domingo, 19 de julio de 2009

Regalos

Mi abuelo fue concejal en el Ayuntamiento de Lugo. Con Franco, para decirlo todo. Trabajaba como periodista y se pasaba los ratos libres en el Ayuntamiento. Mi abuelo, que se fue a la guerra con quince años y se licenció unos meses antes de acabar porque le pegaron un tiro que le atravesó la garganta, era un tipo especial, orgulloso de su etapa de combatiente en el Ebro, y nada consciente del drama que supone irse a hacer la guerra cuando uno sigue siendo un niño.

Mi abuelo no se metía en política, pero le encantaba su trabajo en "El progreso" y sus labores en el ayuntamiento. Tenía fama de ser amigo de hacer favores a todo el que se lo pidiera. Eran cosas pequeñas, claro, pero contaba con una legión de eternos agradecidos. Mi abuelo lo sabía, y por eso había dejado en su casa una consigna muy clara: "si me traen un regalo, que no lo coja nadie. Y me da igual lo que sea: se va por donde ha venido, y punto".

Mi abuelo era de esos tipos que hablan claro. Así que mi abuela tenía que vérselas a diario en el papelón de rechazar las dádivas de toda una cohorte de beneficiados por las buenas artes de su marido. No era gran cosa lo que le traían: una docena de huevos. Una ristra de chorizos. Un lacón asado. Una pareja de pollos. Siguiendo los dictados del hombre de la casa - con lo que eso suponía hace cincuenta, sesenta años - la pobre mujer despachaba a aquella gente sencilla que traía lo que podía, consciente de que algunos se marchaban pensando que el regalo había sido rechazado por ser demasiado modesto. No era ese el único problema. Porque en casa de mi abuelo se vivía con lo justo: cinco hijos, entre los que había una niña con una grave enfermedad congénita, no daban para grandes alegrías. Así que, también cada día, los hijos del concejal veían con desmayo como les pasaban por delante de las narices embutidos caseros, cajas de bombones o bandejas de pasteles que habrían podido ser suyos sólo con que su padre hubiese tenido un poquito menos de celo.

Mi abuelo repetía a diario la cantinela de "aquí no se aceptan regalos". Supongo que también lo hizo antes de salir de casa aquella mañana en que llamóa su puerta una mujer de edad mediana y aspecto modesto que sujetaba un hermoso jamón. La señora preguntó por el señor Rivera. Mi abuela le dijo que no estaba.

- Es que le traigo un regalo porque me arregló unos papeles muy importantes.
Y mi abuela, muy digna:
- pues mire, yo se lo agradezco mucho en nombre de mi marido, pero no se lo puedo coger...
- Ande, ande, no diga ... si total es poca cosa... un jamón de la matanza...
- Ya, y es un detalle, pero es que mi marido me tiene dicho que no acepta regalos.

Normalmente era bastante con aquella explicación. Los generosos no discutían mucho, a lo mejor porque tampoco estaban acostumbrados a reacciones así. Pero la mujer del jamón parecía estar hecha de otra pasta.

- Mujer, pero por un jamoncito... mire, que no es ni muy grande...
- Ya, señora, pero es que no se trata de eso.
- Si su marido ni se va a enterar...

Supongo que mi abuela debió de sonreírse al pensar en cómo no iba enterarse mi abuelo de que había en casa un jamón serrano, enterito, con hueso y todo. Fue en ese momento cuando apareció en la puerta mi tío Rafel, que entonces tendría cinco o seis años, y que no tardó ni medio segundo en clavar los ojos en el jamón de la discordia. Mi abuela ni siquiera se dio cuenta. Había decidido cambiar de táctica.

- Mire, es que, además, aquí no comemos jamón. No nos gusta, porque nos sienta muy mal.

Mi tío debió decirse que hasta allí habían llegado las tonterías, que no estaba dispuesto adejar escapar un jamón entero, y que había llegado el momento de intervenir.

- No le haga caso, señora, que el jamón nos gusta mucho y nos sienta de maravilla.

La mujer se dio cuenta de pronto de que tenía un pequeño aliado.

- ¡Claro que sí, bonito! ¿Verdad que quieres jamón?
- ¡¡Sí!! ¡¡Me encanta el jamón!!
- ¡Pues hala, tómalo, para ti!!

La escena debióser para filmarla: la mujer empujando el jamón, mi tío intentando engancharlo, mi abuela apartando al niño y empujando el jamón en la dirección contraria... al fin, consiguió cerrar la puerta, dejando fuera al jamón y a la señora, llorando, y dentro a mi tío, llorando también, y a ella misma, supongo que también llorando de rabia, de vergüenza y de puro nerviosismo (de hecho, me contaba que fue la primera vez que dio un azote a su hijo pequeño)

Mi abuelo era un exagerado y un cafre. Mi abuelo era intransigente e injusto, privando a los suyos de pequeños placeres sin importancia. Mi abuelo se pasaba dela rosca siendo inflexible con dádivas humildes, como el jamón de marras, las bandejas de pasteles o las cestas de manzanas que le mandaban sus beneficiados, muchos tan modestos como su propia familia. Pero mi abuelo se fue del ayuntamiento con una mano delante de la otra y sin que nadie le hubiese podido poner nunca la cara colorada. Dio mucho y no aceptó nada a cambio, y eso es lo único que puede ponernos a salvo de la sospecha y la ignominia.


Ahora,mi abuelo esta próximo a los noventa años, y ya no se acuerda de aquella historia. Supongo que no está enterado de la bochornosa movida que tiene encima el presidente Camps por cuatro de trajes a medida, pero imagino lo que diría si se enterase: ¿entendéis ahora porqué no quería yo coger un jamón?

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miércoles, 15 de julio de 2009

Noches de julio

Digan lo que digan, me encantan las noches de julio en Madrid. Poder salir con un vestido de tirantes. Sentarte en una terraza a respirar el primer aire fresco - o casi - del día. Pasear por este Madrid templado y caótico por obra y gracia del alcalde que, como diría Danny de Vito, sigue empeñando en buscar el tesoro y tiene la ciudad levantada. Intento mirar los socavones, las aceras que no existen, las vallas y los alombres,y pensar en lo bonito que vaa quedar cuando terminen, aunque supongo que, en el fondo, sé que no van a terminar nunca. Que cuando cierren un agujero, el alcalde se las apañará para abrir el siguiente. Que esto es una pesadilla. Una maldición bíblica. Y ahora saldrán los del sector crítico a decirme "oye, no te quejes, que para eso vives en Madrid". Y yo corrijo: no. Vivo en Madrid para aprovechar las noches de julio, ponerme un vestido y unas sandalias, y pasear de noche soñando con obras que se acaban y aceras en su sitio.

Ayer, día nacional de Francia, fiesta en la residencia del Embajador. Tengo una ciertta, aunque limitada,experienciaen fiestas de legaciones diplomáticas. Estuve en que ofrecía - no recuerdo con qué motivo - un país árabe, que se celebró en los salones del Villamagna. Besamanos con los jeques, comida como si fuese a empezar una guerra, y ausencia absoluta de ninguna clase de alcohol. Nada. Ni una miserable cervecita. Zumos de fruta, cocacola y agua Perrier a discreción.

Rafael Reig y Marcial, que habían venido conmigo, me daban la tabarra.
- A quien se le ocurre
- Pues menuda fiesta
- Es que ellos no beben - les recordaba yo, intentando hacerme la cosmopolita, o comprender lo incomprensible
- Ya, pero aquí hay más gente - señalaba Marcial ante el triste panorama de un militar de alta graduación atizándose un zumito de piña
- Vaya tarde

Por no oírles más, levantamos la reunión y nos fuimos a tomar una copa al primer sitio que encontramos abierto, que ya ni recuerdo cuál era.

Hace años fuimos a otra fiesta en la embajada de Chipre. La embajadora era mujer guapísima, de rasgos árabes, y acababa de presentar sus credenciales ante el rey. Nos sirvieron una cena fría compuesta exclusivamente de productos chipriotas y de vino de la isla, un vino maravilloso que no se exporta porque la producción,muy limitada, apenas llega para satisfacer la demanda interna. Si algún día vais a Chipre, comprad una botella de "Vine Mountain".

Luego, cuando estuve en Méjico, me invitaron a la residencia del embajador a celebrar el día de la Hispanidad. La fiesta se celebraba en el jardín, que estaba salpicado de tenderetes de comidacon los letreros comerciales bien visibles: "Tequila Cuervo"; "Turrones El Almendro"; "Jamon Navidul". Luego, en su discurso (el discurso del Día de la Hispanidad, nada menos), el señor embajador agradeció a las casas comerciales su contribúción al éxito de la fiesta, y las citó una por una, como si estuviese dando la lista de patrocinios del certamen de miss España.

Me pareció una cutrería. Y un disparate. Pero la cosa no´acabó ahí, porque al salir me pidieron que rellenara un papelito: "es que al final vamos a sortear una cubertería que regala el ABC". Me fui de allí pensando en el buen duque de Osuna, embajador plenipotenciario de Isabel II ante la rusia de los últimos zares, e imaginando al buen hombre revolviéndose en su tumba ante semejante despropósito.

Ahí empecé a desmitificar yo la vida social de las legaciones diplomáticas. Mucho lirili y poco lerele, que diría el poeta. La visita ayer a territoria francés me consoló un poco: estas cosas pasan en las mejores familias. Porque, sí, el jardín del embajador también estaba a reventar de marcas comerciales francesas. Bueno, y de invitados. De invitados que esperamos haciendo cola más de media hora para poder entrar en el sarao, como si fuésemos a una discoteca de moda. En el jardín, maravilloso, las mesas desaparecían bajo una triste capa de platos de plástico y restos de comida, lo que daba una impresión un poco cutre.

Eso sí, en su discurso el embajador tuvo el buen gusto de no mencionar a los patrocinadores de la fiesta, y habló bien, seguro, firme, en una alocución inteligente haciendo especial hincapié en la colaboración de Francia en la lucha contra ETA. Luego sonó "La Marsellesa" desde la voz enlatada de Edith Piaf, y pensé, como otras veces, que esta canción violenta y llena de fuerza es el himno nacional más hermoso que se pueda concebir. Mientras veía cantar, solemne, al embajador, aparté la vista de las mesas sucias e intenté ver sólo la belleza en todo aquello, igual que en las noches de julio en Madrid, cuando unos intenta desviar los ojos de las zanjas y las aceras para mirar el cielo de color violeta donde, con un poco de suerte, brillan todavía algunas estrellas.

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martes, 7 de julio de 2009

Mann

Me llama Martín Casariego para hablar de "La Montaña Mágica". Hace mucho que leí el libro - unos quince años, ahí es nada - y recuerdo que la primera mitad me pareció sublime, y la segunda parte se me hizo cuesta arriba, pero nunca lo reconocí. Porque - pensaba yo entonces - era Thomas Mann, y era "La Montaña Mágica", una de esas novelas que no sólo hay que leer: además, te tienen que gustar. Y si no, es que eres idiota. Así que la leí y me convencí a mí misma de que había alucinado con las quinientas páginas. Sólo después de muchos años y de muchas lecturas me atreví a admitir ante mí misma que sólo había disfrutado con la mitad del libro, y que las últimas doscientas páginas me habían parecido un tostón. Martín y yo hablamos de eso, de lo muy aburrida que resulta la mitad de "La Montaña..." y de lo importante que es leer sin prejuicios de ninguna clase y con libertad para reconocer que a veces Thomas Mann puede resultar un verdadero coñazo.

Por otro lado, no podemos perder de vista lo que significa "La montaña mágica" dentrode la literatura moderna, y el colosal ejercicio temporal que realiza su autor,capaz de manejar el tiempo como ningún otro escritor había hecho antes. Por eso lanovela sigue siendo grandiosa: por lo que innova, por lo que aporta, por lo que enseña. Y hay que leerla, claro. Aunque te aburras como una ostra viuda. Como me aburrí yo, aunque iba diciendo por ahí que me lo estaba pasando pipa con las andanzas de Hans Castorp.

Si de verdad quieres emocionarte con Mann, lee "La muerte en Venecia", una de los más hermosos texos que se han escrito. Y si quieres rubricar su condición de genio, léete "Los Buddenbrock".

Luego, comiendo con Edu Vilas, me contó que estaba leyendo "Moby Dick". Por primera vez, me dijo. Yo recordé entonces unaanécdota que contaba Mark Twain. Viajaba en un tren compartiendo vagón con un viajero que llevaba un ejemplar de su novela "Hucleberry Finn". Sin identificarse, Twain preguntó al viajero si ya había leído el libro, y el tipo contestó "Por desgracia, sí". Twain notó que se le encogían las tripas, pensando que el hombre iba a enredarse en un diatriba contra su historia, pero añadió "porque eso me priva del inmenso placer de leerlo por primera vez".

Yo, al contrario que el compañero de viaje de Twain, creo que no hay placer como el de la relectura. Por eso, de vez en cuando vuelvo a darme un chapuzón en madame Bovary, Cien años de Soledad o el Gran Gatsby: para recordar que en todo hay clases. Sólo hay un libro que no me atrevo a releer: el Werther de Goethe. Lo leí hace veinticuatro años, cuando acababa de cumplir los quince, de un tirón, sin respirar, con el corazón latiendo y el cerebro en estado de ebullición: yo, que me consideraba una buena lectora, acababa de descubrir la literatura con mayúsculas. No he vuelto al Werther porque sé que el libro no podría ya provocar en mí el cúmulo de sensaciones inéditas que despertó cuando tenía quince años, igual que ningún beso es igual al primer beso que damos. Hay sensaciones únicas que es inútil buscar por segunda vez, porque están tocados con el marchamo de una magia privilegiada que sólo se da en una ocasión. Después, claro, se rompe el hechizo.

Otro hallazgo: la novela "El encuentro", de la escritora holadesa Simone van der Vlugt. Un "thriller" excelente que me mantuvo en vela toda la noche pasada. Os lo recomiendo incluso si no os gusta el género.

Esta mañana, largo paseo por el Retiro respondiendo a las preguntas de los chicos del programa "Femenino Singular", de Literalia TV. Justo cuando acabamamos tengo un mensaje de Pérez de la Fuente, que acaba de sacarnos entradas para ver la semana que viene "Muerte de un viajnte", que dirige Mario Gas en elTeatro español. Me encanta Miller. Hace tiempo escribí un texto sobre su infeliz matrimonio con Marilyn Monroe. Un autor excelente, un hombre que podía comportarse de forma despreciable, aunque tal vez él no lo era. Y esa es la pregunta: ¿se nos puede juzgar por un acto en concreto? ¿Quien es Miller? ¿El tipo valiente que se enfrentó a Mc Carthy y sus muchachos durante la época ominosa de la caza de brujas, o el miserable que acosaba psicológicamente a su esposa desquiciada. Respuesta: no o sé. Por eso prefiero pensar que Miller es el maestro que escribió "Las brujas de Salem" o "Muerte de un viajante". Y en eso pensré el próximo jueves, cuando se apaguen las luces del teatro y empiece la función.

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domingo, 5 de julio de 2009

Silencio

Mientras escribo, mi casa flota en un caro silencio que se romperá dentro de tres horas cuando tenga lugar la última sesión de las fiestas del orgullo gay. Cinco días con sus noches de uso y abuso de espacio público, borrachera colectivas - pero ¿no estábamos todos contra el botellón? - meadas varias y provocación constante de las más elementales normas de seguridad ciudadana. Estos días, la Plaza de Chueca congrega a muchísimas más personas de las que recomendaría el sentido común. El ayuntamiento de Madrid aseguró que el año que viene se llevaría las fiestas a otra parte, pero claro, con la COGAM hemos topado. Ya han salido en tromba diciendo que de aquí no los mueve nadie, faltaría más, y Ana Botella - ya sabéis, aquella señora que no quería mezclar peras con manzanas - se la envainó y dijo que sí, que muy bien, que hay que respetar a todos y que las fiestas se celebrarán en Chueca mientras los gays así lo quieran.

Pues yo voy a corregir a Ana Botella: las fiestas se celebrarán en Chueca hasta que ocurra una desgracia que se lleve al otro barrio a un número por determinar de ciudadanos. Porque el día en que aquí pase algo, sea lo que sea, ni el mismo arcángel san Gabriel va a poder evitar la tragedia. El aforo de la plaza de Chueca, auténtica ratonera de la que no hay salida, se convertirá en el escenario de un desastre cuyas proporciones sólo puede aventurar el que, como yo, haya visto la escena desde el dudoso privilegio de un´balcón sobre la plaza. El día que esa desgraciaocurra - y desde aquí vaticino que es cosa de tiempo - habrá que ver a los chicos de la COGAM, concejales y alcalde echarse la culpa los unos a las otros. Pero la culpa la tendrán todos, que con una impresionante falta de resposabilidad juegan cada año con el fuego de la suerte para que nadie pueda decir que no son progres.

Aprovechando los ratos de silencio, he leído "Esperando a Robert Capa", de Susana Fortes. Una novela preciosa que recomiendo. Hace tiempo que os sugería la lectura de "Los Baldrich", de Use Lahoz, otra gran novela. Anteayer, su autor me mandaba un correo electrónico para agradecerme su apoyo. Para que luego digan que los autores nos llevamos mallos unos con los otros. Ahora tengo otros dos libros pendientes antes de empezar con el manuscrito de un amigo.

Mañana, comida con Edu Vilas y Miguel Roig, del Hotel Kafka, para hacer planes de cara al año que viene. Comeremos, como siempre, en DeMaría, y esta vez yo llevaré un vino que quiero que prueben: Initio, de la Bodega Moradas de San Martín. Una exquisitez que empieza a distribuirse estos días y que os recomiendo con la misma viveza que cualquier buen libro.

Remato mis planes de vacaciones: después de pasar unos días en Galicia, me iré con Marcial a la Costa Dálmata. Nos esperan ciudades increíbles y un mar, el adriático, cuyo color azul no se parece al de ningún otro mar que yo haya visto. Falta poco, pero me sigue pareciendo que falta mucho.

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