martes, 27 de enero de 2009

Cosas de locos

Un buen amigo mío, honrado trabajador y ejemplar padre de familia, vivió el otro día un situación delirante cuando, mientras esperaba a un compañero de trabajo, se fijó en un grupo de niños que jugaban al fútbol en un colegio cercano, cuyo patio podía verse desde la calle. Aficionado como es al deporte rey, mi amigo se demoró unos segundos observando los recortes, entradas y chutes más o menos acertados de aquel puñado de chavales entusiastas, hasta que una voz lo sacó de su tranquilidad.
- Oiga, ¿qué está haciendo usted?

Era una de las profesoras que tutelaba el recreo de los niños. Mi amigo tardó unos segundos en darse cuenta de que aquella mujer se dirigía a él, y contestó con la evidencia.

- Nada, ver jugar a los chavales

La señora lo miró con un asco infinito.

- Usted no puede estar aquí - espetó

Mi amigo se dio la vuelta para tomar conciencia del lugar donde se encontraba, que no era otro que la vía pública, la rúa, la puta calle. La frase lapidaria le escoció sobremanera.

- Pues ya me dirá usted donde lo pone. Estoy en la calle, así que...

La profesora se marchó y al poco llegó otra, con más cara de asco y más enfadada.

- Tiene que marcharse de aquí.

A estas alturas, a mi amigo ya habán dejado de importarle los chutes de los niños o la posibilidad de que entre los tiernos infantes estuviese creciendo algún Messi, Van Gaal o Iker Casillas. Le daba exactamente igual cambiarse de acera, de barrio, llamar a su amiga y variar el lugar de la cita, pero un prurito de orgullo le hizo revolverse.

- ¿Y eso por qué?

- Porque no puede estar mirando a los niños.

Encorajinado, mi amigo, ciudadano ejemplar, que no debe tener ni multas de tráfico de tan acrisolada que es su conducta, invitó a la celosa cuidadora a ponerse en contacto con la autoridad competente

- Haga el favor, llame usted a la policía y que vengan aquí a explicarme por qué no puedo estar en la calle mirando lo que me da la gana.

Por suerte, el compañero de mi amigo llegó en ese momento y no hizo falta requerir la presencia de los municipales, los geos o el séptimo de caballería. Me lo contaba el otro día, durante una cena entre amigos, y todos llegamos a la misma conclusión: nos estamos volviendo locos. La amenaza de los abusos infantiles ha empujado a los educadores, y también a algunos padres, a adoptar delirantes medidas de asedio preventivo que llevan a confundir con un pederasta a un desdichado curioso a quien le hace gracia ser testigo de las habilidades futboleras de unos cuantos niños.

Hoy, en la vista a un colegio, el jefe de estudios me explicaba que para tomar fotos durante las excursiones escolares los nños debían llevar un permiso firmado para poder aparecer libremente en las típicas fotos de grupo.

- Ya vez que gracia - me decía - que haya un grupo de chavales posando delante del Peñalara y tener que salir disparado para decirle a uno, Perico, tú no te pongas para la foto, que tus padres no te dejan.

Ni tanto ni tan calvo. Y, mientras tanto, la Autoridad con mayúsculas sigue viendo como le pasan por las narices flagrantes casos de abuso infantil, de malos tratos reales. Mientras a una madre alterada que arreó un sopapo a su hijo le cae pena de cárcel y alejamiento, la madre y el padrastro de Alba,la niña catalana que quedó inválida a consecuencia de las palizas que recibía, van a pasar en la trena poco más de ocho años. En Lugo hay un transexual a quien no permiten ver a su hijo, y sin embargo los abusadores de menores no pierden la patria potestad sobre sus hijos biológicos. La propietaria de una ludoteca de Barcelona que se dedicaba a repartir estopa entre los niños más cafres ha sido condenada a una pena ridícula de dos años, que no implica entrada en prisión, y los hijos de mujeres maltratadas son obligados a ver al agresor de la madre cada cierto tiempo. Eso sí, si los chavales van de excursión con el cole, no se les podrá sacar una foto haciendo el indio, no sea que la cuelguen en internet y ocurra una desgracia.

El absurdo celo de las autoridades para custodiar a los críos no se manifiesta cuando más falta hace. Hoy leí una noticia aterradora: una mujer a la que habían retirado la custodia de su hija por malos tratos tuvo un segundo bebé, al que mató cuando el crío tenía tres meses de vida. La pregunta es... la misma administración que insiste para que los profesores no hagan una puñetera foto a un chaval que se sube a un árbol ni puede extremar el control sobre una maltratadora que va a parir por sgunda vez? Ese conato de persona (quien maltrata a un niño no es más que eso) ¿no puede ser informada de las opciones para entregar en adopción a un bebé presumiblemente no deseado? ¿Qué hace pensar que quien brea a un niño indefenso no va a repetir la jugada en cuanto tenga ocasión?

Nos gastamos la pólvora en salvas. Hay niños que siguen sufriendo, y muriendo, y siendo moralmente destrozados. Mientras, mi amigo casi acaba dando explicaciones a la poli acerca de su afición al fútbol.

Lo dicho. Como putas cabras.

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miércoles, 21 de enero de 2009

Obama y los miércoles

Me gustan los miércoles, entre otras cosas porque tengo programa de radio nocturno, y a mí me encanta la radio de noche. Entro en directo en RNE a la una de la madrugada desde el programa "Afectos en la noche", con Óscar López, Rafael Vallbona y Silvia Tarragona, la directora del programa. Reconozco que, cada miércoles, siento un poco de pereza a la hora de salir de casaa las doce y media, y más ahora que hace tanto frío por las noches, pero nada más llegar a la radio se me pasa todo. Me divierto horrores durante la hora que dura el programa,y regreso a casa pasadas las dos y media recordando una frase que me dijo Mamen: "Tú has hecho realidad el sueño de tu vida: que te paguen por hablar".

Ayer seguí la ceremonia de investidura de Obama. La transmisión desde Washington me pareció mediocre: comentarios a destiempo, muy mejorable la tradución simultánea, cortes inapropiados... y, sobre todo, intervenciones sobre momentos que reclamaban silencio, como cuando Yo Yo Mae interpretaba la música compuesta por John Williams especialmente para la ceremonia. En ese instante, la corresponsal en Washington juzgó que había llegado la hora de lucir unos cuantos conocimientos acumulados, y nos regaló un ramillete de obviedades que no permitieron escuchar la música. Muy apropiado, sobre todo teniendo en cuenta que lainterpretación iba a durar apenas cuatro minutos. ¿Es que no podía cerrar el pico hasta que terninase la actuación? ¿No tiene la música de Williams y la maestría de Yo Yo Mae la suficiente fuerza como para merecer un silencio respetuoso? ¿Por qué los corresponsales parecen sentirse en la obligación de hablar todo el rato, como vulgares tarabillas?

El discurso de Obama no fue de los mejores que le he escuchado. Por lo demás, cometió un anecdótico error en el juramento, y se olvidó de que él es el presidente número 44 al decir "antes que yo, 44 personas han jurado este cargo". Por lo demás, la ceremonia tuvo la originalidad, la brillantez y el aire un poco charro que dan los americanos a sus celebraciones y que harían arrugar la nariz a un jefe de protocolo francés o británico. Recuerdo que, hace ya medio siglo, cuando se celebró la coronación de la reina Isabel II, el programa de actos era tan rígido, tan inamovible y tan milimetrado, que estaba previsto que la soberana no pudiese moverse del escenario de la coronación durante casi siete horas. Para luchar contra cualquier contingencia fisiológica, en los días previos al acontecimiento se sometió a la casi reina a una dieta brutal compuesta casi exclusivamente de carne y pródiga en sal para facilitar la retención de líquidos...

Lo que no vi en directo fueron los famosos bailes a los que acudió la pareja para celebrar la proclamación. Los diez bailes - si, diez - por los que la pareja presidencial se deja caer, siquiera unos minutos, para celebrar la victoria con aquellos que contribuyeron a la victoria electoral. Barak y Michelle son una pareja francamente atractiva. Él luce la pajarita con una naturalidad digna del mismísimo Fred Astaire. Ella estaba deslumbrante en chiffon blanco. El vestido que lució en la ceremonia de la mañana hasido muy comentado, pero yo, que de moda entiendo sólo lo justito, la encontré estupenda.

Si los Obama asistieron a diez bailes, John Kennedy y su Jackie sólo tuvieron que presidir seis, para lo cual Jackie se cambió hasta cuatro vecesde vestido: había que dejar claro que estaba naciendo la era Camelot. Eso sí, cuando la pareja recibía felicitaciones en la fiesta celebrada en un hotel de Washington, John pidió a la ya primera dama que atendiese a los invitados durante unos minutos: acababa de saber que Frank Sinatra y J. Davies celebraban una reunión privada en una de las suites del hotel, y quería pasare por allí para darles lasgracias por su generosa ayuda durante la campaña. Se sabe que Kennedy aprovechó bien el tiempo, y mientras Jackie lucía su modelazo de Óscar de la Renta, él aprovechaba para darse un revolcón con Angie Dickinson, una de las "groupies" del "ratt pack".

No consta que los Obama se separasen en ningún momento durante las fiestas de anoche. Creo que, para bien de su esposa, Barack no está hecho de la misma pasta del presidente Kennedy. Como él mismo dijo ayer, el mundo ha cambiado. Demasiado, diría yo. Como demasiada es la carga que va a soportar la elegante espalda del flamante presidente de los Estados Unidos, y demasiadas las esperanzas puestas en su legislatura. Él recordó que América se enfrente a una crisis y a dos guerras, en claro recordatorio a los ilusos que esperan milagros o purgas de Benito. El optimismo antropológico es en realidad una soberana muestra de gilipollez. Obama lo sabe, y por eso ayer fue más cauto que entusiasta, más moderado que expansivo, más realista que nadie. Eso es lo que puede ponerle a salvo de las peores piedras del camino. Mientras que aquí hay quien quiere ver al americano como un nuevo Mesías, él ha dado la primera receta: trabajo.
Buena idea, presidente. Aquí hay más de tres millones de tipos que esperan lo mismo.

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domingo, 18 de enero de 2009

La foto de Soraya

Dentro de unas semanas empezaré la campaña de promoción de mi libro. Eso está bien. Los responsables de marketing y prensa suelen tener buenas ideas al respecto. Algunas son más raras que otras. Una vez, alguien quiso convencer a un autor para que presentase su novela metido en la cama.

Si mañana llega alguien y me dice que, para dar a conocer mi libro, debería hacerme unas fotos vestida, por ejemplo, de hawaiiana, y yo me dejo convencer, no podría molestarme que el tema de conversación de alguna gente fuese el bikini hecho con cáscaras de coco, la falda de plátanos o el collar de hibiscos.

A Soraya le ha pasado algo así. Alguien le ha comido la oreja para que se dejase retratar vestida de "vamp", de "femme fatale", de estrella de cine negro de los años cuarenta, y ahora se extraña de que medio país hable de la foto de marras. ¿Qué esperabas, querida? Para alguien que se dedica a la política, unas fotos como las que se ha hecho Soraya son, cuando menos, chocantes. Son fotos de disfraz, fotos irreales que proyectan una imagen distorsionada no ya de la persona, sino del personaje. Poco hábil ha estado Soraya y el que la ha aconsejado.

¿Por qué Soraya aceptó una sesión fotográfica absurda e inútil? ¿Por qué se dejó vestir de lo que no es? ¿Por qué puso cara de chica mala, de villana de novela? ¿Quién la orientó para consegir una mirada falsamente seductora, triste remedo de la que Lauren Bacall conseguía a base de bajar la barbilla y elevar los ojos de largas pestañas? La respuesta es trivial como la foto: porque todas las mujeres, incluso las que presumimos de no serlo, somos vanidosas, y no sabemos resistirnos al canto de sirenas de una sesión fotográfica como las que hacen las top model. Eso fue lo que convenció a Soraya. La presencia del peluquero. Del maquillador. Del estilista. Las perchas atiborradas de vestidos imposibles. El iluminador experto. El fotógrafo zalamero que para conseguir una buena instantánea te susurra al oído que eres maravillosa, guapísima. Y Soraya no quiso, o no pudo, o no supo, tapar con cera sus oídos y mandar a paseo al ideólogo de un proyecto que no podía sino perjudicarla.

Cuando fui finalista del Planeta, algunas revistas femeninas me hicieron unas cuantas sesiones de fotos de esas que no se olvidan. Recuerdo especialmente dos: una para Marie Claire, enfundada en un vestido tubo de Missoni que me hacía parecer muy delgada y extrañamente esbelta. Otra, para Glamour, con un traje de pasarela de Gucci que costaba veinte mil euros, un moño y un maquillaje prodigioso que me hizo sentir, durante un par de horas, una mujer distinta. El resultado de aquellas sesiones son dos fotos milagrosas que confieso que miro a veces, dominando las ganas de hacer mil copias de esas páginas y lanzarme a la calle para decir a todo el mundo: "Mirad. Esta también soy yo." Es estúpido ¿verdad? Se supone que el físico no importa. Que la belleza no importa. Que debemos aceptarnos como somos. Pero, cuando se nos presenta la ocasión, las mujeres corrientes nos preguntamos por qué vamos a rechazar la ocasión de parecer maravillosas.

Uno no debe intentar aparentar lo que no es. Enfundarse un disfraz siempre resulta erróneo, pero más para alguien que ostenta un cargo público. La portavoz del PP se dejó disfrazar, olvidando que ese disfraz quedaba inmortalizado, y que iba a hacerse público. Y los políticos no deben jugar a ser otra persona, pues bastante difícil es ya que el mundo respete a la persona que son.

Soraya es como yo: una chica corrientita que da un poco el pego cuando se arregla y que, con vaqueros, coleta y la cara lavada, pasa absolutamente desapercibida. Una mujer del montón, que ha debido aprender a destacar por cosas distintas a su aspecto físico. Por eso seguro que fue fácil convencerla para colocarle un traje que posiblemente no puede comprarse, para que un estilista le explicara como debía colocar las manos y un iluminador estudiase hasta el último cabello de su melena antes de que cayese sobre ella el relámpago de los flashes. Cayó en la tentación, como caímos otras. Pero en ella no tiene disculpa. Y no van a perdonárselo. Espero que se limite a asumir las críticas. Es el precio que tiene que pagar por jugar a ser, siquiera fugazmente, la mujer hermosa que todas buscamos en el fondo del espejo.

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miércoles, 14 de enero de 2009

Dios viaja en autobús

Yo creo en Dios casi siempre, aunque a veces me cuesta mucho trabajo creer en Dios. Jamás en mi vida he discutido con nadie acerca de la existencia de Dios, mayormente porque me parece una pérdida de tiempo. Ahora, un grupo de ateos o algo así se han sacado de la manga una campaña que pretende popularizar la idea de que Dios es un camelo.

A mí me parece perfectamente respetable que un grupo privado de ciudadanos invierta los cuartos en negar a quien sea - Dios, Alá, Confucio o Elvis Presley - , pero reconozco que me descoloca un poco que alguien se tome tanto trabajo. A mí jamás se me ocurriría invertir un céntimo en hacer saber a todo el mundo que el ratón Pérez no existe, que Papa Noel es un invento modernísimo que cobró forma actual gracias a una campaña de Coca Cola, o que lo de Drácula es un cuento . Por otra parte, si alguien es feliz creyendo en santa Claus, en el Ratón Pérez o en el Hombre del Saco, allá él con su feliz inocencia.

Lo que entiendo menos es la frase de la campaña: "Dios no existe, así que deja de preocuparte". ¿Conocéis a alguien a quien le preocupe el que exista Dios? Yo no. Y tengo que confesar que aquellos creyentes acérrimos a los que si conozco - muy pocos, la verdad - son mucho más felices que todos aquellos escépticos entre los que me encuentro. Creer a pies juntillas en un Dios misericordioso, la vida eterna y la resurreccion de la carne es mucho más cómodo y más bonito que agobiarse ante la inmimencia del ingreso en el otro barrio.

Otra cosa que no entiendo es que a alguien - católicos practicantes en este caso - se sientan molestos por la frase de marras. Si mañana alguien empapela los autobuses de la EMT con leyendas del tipo "Leer es aburridísimo", "La amistad no existe" o "El jamón de jabugo está asqueroso", yo me quedaría cómo estoy. Pensaría, eso sí, que hay mucho chiflado suelto y mucha gente aburrida y pudiente capaz de dejarse la cartera en proclamar chorradas. Pero allá cada cual y sus convicciones acerca de la lectura, los amigos o el pata negra. Yo ya tengo las mías, y no va a hacerlas tambalear ningún vehículo rodado.


Pensando, pensando, he llegado a la conclusión que los que han montado la campaña publicitaria de que Dios no existe son tipos de comunión diaria y rosario del Padre Peyton, que han conseguido, entre otras cosas, que se hable de Dios, lo cual ya también empieza a ser raro.

La noticia de la semana - o de lo que llevamos de ella - ha sido la destitución de Ignacio Escolar como director del diario Público. Lo lamento por él: le conozco y me cae bien. En su lugar, han colocado a Félix Monteiro - de quien, por cierto, no he escuchado más que cosas buenas en los personal y lo profesional -, uno de los fundadores de "El Páis". Escolar tiene treinta y dos años. Monteiro, muchos más. ¿A alguien le extraña el enroque? Y ahora, veremos qué ocurre con el árbol caído, con todos los que en estos meses le palmeaban la espalda a Escolar, le reían las gracias y le trataban como al último niño prodigio. Por mi parte, a Ignacio le deseo suerte de todo corazón.

He visto la portada de mi novela. He visto el material promocional de mi novela. La semana que viene voy a ver las galeradas de mi novela. Y yo lo que quiero es ver la novela entera y verdadera, lo cual no ocurrirá hasta dentro de dos meses. Lo malo de todo esto es que uno va descubriendo el libro por parroquias, por pedazos, en porciones de cuarto y mitad. Se supone que falta poco, pero falta mucho hasta el 17 de marzo.

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domingo, 11 de enero de 2009

Volviendo a ser yo

Poco a poco, recupero la normalidad y vuelvo a ser yo. Eso sí, yo con dos kilos y medio menos que intentaba quitarme de encima hace tiempo y que la gripe ha tenido a bien llevarse consigo. Tenía razón el que dijo que todo - TODO- tiene sus ventajas.

Hoy, después de días y días sin hacerlo, he querido dar un paseo. Un paseíto corto. Hacía frío, y también un sol pecioso, así que Marcial y yo nos hemos ido a la FNAC a ver libros. Me he comprado un par de cosas: Martin Amis y Murakami. De Amis lo he leído casi todo, y de Murakami sólo "Kafka en la orilla", de modo que es fácil acertar. Y allí , entre la selección de volúmenes en tapa blanda, encontré mi último regalo de Navidad: acaban de sacar la quinta edición de bolsillo de "En tiempo de prodigios". Puede parecer tonto, pero eso me alegró el día. Sigo tosiendo y estoy débilucha y floja, pero creo que esta semana volveré a ser yo... y dentro de unos días regresaré al gimnasio, para rubricar la pérdida de peso con abdominales, y kilómetros y kilómetros en la bici estática. Lo prometo solemnemente: ha llegado el momento de volver a la normalidad.

Desde mi casa aún se ven los tejados nevados. Es precioso. Y recuerdo una frase que dicen los paisanos sabios, esos que con sólo mirar al cielo durante dos segundos saben el tiempo que va a hacer en los próximos días: "esta neve espera a outra". Acabo de consultar el pronóstico meteorológico, y aseguran que el martes puede nevar otra vez en Madrid.

Si eso sucede, me pregunto qué pasará esta vez con los aviones, las carreteras y todo eso. Y qué pasará con la insufrible ministra de Fomento. Creo que nunca ha habido nadie tan antipático como ella al frente de un ministerio. Tan antipático y con menos dotes para la comunicación. Y, por favor, que no venga nadie a echar la culpa al acento andaluz: tengo varios amigos andaluces y extremeños, y no hay nadie que hable tan rematadamente mal como la señora Álvarez. El otro día, desde el lecho del dolor - en realidad es un sofá, pero supongo que sirve - escuchaba su delirante rueda de prensa. No tengo ninguna duda sobre la completa sobriedad de la ministra - hasta para tomarse dos copas de más hay que tener cierta gracia -, pero al oírla pensaba en alguien que ha tomado del frasco más de la cuenta. Luego la vicepresidente le echa el capote de rigor - mayormente porque no le queda otro remedio - y se pregunta por qué se le echa siempre a la señora Álvarez la culpa de todo. Hombre, vice, si la movida se ha montado en el aeropuerto y en las carreteras, no le van a tocar las narices a Bibiana Aído o a Carme Chacón, que bastante tiene con lucir smoking. Lo dicho, si vuelve a nevar, al menos nos vamos a reír con la charlotada de rigor made in Maleni.

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viernes, 9 de enero de 2009

Érase una vez, hace mucho tiempo...

No voy a contar un cuento, sino una historia real que sucedió hace hoy treinta y dos años. Sí, treinta y dos. Yo tenía seis, y así salen las cuentas.

Mis padres, mis hermanos y yo acabábamos de mudarnos a nuestra casa nueva. Primero habíamos vivido de alquiler en una buhardilla de la calle General Franco, y luego, mientras la constructora entregaba el piso que mis padres habían conseguido comprar, nos instalamos en casa de mis abuelos Blanca y Pepe, en la calle Lopo Lías. Estuvimos allí casi un año. Un año muy feliz, por lo que yo recuerdo. Mis abuelos eran jóvenes y alegres. Y complacientes. Y les gustaban los niños, así que jamás les molestaron los gritos y los juegos de dos niñas de cuatro y cinco años que corrían por el pasillo y hacían de las suyas en las habitaciones.

Pero las obras del piso nuevo se acabaron y tuvimos que dejar el paraíso. Recuerdo que la tarde anterior a nuestra marcha "a la casa de Pintor Corredoira" monté un número de aquí te espero. Aquella casa se me antojaba el exilio. La prueba de la condena al ostracismo. La emigración, el abandono voluntario de la tierra prometida. La nada. Un asco.

Los lloros y los lamentos sirvieron sólo para enternecer a mis abuelos y para llevarme una reprimenda de mi madre, que estaba saturada con todo el jaleo de la mudanza. Así que el día ochode enero, comoestaba previsto, nos trasladamos a la casa. De ella recuerdo dos primeras impresiones fundamentales: el calor que salía de los radiadores, y un penetrante y grato olor a pintura fresca que tardó muchos días en difuminarse y que se mezclaba con el de unas galletas de nata que mi madre hacía en el horno. Una vez dentro, la casa nueva no me pareció tan terrible. Al llegar a mi habitación, me esperaba una sorpresa: mi padre había dejado sobre la cama un regalo para mí. Eran dos volúmenes de la colección de libros de Guillermo el travieso, el personaje de Richmal Crompton. Mi padre me había hablado mucho de esos libros, que leía cuando era niño, y había localizado para mí aquellos dos ejemplares. Fueron mis primeros libros. Libros sin viñetas, sin grandes ilustraciones. Sólo con páginas y más páginas de letra apretada. Libros de mayores, libros para leer y no para mirar.

A la mañana siguiente nos despertaron un poco más tarde de lo habitual. "No hay colegio", dijo mi madre, y antes de que pudiera preguntar por qué me fijé en el paisaje que se veía desde la ventana abierta: había caído una fabulosa nevada, y las clases estaban suspendidas. "quedaos en la cama un poco más", dijo mi madre, a quien no debía patecer mucho tener a dos niñas incordiando a su alrededor mientras ella intentaba poner orden en el caos del traslado. Susana, que siempre ha tenido una extraordinaria facilidad para ello, se dio media vuelta y siguió durmiendo. Yo cogí los libros de Guillermo y empecé a leer. Y así transcurrió aquella mañana del nueve de enero de hace treinta y dos años: leyendo el primer libro de mi vida, y levantando los ojos de las páginas de vez en cuando para ver caer la nieve.

Hoy, que nieva en Madrid, pienso en cuánto daría por volver durante cinco minutos a aquella mañana en Lugo, en otra época, en un tiempo distinto, cuando inauguraba otra etapa de mi vida. Y no porque acabase de estrenar casa, vecindario o paisaje, sino porque acababa de descubrir para siempre el placer de la lectura

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miércoles, 7 de enero de 2009

De vuelta a casa

Direis, y con razón, que he tenido esta bitácora muy abandonada, pero dejad que m explique: he sido - como medio país - víctima de una gripe miserere que me ha tenido literalmente derrumbada durante los últimos diez días. Aún hoy no me encuentro bien de todo - la mezcla de medicamentos hace que necesite dormir, y el frío peludo de Madrid me hace dar un paso atrás en la recuperación - pero intento normalizar la vida, sobre todo porque ya tengo trabajo y no puedo pasarme los días vegetando, que es, a grandes rasgos, lo que he hecho en estas dos semanas.

Uno no se da cuenta de lo mucho que vale la salud hasta que la pierde. Ya sé, ya sé, es un comentario de abuela, pero viene al caso. Yo suelo estar estupendamente, aguanto lo que me echen, jamás tengo sueño, ni pereza, ni cansancio... y ahora ando por ahí arrastrada y sintiéndome una miseria rodante. Tengo ganas de volver a estar bien. De ser yo misma en plenitud de facultades. De no notar la cabeza acorchatada y esta perenne sensación de agotamiento... ay, pobre de mí.

Una cosa quería contaros, y es el feliz resultado del proyecto del cuento. Omito los detalles a petición de las protagonistas de la historia, pero una de las lectoras de este blog tuvo una idea genial: vendió entre sus amigas "La vida prodigiosa de Martín Salazar" y, con lo obtenido, ella y un grupo de voluntarias sirvieron una buena cena a ciento ochenta y tres personas. Me gustaría contaros más, pero he hecho promesa de silencio. Sólo os digo que el correo en el que se me daba cuenta de esta inciativa y de su resultado - casi doscientas personas disfrutando de una cena caliente - fue el mejor regalo que he recibido en estas Navidades.

Prometo que mañana habrá más. Ahora me voy con mi autocompasión y mi dolor de cabeza.