque no suelo escribir, pero hoy he decidido visitarte en esta bonita casa bloguera que tienes y decirte cuánto te admiro. El post de hoy me ha parecido precioso. Me ha traído recuerdos de mi infáncia. Yo tambien viví en casa de mis abuelos y estrené hogar con siete años. Con tu escrito de hoy me has traido calor de hogar en una mañana tan fría. Biquiños Marta!!!!

9 de enero de 2009, 2:37  
Blogger Salvia ha dicho...

Marta, yo también leo tu blog hace tiempo. Y tus novelas. Quizás sea una de tus primeras lectoras de cuando, hace muchos años, publicabas en la Revista Alborada... Con estos datos ya imaginarás que el post de hoy me ha llevado mentalmente a esas calles que citas y he revivido situaciones similares del pasado. Además, los libros de Guillermo El Travieso, que descubrí gracias a un regalo de cumpleaños, también me encantaban.
Gracias, Marta.
Un saludo

9 de enero de 2009, 3:07  
Blogger Er Alberto ha dicho...

¡Qué bueno! Hoy estamos todos con lo mismo.
Un abrazo.

9 de enero de 2009, 5:30  
Blogger León de Biedma ha dicho...

En Aranda nieva como antes, dicen los mayores. No habían visto nevar desde inmemorial tiempo en el recuerdo. Un buen día, desde luego, para refugiarse en el "Hotel Almirante".

9 de enero de 2009, 6:44  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Hoy también nieva a orillas del Ebro...pero era mucho mejor rollo esa nevada que cuentas, en la camica, con una madre hacendosa pululando por la casa, ese "laissez faire" que sólo se da en la infancia...y Guillermo Brown.
Yo también lo descubrí con 6 ó 7 años, qué fenómeno. A mí se me antojaba todo un héroe, un reivindicador de que los niños éramos niños pero no tontos, de que les dábamos cien vueltas a los mayores...
Mis padres sostenían que mi hermano, el dueño de los libros, había cometido sus épicas trastadas (que yo no viví, porque mi hermano ma lleva 17 años)por culpa de los libros de Guillermo, y eso todavía lo reivindicaba más a mis ojos...
Guillermo era lo que a mí me hubiera gustado ser...si me hubiera atrevido
Besos
Pepa

9 de enero de 2009, 15:28  
Anonymous Anónimo ha dicho...

¡Qué importantes son los padres a esas edades¡¡Para muchas cosas, pero sobre todo para inculcarnos hábitos buenos como el de la lectura.
Besiños
Esther

10 de enero de 2009, 4:59  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Yo creo que esa morriña tienes que remediarla, vuelve a Lugo, Marta. Si aquí no hace frío, siempre en manga corta y con caipirinhas, no tenemos catarros, es el paraíso. Con lo que te dan por tu piso de Madrid, aquí te compras seis y te sobra pasta.
Que bonita historia has contado, yo entonces tendía tres añitos, haciendo las cuentas rápido, uno que es de ciencias puras han pasado 32, pero 32 años no son nada.
Biquiños.

10 de enero de 2009, 14:18  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Buhardillas mágicas, nunca alcanzadas en su sabor por "el bajo cubierta" millonario de ahora;pisos nuevos con paradas en medio . En mi caso decenas de veces por parte de Padre, inquieto Maestro de Obras, cuando Lugo se hacía como siempre paso a paso solar a solar, pero solar abarcable para un escondite bajo las berzas, o para mangar patatas ya en época de verano .
Pisos con vistas a patios inhóspitos con gallinas enrejadas.Pisos con vistas a los Fuegos de Corpus y San Froilán o a una "nueva catedral"La Parroquia en construcción con la primera grúa de obra llegada a Lugo .
Pisos con Mamás siempre a la espera de la trabajo de Papá, en la ventana a veces, también para gritar nuestro nombre cuando nos pasábamos un poco en el horario de regreso.¡Un poquito más Mamá¡.
Uno, que no disfrutó de Abuelos, si tuvo esas mñanas de cama infantil en Lugo, viajando en la imaginación sobre los Elefantes de aquella colcha eterna con motivos Indus; de las fotos de Tandil, viaje a Argentina, Libros que nadie me pasaba y que encontré sustituidos en recortes de Prensa .
Tengo que ir un poco más allá de 32 solo 50; pero también tuve pasaje para esos viajes en Lugo .
Ah Marta¡ menos fármacos y más "sopas de cabalo cansado" .
SEito.

11 de enero de 2009, 8:14  
Anonymous Anónimo ha dicho...

vaya tema me saca ud en este teclado convexo DE ENERO
di que si
si son buenos nos ayudan a sortear estupidos vale en todo
no se si fue en el 8o o 81 cd ITS ALIVE CAyo sobre mi cama
sencillo contundente
si se puede y siempre se puede hay q qquedarse con lo s buenos
casi me veo camino de bup poniendo esto con los libros en la mano
gente decente

ROCK &ROLL HIGH SCHOLL-RAMONES

11 de enero de 2009, 16:24  

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