Aún quedan días de verano
Y muchos. Mis vacaciones acaban de empezar en la casa de mi padre, a diez kilómetros de Lugo, en pleno campo. Hace un tiempo extraordinario que nos permite, a mis sobrinos y a mí, pasar el día al aire haciendo el cafre. Los niños están cubiertos de raspaduras. Las rodillas de Martita me recuerdan a las mías: hasta la adolescencia, mis rótulas desaparecían bajo costras superpuestas y cardenales en distintos tonos. No concebía otra forma de pasarlo bien que haciendo lo que antes se llamaba "el chicazo" (y que consistía en subirse a los árboles, tirarse por la hierba y darse empujones) y, al margen de leer, las actividades consideradas "tranquilas" me producían bastante rechazo.
Ayer, por la noche, mis sobrinos descubrieron las luciérnagas, esos gusanitos que en la oscuridad tienen el brillo verde de una linterna. Fui yo quien encontró una paseando por el jardín, y llamé a los niños para que fuesen testigos del prodigio. Marta, que incluso hablaba en bajo para no perturbar, supongo, el resplandor del bichito, me preguntó si podía tocarla, y lo hizo con una rara delicadeza en una niña de cuatro años. Observaron fascinados a la luciérnaga hasta que les convencí de que también ella tenía que irse a dormir, y entonces nos alejamos, mientras mi sobrina suspiraba: "¡ qué preciosidad!" al recordar a la extraña oruga. Están descubriendo el campo, y todas las sorpresas del verano.
A mí Jiménez Losantos me cae más mal que bien. A pesar de que llevo cinco años colaborando en la misma cadna que él, jamás ha tenido conmigo el menor detalle en cuanto a echarme una mano en la promoción de un libro. Si a esto unimos que no estoy de acuerdo con las formas que emplea, ni tampoco con muchas de las cosas que dice, está claro que no tengo la menor intención de echar por él mi cuarto a espadas. Pero no puedo evitar conmentar su condena por insultos a Zarzalejos. Cien mil euros de vellón, ahí es nada, por faltar al ex director de ABC.
Vamos por partes; cualquier ciudadano puede defender, con toda justicia, su derecho al honor y a la propia imagen, y la ley debe proporcionarle los mecanismos para hacerlo. Pero en un país, el nuestro, en el que una mujer violada recibe una indemnización de 20.000 euros por parte de su agresor, o que pegar una paliza a un profesor cuesta poco más de seis mil; en un país en el que un atropellado se lleva quince mil euros, y los daños a un niño forzado sexualmenta no pasan de los cincuenta mil, me parece ignominioso que un jurado cifre en cien mil euros los insultos a una persona pública.
Losantos ha recurrido, como no, y supongo que la Audiencia, o el Supremo, se apresurarán a revocar la indemnización, llevarla a términos más razonables y sacar los colores al generoso juez que cree que faltar al respeto a un director de periódico debe salir más caro que coser a puñaladas a un vecino. A Losantos no le deseo éxito, dinero ni alegrías profesionales. Pero sí lo mismo que a cualquier ciudadano: un trato justo por parte de los tribunales. Para eso paga sus impuestos. Y para eso, también, pago yo los míos.
Ayer, por la noche, mis sobrinos descubrieron las luciérnagas, esos gusanitos que en la oscuridad tienen el brillo verde de una linterna. Fui yo quien encontró una paseando por el jardín, y llamé a los niños para que fuesen testigos del prodigio. Marta, que incluso hablaba en bajo para no perturbar, supongo, el resplandor del bichito, me preguntó si podía tocarla, y lo hizo con una rara delicadeza en una niña de cuatro años. Observaron fascinados a la luciérnaga hasta que les convencí de que también ella tenía que irse a dormir, y entonces nos alejamos, mientras mi sobrina suspiraba: "¡ qué preciosidad!" al recordar a la extraña oruga. Están descubriendo el campo, y todas las sorpresas del verano.
A mí Jiménez Losantos me cae más mal que bien. A pesar de que llevo cinco años colaborando en la misma cadna que él, jamás ha tenido conmigo el menor detalle en cuanto a echarme una mano en la promoción de un libro. Si a esto unimos que no estoy de acuerdo con las formas que emplea, ni tampoco con muchas de las cosas que dice, está claro que no tengo la menor intención de echar por él mi cuarto a espadas. Pero no puedo evitar conmentar su condena por insultos a Zarzalejos. Cien mil euros de vellón, ahí es nada, por faltar al ex director de ABC.
Vamos por partes; cualquier ciudadano puede defender, con toda justicia, su derecho al honor y a la propia imagen, y la ley debe proporcionarle los mecanismos para hacerlo. Pero en un país, el nuestro, en el que una mujer violada recibe una indemnización de 20.000 euros por parte de su agresor, o que pegar una paliza a un profesor cuesta poco más de seis mil; en un país en el que un atropellado se lleva quince mil euros, y los daños a un niño forzado sexualmenta no pasan de los cincuenta mil, me parece ignominioso que un jurado cifre en cien mil euros los insultos a una persona pública.
Losantos ha recurrido, como no, y supongo que la Audiencia, o el Supremo, se apresurarán a revocar la indemnización, llevarla a términos más razonables y sacar los colores al generoso juez que cree que faltar al respeto a un director de periódico debe salir más caro que coser a puñaladas a un vecino. A Losantos no le deseo éxito, dinero ni alegrías profesionales. Pero sí lo mismo que a cualquier ciudadano: un trato justo por parte de los tribunales. Para eso paga sus impuestos. Y para eso, también, pago yo los míos.
Etiquetas: Jiménez Losantos, verano, Zarzalejos
1 comentarios:
La primera vez que ví una, también era una niña pasando el verano en mi aldea gallega. Mi padre me indicó su nombre: "unha velliña facendo a cea"... Así, mis ojos infantiles veían a través de una ventana ténuemente iluminada, unas manos arrugadas y ágiles por encima de un caldo de berzas. Veía un fuego de leña, un televisor con un tapete, un cuadro con paisaje suizo y dos platos esperando. Quién pudiese entrar y oler!
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