¡¡Se acabó!!!
Bruselas no era la ciudad aburrida y gris que tanto me habían descrito. Es pequeña, pero tiene su encanto particular, y además un lugar donde el aire huele a masa de gofres no puede ser mal sitio. Los escaparates de las chocolaterías eran obras de arte, y la Gran Plaza me pareció suficientemente interesante como para justificar una vista. Brujas es la ciudad de cuento que había imaginado, y Gante tiene un pulso propio que la hace atractiva, original y cosmopolita.
París sigue siendo París, multiplicado por el placer de una visita larga y por la idea de elegir un apartamento para vivir eln lugar de alojarnos en un hotel. Alquilamos un pequeño estudio en una casa del siglo diecinueve, a sólo unos metros del Louvre, y allí hicimos vida de turistas avezados. Por las mañanas, iba al mercado de Montorgueil a comprar cosas para el desayuno; allí no hay turistas: sólo franceses que curiosean en los puestos impecables y vendedores que discuten entre sí como si les fuera la vida en ello. Compré pan y pasteles en Stohrer, la pastelería más antigua de París, y magret de pato para cocinar en casa. Visitamos los museos, paseamos bajo una lluvia incómoda, y exploramos a fondo el barrio del Marais y la isla de San Luis, donde compré un abrigo de color azul que estoy deseando ponerme.
Lyon fue el último descubrimiento: una ciudad enorme, extrañamente hispitalaria. Tuvimos en buen juicio de alojarnos en un hotel en la parte más antigua de la ciudad, entre edificios renacentistas, calles empedradas que convierte el caminar con tacones en misión imposible, y tráfico inexistente. Eso sí, reservamos un momento para visitar las Halles, un esplendoroso mercado cubierto que parece una sucursal del paraíso. Volvimos agotados, con un par de kilos de propina y la sensación de haber hecho bien las cosas.
¿Y mis lecturas? Os recomiendo "Utz", de Bruce Chatwin, una deliciosa novela que me entusiasmó; también disfruté con "El vecino de abajo", de Mercedes Abad. Si os gusta la novela negra (no es mi género preferido), os recomiendo "El engaño de Selb", de Bernard Schlink, a quien descubrió hace dos años en un libro conmovedor, "El lector". Pero, sin duda, mi libro del verano fue "La maravillosa vida breve de Oscar Wao", de Junot Díaz, al que seguro que ya me he referido. No os lo perdáis: es literatura en vena.
Ya estoy de vuelta. Se acabó. Y lo lamento sólo a medias. No es que no hubiese querido quedarme más tiempo en París, que ha acabado por convertirse en mi ciudad europea predilecta, o encerrarme en Las Halles para probar al menos un bocado en cada puesto... pero me gusta volver a casa. Y echaba de menos algunas cosas. Este blog es una de ellas.
Feliz regreso a todos.
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