Bienvenidos a Pekín
De todas las ciudades que conozco, Pekín es, sin ninguna duda, la más atrabiliaria y la más fea. No concibo un lugar más incómodo para vivir, ni menos hospitalario con el ser humano. En Pekín he visto a niños lanzarse en busca de los restos de un bocadillo y a ancianos harapientos suplicando comida. He esquivado un centenar de escupitajos lanzados por gentes de toda edad y condición, fui apartada a empujones mientras aguardaba para ver un pabellón de la Ciudad Prohibida – “eres occidental, y se supone que ellos tienen preferencia”, explicó mi anfitriona china – y la policía me expulsó, pistola en mano, de la Plaza de Tiannamen. No puedo imaginar una ciudad más inhóspita ni tan inadecuada para una cita olímpica. Se me escapan los motivos que llevaron al COI a elegir Pekín como sede de las Olimpiadas, pero apuesto a que hoy se tiran de los pelos recordando el momento en que decidieron llevar allí los juegos de los Hombres Libres.
La vida en Pekín está jalonada de incomodidades que repercutirán en todos los desplazados a China. El aire espeso y contaminado, que en verano se vuelve irrespirable, hará a buen seguro las delicias de los atletas. El desconocimiento de la población de cualquier idioma distinto al suyo provocará lágrimas de envidia en alguno que yo me sé, pero complicará lo indecible la vida de las delegaciones.
Si a esto sumamos que el gobierno chino no permitirá el libre acceso a internet de los periodistas acreditados, ya tenemos todos los ingredientes que permiten aventurar lo inevitable: se avecinan los peores Juegos de la historia del olimpismo. Kevan Gosper, el desesperado jefe de prensa del COI, declaró: “nos las tenemos que ver con un país comunista”. En efecto, China no es una nación libre. La pena de muerte se aplica con naturalidad, y las cárceles están llenas de reporteros incómodos y estudiantes contestatarios. Eso ya lo sabían cuando eligieron Pekín como sede de unos Juegos. Quizá esperaban un milagro. Pero los dioses griegos no dan para tanto. Y, además, en China Dios no existe.
(Publicado en el diario El Progreso el 3 de agosto de 2008)
La vida en Pekín está jalonada de incomodidades que repercutirán en todos los desplazados a China. El aire espeso y contaminado, que en verano se vuelve irrespirable, hará a buen seguro las delicias de los atletas. El desconocimiento de la población de cualquier idioma distinto al suyo provocará lágrimas de envidia en alguno que yo me sé, pero complicará lo indecible la vida de las delegaciones.
Si a esto sumamos que el gobierno chino no permitirá el libre acceso a internet de los periodistas acreditados, ya tenemos todos los ingredientes que permiten aventurar lo inevitable: se avecinan los peores Juegos de la historia del olimpismo. Kevan Gosper, el desesperado jefe de prensa del COI, declaró: “nos las tenemos que ver con un país comunista”. En efecto, China no es una nación libre. La pena de muerte se aplica con naturalidad, y las cárceles están llenas de reporteros incómodos y estudiantes contestatarios. Eso ya lo sabían cuando eligieron Pekín como sede de unos Juegos. Quizá esperaban un milagro. Pero los dioses griegos no dan para tanto. Y, además, en China Dios no existe.
(Publicado en el diario El Progreso el 3 de agosto de 2008)
Etiquetas: Diario El Progreso, Juegos Olímpicos, Pekin
3 comentarios:
Y Dios es siempre lo que más disfruto y los demás guerrean.
Pekín o se prohíbe la libertad, el disfrute, por mandato expreso del COI.
Al COI lo que es del COI, el deporte, y a libertad, donde la libertad se manifiesta, la palabra, hablada, escrita...
Descontentos los deportistas por las condiciones atmosféricas; hartos de las normas excepcionales de conducta los pekineses (qué complejo es llevar el gentilicio cuando naces en Pekín o en Lesbos, v.g.); preocupados por las 'salidas de tono' los dirigentes de los organismos deportivos; indignados por la connivencia con China del COI los activistas pro derechos humanos... ¿Pero es que hay alguien contento con estos Juegos Olímpicos?
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio