Enchenta
Podría traducirse como "comilona", pero en realidad es mucho más que eso. Esta palabra gallega sirve para designar los muchos y espléndidos homenajes gastronómicos que nos pegamos en Galicia, muchos de los cuales tienen como particularidad su duración de varias horas: se come, se descansa, se sigue comiendo... Cualquiera que haya asistido en alguno ocasión a las dcenas de romerías populares que se suceden en Galicia durante el verano sabrá de lo que hablo. A los demás me costará explicárselo, porque hay que vivirlo.
Yo llevo un verano de enchentas que pagaré amargamente en cuanto llegue septiembre. Estos dos últimos días he batido varios records en cuanto a comilonas. El viernes vinieron a comer dos amigos de Madrid, Daniel y Susana, y decidimos enseñarles de qué va esto de la hospitalidad y la gastronomía gallega. Elegimos para comer "La casa del guardarríos", en la localidad lucense de Baralla. Al mando de los fogones está la señora Lola, que nos sirve una bandeja de jamón y chorizo, dos tortillas de patatas absolutamente insuperables, truchas y pollo campero con patatas asadas. De postre, un flan casero nadando en salsa de caramelo. Al salir del festín, más de uno se confiesa mareado. Esa misma noche quedo a cenar con Pablo Núñez y su mujer, Mari Cruz, y unos amigos llegados de Barcelona, Iván Clara. La cita es en el restaurante España. Comemos empanada de bacalao y pasas, pulpo y bonito a la plancha como plato fuerte. Me resisto al postre como muestra de mi fuerza de voluntad, aunque el brazo de gitano de chocolate sobre natillas me llama a gritos.
Y ayer, fin de fiesta: Miguel García, que es primo de Marcial, y su mujer, Sofía, nos invitan a comer en La Coruña. Miguel es el jefe de la Policía Judicial de Ferrol, y él y Sofía conocen todos los restaurantes gallegos que merecen la pena. TODOS. Desde los fogones del Coral a las tascas más recónditas. Esta vez eligen un sitio que ni Marcial ni yo conocíamos: La Dehesa. Nos sirven jamón ibérico, foie fresco a la plancha, escalivada y una navajas a la plancha que sólo puden calificarse de sublimes. Luego, carne de buey a la brasa. Miguel y Sofía son buenos anfitriones y gente divertidísima, de forma que la sobremesa se prolonga hasta las nueve y media de la noche.
Hoy he dormido fatal. Soñé con chuletones, con navajas, con pinchos de tortilla y con truchas fritas que me miraban amenazadoras. Me he cprometido a mí misma que hoy no voy a comer nada más que lechuga y agua del grifo. Necesito una depuración. Un retiro espiritual. Una tregua. Lo que sea, pero a mí me va a dar algo. Y hace diez minutos llaman mis tíos para anunciar que vienen a comer y que traen ellos el almuerzo. Empiezo a pensar que no me escapo. Que hoy me toca otra enchenta.
Yo llevo un verano de enchentas que pagaré amargamente en cuanto llegue septiembre. Estos dos últimos días he batido varios records en cuanto a comilonas. El viernes vinieron a comer dos amigos de Madrid, Daniel y Susana, y decidimos enseñarles de qué va esto de la hospitalidad y la gastronomía gallega. Elegimos para comer "La casa del guardarríos", en la localidad lucense de Baralla. Al mando de los fogones está la señora Lola, que nos sirve una bandeja de jamón y chorizo, dos tortillas de patatas absolutamente insuperables, truchas y pollo campero con patatas asadas. De postre, un flan casero nadando en salsa de caramelo. Al salir del festín, más de uno se confiesa mareado. Esa misma noche quedo a cenar con Pablo Núñez y su mujer, Mari Cruz, y unos amigos llegados de Barcelona, Iván Clara. La cita es en el restaurante España. Comemos empanada de bacalao y pasas, pulpo y bonito a la plancha como plato fuerte. Me resisto al postre como muestra de mi fuerza de voluntad, aunque el brazo de gitano de chocolate sobre natillas me llama a gritos.
Y ayer, fin de fiesta: Miguel García, que es primo de Marcial, y su mujer, Sofía, nos invitan a comer en La Coruña. Miguel es el jefe de la Policía Judicial de Ferrol, y él y Sofía conocen todos los restaurantes gallegos que merecen la pena. TODOS. Desde los fogones del Coral a las tascas más recónditas. Esta vez eligen un sitio que ni Marcial ni yo conocíamos: La Dehesa. Nos sirven jamón ibérico, foie fresco a la plancha, escalivada y una navajas a la plancha que sólo puden calificarse de sublimes. Luego, carne de buey a la brasa. Miguel y Sofía son buenos anfitriones y gente divertidísima, de forma que la sobremesa se prolonga hasta las nueve y media de la noche.
Hoy he dormido fatal. Soñé con chuletones, con navajas, con pinchos de tortilla y con truchas fritas que me miraban amenazadoras. Me he cprometido a mí misma que hoy no voy a comer nada más que lechuga y agua del grifo. Necesito una depuración. Un retiro espiritual. Una tregua. Lo que sea, pero a mí me va a dar algo. Y hace diez minutos llaman mis tíos para anunciar que vienen a comer y que traen ellos el almuerzo. Empiezo a pensar que no me escapo. Que hoy me toca otra enchenta.
4 comentarios:
Por lo que veo, querida Marta, excelentes vacaciones. Te entiendo perfectamente. Resulta imposible -al menos para mí- encontrarse en Galicia y resistirse a sus encantos culinarios. Aún recuerdo con añoranza a Vigo y las exquisiteces de las tabernas de la calle de las ostras, por muy típico y tópico que pueda parecer. ¿Qué supondrá moverse por Galicia sabiendo y conociendo cada rinconcillo oculto reservado a los conocedores del asunto?
Galicia calidade :-)
Abrazos,
Pedro de Paz
Luego uno ve Muchachada Nui, aparece El Bonico del to diciendo que "comer hasta reventar es un regalo que nos ha dado Dios", y habrá quien se ría, pensando que es otro gag. Obviamente, el que se lo toma a broma no ha participado en ninguna 'enchenta'.
Marta: estoy muy contenta de que sufrieras una enchenta en mi pueblo. Muy contenta. Yo los vengo sufriendo cada fin de semana en casa de mi abuela. El "comede, comede" me persigue desde la infancia...
No me gusta lo de anónimo. Se me coló.
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